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MEMORIAS DE AMOR Y DE GUERRA
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12 - LA ESCUADRA EN EL CUARTEL (Segunda Parte)

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20/4/2025 · 10:27
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MEMORIAS DE AMOR Y DE GUERRA

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Parte 2 Capítulo 3 “Memorias de Amor y de Guerra” son mis recuerdos de una década trágica (1976-1986) para mi país Guatemala. Quiero compartir con las nuevas generaciones lo vivido, con la esperanza de que nunca más los jóvenes crean que la guerra es la solución de nuestros problemas. Creo que es mi responsabilidad hacerlo y así poner mi granito de arena para que juntos encontremos nuevos caminos para construir un mundo mejor, más justo y más amoroso. "Memorias de Amor y de Guerra" inicia la madrugada del terremoto del 4 de febrero de 1976 que desoló el país de frontera a frontera, un terremoto que nos desveló las condiciones de pobreza extrema de la inmensa mayoría del país. Fue así, que, siendo estudiante del colegio más caro de Guatemala, decidí a los 16 años incorporarme a la lucha clandestina y guerrillera. Es también un libro que habla de la urgente necesidad de amar y ser amado, cuando cada día puede ser el último día de nuestras vidas. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/2552305 3k3s3b

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Segunda parte.

Capítulo 3.

Nuestro retorno estaba contemplado para finales de febrero o principios de marzo de 1979.

Teníamos pues dos meses por delante en La Habana y nuestro tiempo debía ser organizado con la misma disciplina militar.

Levantada a las seis de la mañana, durante el matutino salíamos a correr las calles desiertas de nuestro vecindario.

Por la quinta avenida hacia oriente llegábamos a correr hasta el malecón.

Luego de cruzar el túnel del río Almendaris para recibir el sol naciente tras el morro de La Habana y por Occidente, de vez en cuando nos aventurábamos hasta el puerto de Mariel que pocos años después se haría mundialmente famoso por la avalancha de miles de disidentes rumbo a Miami y que el régimen calificaba de Gusanera y Escoria, el reservorio de los lumpenproletarios.

Por lo menos una mañana por semana teníamos programado un encuentro con el agregado militar de Vietnam.

Tardes de cine soviético y cubano en las salitas privadas del ICAIC, el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica, donde vimos las cinco partes de la Gran Guerra Patria, la carretera de Volokolamsk, los hombres de Panfilov y diecisiete instantes de una primavera, después de haber leído los libros en la 42.

Memorias del subdesarrollo, el hombre de Mainzin y Kun, el brigadista, fue increíble.

A veces el patojo no se podía contener y nos iba avisando lo que iba a pasar, hasta que logramos callarlo, sin comprender que para él, el cine era algo nuevo.

Visitamos todos los museos de La Habana, recorrimos sus calles desde el Cerro hasta el Vedado y desde La Habana Vieja hasta Siboney.

Fuimos al teatro, escuchamos conciertos en las salas más hermosas, nos dimos hasta el tiempo de ir al Club Tropicana con Lucrecia, sin olvidar la visita a escuelas al campo, a los sindicatos, pueblos nuevos campesinos y visitas a embajadas amigas.

A las dos semanas de aquel ritmo, llegamos al 31 de diciembre de 1978, el 20 aniversario de la Revolución.

Lucrecia nos invitó a cenar al lujoso restaurante que está en el Penthouse del Foxa, el edificio más alto de La Habana.

Acostumbrados a sus calles oscuras y falta de alumbrado eléctrico, nos sorprendió verla como si fuera arbolito de Navidad.

En cada cuadra los vecinos habían sacado mesas y los CDR, los Comités de Defensa de la Revolución, permitieron que la gente se colgara de los cables eléctricos y así iluminar las improvisadas pistas de baile que se sucedían unas a otras.

Luego de la cena y de las palabras rimbombantes de Lucrecia y Nayo, cada uno de nosotros brindamos por el hombre nuevo y por un mundo en paz y fraterno, como el que habíamos visto en las cooperativas y las escuelas cubanas.

Un rumor se alzaba hasta nosotros.

Pedimos al mesero que nos abriera la ventana y como una risotada entró un chunchún de fiestas en una amalgama de son, danzón, salsa y huahuancó.

La noche era joven y Lucrecia debía asistir a una gala del Partido Comunista Cubano, a la que afortunadamente nosotros no estábamos invitados.

En casa nos esperaba una buena dotación de ron y cerveza.

Pasadas un par de horas, acompañábamos a Neto, que tocaba la guitarra y cantaba a cerrante.

Decidimos salir a caminar.

El Estado había tirado la casa por la ventana.

Un lechón por cuadra, camiones cisterna de cerveza, mucho ron y los equipos de sonido de cada CDR tronando en cada cuadra.

Aquello era un carnaval.

Bajamos las defensas y nuestro niño interno nos hizo olvidar por unas horas nuestro destino.

Bailamos los ocho en círculo.

A veces nos dispersábamos poniendo puntos de o cada 15 minutos.

Misión, encontrar pareja para bailar y regresar a dar el parte si la misión había sido alcanzada o no en medio de las carcajadas.

Ahora que lo pienso, creo que nunca más volví a carcajearme así.

La guerra no logró quitarme la sonrisa, pero la carcajada sí.

Amanecimos aquel primero de enero de 1979 exhaustos, pero eufóricos sentados sobre el malecón con las piernas colgando y las olas rompiendo bajo nuestros pies.

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