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MEMORIAS DE AMOR Y DE GUERRA
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10 - Seremos Como El Ché

10 - Seremos Como El Ché p2x6m

20/4/2025 · 10:25
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MEMORIAS DE AMOR Y DE GUERRA

Descripción de 10 - Seremos Como El Ché 5p2n2s

Parte 2 Capítulo 1 “Memorias de Amor y de Guerra” son mis recuerdos de una década trágica (1976-1986) para mi país Guatemala. Quiero compartir con las nuevas generaciones lo vivido, con la esperanza de que nunca más los jóvenes crean que la guerra es la solución de nuestros problemas. Creo que es mi responsabilidad hacerlo y así poner mi granito de arena para que juntos encontremos nuevos caminos para construir un mundo mejor, más justo y más amoroso. "Memorias de Amor y de Guerra" inicia la madrugada del terremoto del 4 de febrero de 1976 que desoló el país de frontera a frontera, un terremoto que nos desveló las condiciones de pobreza extrema de la inmensa mayoría del país. Fue así, que, siendo estudiante del colegio más caro de Guatemala, decidí a los 16 años incorporarme a la lucha clandestina y guerrillera. Es también un libro que habla de la urgente necesidad de amar y ser amado, cuando cada día puede ser el último día de nuestras vidas. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/2552305 59z3d

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Segunda parte Capítulo 1 Un pequeño microbus pasó por nosotros muy temprano, que estábamos ya hace un buen rato bañados, desayunados y con nuestras maletas listas esperando.

La emoción nos embargaba a todos, ocho vidas que por alguna razón se encontraban en ese momento y en ese lugar con la misión de convertirse en guerreros.

Éramos el primer grupo grande de la O que llegaba a la isla.

Poco faltaba para enterarme que a nosotros se nos conocía como la gente de Gaspar.

Enfilamos hacia Pinal del Río, la provincia más occidental de Cuba por la Ocho Vías, una impresionante autopista de cuatro carriles por cada lado, más transitada por carretas jaladas por caballos que por carros o camiones.

Pero nosotros no estábamos para cuestionarnos esas cosas y finalmente siempre existía aquello de que eso era culpa del criminal bloqueo del imperialismo yanqui.

El cruce de miradas entre todos, la geografía de palmeras con el sol ardiente de julio, era como haberse fumado tres puros seguidos.

Al menos Nayo, el samurái, Neto, el boxeador, Pablo, el tecuandoísta y yo, el quién sabe qué, habíamos surcado las páginas de Castañeda.

Caminábamos según las enseñanzas del chamándum Juan, por la senda del guerrero.

Ninguno de los ocho había volado tanto en su vida para llegar a un lugar.

No había mucho que decir.

Sencillamente, estábamos embarcados en la misma nave, la del futuro luminoso.

Pasadas un par de horas de palmeras y reservorios de agua a nuestra izquierda y los cerros de la Sierra de los órganos a nuestra derecha, el chofer nos dijo gritando entre el viento entrando por las ventanillas y el viejo motor soviético.

Ese cerro cuadrado que ven allá es el cerro de Taburete.

Donde se entrenó el Chiantes dice a Bolivia, para allá vamos caballero.

Bajó la velocidad y se metió en una culebrita de carretera de tierra.

Los cerros comenzaron a ser montaña de verdad.

La vegetación se comenzó a espesar y los brincos que daba aquel microbús comenzaron a mellar nuestras sentaderas.

Finalmente, llegamos a una caseta de control con una aguja cerrando el paso y un más que evidente cartel de alto.

Un guardia nos dice que vamos para la 42.

Luego nos dice el chofer que cerremos los ojos y nosotros, cual perritos de Pavlov, cerramos los ojos.

Al rato, abran los ojos y luego de una pequeña recta ya más horizontal que terminaba en un redondel, llegamos a un conjunto de barracas como esas que se ven en las películas de guerra.

Construidas con planchas de concreto prefabricado, pintadas de verde y árboles de la zona que cubrían los techos de lámina de asbesto previendo curiosos aéreos.

Era como mediodía y el hambre comenzaba a apretar.

En una barraca, la que daba al camino de entrada, teníamos dos aulas, una biblioteca con televisión y un último cuarto como bodega que luego adaptaríamos como dojo para practicar karate.

La barraca más larga podía albergar a unos 150 soldados.

La tercera edificación era la cocina comedor con una máquina de agua fría y cuatro grandes mesas de concreto para unos diez soldados cada una.

Al final del redondel, dos grandes tanques de agua elevados a unos dos metros de altura.

Esa sería nuestra casa en los siguientes tres meses.

A los pocos minutos de nosotros haber llegado, llegó un jeep del que se bajaron dos oficiales ya mayores y un chofer que se fue a buscar una sombra para esperarlos.

En ese momento, aún no entendíamos el lenguaje de las estrellas y los galones en las sombreras.

Más bien, era el lenguaje de las percepciones, de las primeras impresiones, de lo que la epidermis fuera capaz de sentir.

Y la verdad es que todo era nuevo, el calor y la humedad y ese hablado cubano que nos costaba entender.

Hablaban tan rápido que les entendíamos.

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