
Descripción de 03 - Irresponsabilidad Adolescente 1v2n1f
Parte 1 Capítulo 2 “Memorias de Amor y de Guerra” son mis recuerdos de una década trágica (1976-1986) para mi país Guatemala. Quiero compartir con las nuevas generaciones lo vivido, con la esperanza de que nunca más los jóvenes crean que la guerra es la solución de nuestros problemas. Creo que es mi responsabilidad hacerlo y así poner mi granito de arena para que juntos encontremos nuevos caminos para construir un mundo mejor, más justo y más amoroso. "Memorias de Amor y de Guerra" inicia la madrugada del terremoto del 4 de febrero de 1976 que desoló el país de frontera a frontera, un terremoto que nos desveló las condiciones de pobreza extrema de la inmensa mayoría del país. Fue así, que siendo estudiante del colegio más caro de Guatemala, decidí a los 16 años incorporarme a la lucha clandestina y guerrillera. Es también un libro que habla de la urgente necesidad de amar y ser amado, cuando cada día puede ser el último día de nuestras vidas. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/2552305 5n6g14
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Capítulo 2 Estando en casa de unas amigas chilenas, recuerdo perfectamente ver entrar a la madre diciendo que había alguien en la puerta preguntando por mí.
Salí y Sebastián sólo me dijo ¡Montate! Y me monté en aquel Isuzu verde chingalavista de su hermano.
Ya era de noche, pero pude ver que aquel estaba más serio y silencioso de lo normal.
Me llevó a un parqueo de un centro comercial nuevo, apagó el motor y sin mayor preámbulo me preguntó si me acordaba del trato que habíamos hecho de que si alguno de los dos encontraba algún o con la guerrilla, se lo diría al otro.
¿Cómo olvidarlo? Pues ya tengo el o, ¿qué decís? Pues nada, entrémosle.
Largo silencio.
Luego me explicó que este grupo no era el EGP, Ejército Guerrillero de los Pobres, que era un movimiento nuevo, afín al EGP, pero que era conocido como la O, la O de Organización.
Los días siguientes transcurrieron con total normalidad.
Días de clases en los que o dormíamos o nos veníamos mientras alguna amiga nos torturaba enseñándonos los calzones o el pronunciado escote.
De irnos a fumar a escondidas en un bosquecito al que llamábamos Los Pinitos.
Las horas interminables de ping pong en casa de Pancho, los fines de semana en los que me robaba el carro de mi padre para ir con los cuates al Gato Loco, a tomarnos litros de cerveza y perder un poco más la inocencia.
Las noviecitas del grupo de amigas con las que aún hoy en día nos une el WhatsApp, a pesar de estar regadas por todo el mundo.
En fin, la vida suave y feliz de las clases pudientes y la irresponsabilidad adolescente.
Al hacer rewind a la película de mi vida, es imposible decir cuál fue el momento que determinó el presente, que en mi caso es de nuevo el exilio.
¿Acaso fue aquel encuentro en Comalapa o aquella noche en el parqueo con Cristian? ¿O la narrativa de mis padres a quedarse en Nueva Orleans después de terminar sus doctorados? ¿O el momento en el que el dictador ubico ordena el asesinato de mi abuelo y su hermano? ¿O más atrás, cuando a mi bisabuelo los guardias rurales se lo llevaron esposado en un tren para ser fusilado en Zacapa? ¿O cuando el general justo Rufino Barrios, con su revolución liberal de 1871, expropia la iglesia y expulsa a Colombia a mi tataratía, la beata Sorencarnación Rosal? La madeja de la vida nos envuelve con sus acontecimientos. Caminamos pensándonos libres y a medida que nos vamos poniendo viejos, llega esta sensación de que nada es fortuito, de que las casualidades no existen y que somos tan solo pequeñas piezas en el entramado de un plan divino, incomprensible a nuestros pequeños grandes egos.
Finalmente, a las pocas semanas, Sebastián se comunicó conmigo y me dijo que en un par de días tendríamos un o, o sea, una cita clandestina.
Generalmente eran en cafeterías de la zona 1, es decir, en el centro de la ciudad.
Yo ni tomaba café, ni me movía nunca por ahí, así que más fuera del lugar no me podía sentir.
Llegamos puntuales y nos sentamos en una mesa.
Un par de minutos después, entró un viejo de unos 24 o 25 años que se dirigió a nuestra mesa.
Sebastián se levantó inmediatamente, lo que me hizo pensar cuántas cosas más habría que yo desconocía, cuántos os habría ya tenido él sin yo saberlo.
Era mi primer encuentro con el mundo de la clandestinidad, de las apariencias y la secretividad, un misterio que provocaba en mí atracción y temor simultáneamente.
Fermín, que así dijo llamarse, vestía una chumpa vaquera y jeans y llevaba una melena casi a los hombros, pero no escandalosa, de facciones finas y manos que hubieran podido parecer de pianista, dando en su conjunto la apariencia de un universitario cualquiera, lo cual relajó bastante mi tensión porque, en mi imaginación, estaba esperando que apareciera algún tipo de Rambo.
Compartir lo que es entrar al mundo de la clandestinidad es algo que, reconozco, no es muy fácil.
No es solo comenzar a identificarse con un nuevo nombre.
En mi caso, escogí Álvaro, en mi visión adolescente era un poco como encarnar a los superhéroes como Batman o Superman, con la desventaja de no tener superpoderes.
Un actor seguramente podría entenderme muy bien, porque la vida clandestina no es un pasatiempo, es una profesión.
Es una habilidad que se educa durante años al punto que podamos ignorar nuestro verdadero es, viéndolo desapasionadamente, algo bastante esquizofrénico.
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