
Descripción de El misterio del ratoncito Pérez 4874b
Hoy os contamos en primera persona la tierna historia de una niña, un diente perdido… ¡¡¡Y el ratoncito Pérez!!! 🐭 A la música, el maestro Yiruma con “River Flows in You” Esperamos que os guste, y si es así os suscribáis y le deis al ❤️ ¡Muchas gracias a todos! Y si tienéis alguna sugerencia o petición especial, no dudéis en arme. Me encantaría escuchar vuestras ideas y asegurarme de que todos disfrutéis tanto o más como nosotros creando los cuentos. Podéis enviarme un correo electrónico a: [email protected] 3n6w6j
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Aquel día fue muy especial para mí. Estaba feliz porque se me había caído un diente.
Por la noche lo puse bajo la almohada para que lo recogiera el ratoncito Pérez.
¿Qué me dejaría a cambio? A pesar de los nervios que sentía en el estómago, al final logré dormirme.
La mañana siguiente sobre mi mesilla encontré un paquetito muy bien envuelto.
Era un diario de exploradora. En él podría escribir todas mis aventuras.
Pero de pronto algo que brillaba en el suelo llamó mi atención.
¡Oh! ¡Era mi diente! Seguro que el ratoncito Pérez lo había perdido mientras salía de mi habitación.
Sabía que lo más correcto era devolvérselo. Además, sería la primera gran aventura para mi nuevo diario de exploradora.
Pero no tenía ni idea de dónde encontrarlo. A ver, si yo fuera un ratón, me escondería, me escondería...
En el parque es un lugar tranquilo lleno de flores y animales.
Así que allí que me fui. Al entrar me encontré con una curiosa encrucijada.
El camino de la izquierda continuaba por el parque municipal y el de la derecha se adentraba en el bosque tenebroso.
Desde el interior del bosque se oían granidos de aves misteriosas.
Y era difícil saber si un ratón elegiría un lugar así para esconderse.
Pero lo que sí sabía es que no debía adentrarme en ese bosque sin la compañía de mis papás.
Así que decidí seguir por el parque y buscar entre los laberínticos caminos hechos con setos.
Al llegar a una zona del bosque, escuché un ruido entre las hojas secas. ¿Sería el ratoncito Pérez?
Vaya, pues no. Era una ardilla que estaba recolectando avellanas para llenar su despensa.
Hola ardilla, busco al ratoncito Pérez para devolverle un diente que perdió. No lo habrás visto.
Quizá lo encuentres en el gran árbol de los ratones, que está al otro lado de la carretera.
Puedes intentar cruzarla o buscar en la orilla del río. A veces va allí a refrescarse, me respondió la ardilla.
Cruzar la carretera me parecía aún más peligroso que entrar al bosque tétrico.
Así que decidí buscar en la orilla del río.
Al llegar, escuché un chapoteo y unos sollozos.
Un perrito había caído al río y no sabía nadar. Así que corrí a rescatarlo sin pensármelo dos veces.
Una vez fuera del agua me di cuenta de que el cachorro estaba perdido.
Y al levantar la vista para buscar a su dueño, vi un gran cartel en la fachada del edificio de enfrente que ponía.
Detective, encuentro cualquier cosa por difícil que sea.
¡Eso es! Podría pedirle a un detective que me ayudara a encontrar al ratoncito Pérez.
Pero de pronto mi entusiasmo se desvaneció.
Lo más correcto era buscar al dueño del cachorro y continuar la búsqueda cuando el perrito estuviera completamente a salvo.
Y tras preguntar a varias personas, logré encontrar al dueño.
Era un señor con un gran bigote que abrazaba a su perro entre lágrimas, mientras el perrito le daba grandes lametazos en la cara.
El señor del bigote estaba tan agradecido que me recompensó con una brillante moneda.
Podría comprar un montón de chuches.
O tal vez debería de ir al mercado y gastar el dinero en comida de verdad para seguir con mi búsqueda.
La idea de comprar muchas chuches era demasiado tentadora, así que me olvidé de mi misión y me dirigí a la tienda de chuches.
¡Ay! Cientos, cientos y miles de chuches se amontonaban en botes por todas las partes.
Había caramelos, gominolas, chocolates, y con esa moneda podría comprar un montón de cada cosa.
Regresé al parque súper contenta y cargada con una gran bolsa de chuches.
Y me senté en un banco a comer una chuche tras otra, cuando vi que se acercaba un grupo de niños.
—¿Nos das unas pocas? —me preguntó uno de ellos. Sabía que tenía que ser generosa, pero, ¡joder!
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