
Descripción de Las Lágrimas del Sauce 70172s
Cuando el pequeño Bao y su familia se ven obligados abandonar la aldea a causa de una prolongada sequía, su gran amigo Liou, un árbol que siempre le dio sombra y con el que Bao compartía siempre la escasa agua que conseguía, los salvará del destierro. Guión y montaje: Elena Lostalé Voces: Elena Lostalé Voz niña: Alejandra Rojas Música Pixabay CC 4.0: Missing in wind (Pixabay); Misora (Monument_Music); Sarfaz Japanese Dragon (Malayali); The Garden of Ajisai (Harumachi); Kabuki (Diamond_Tunes) Imagen: Freepik CC - BY: Paisaje y Sauce. 3j444k
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Sueña cuentos.
Historias para niños que sueñan despiertos.
Las lágrimas del sauce.
¿Qué color te gusta más para este dibujo? ¿El azul o el naranja? El naranja.
¿El naranja? ¿No es mejor el azul? Bueno, pues el azul.
Entonces, ¿para qué me preguntas? Oye, y ya que estás aquí, ven, ayúdame a vaciar el lavavajillas, anda, que se me va a quemar la cena.
Mira, estoy dibujando.
Ya bueno, y yo estoy echando humo.
No ves que no puedo sola con todo.
No me apetece.
Oye, pero bueno, y a mí sí que me apetece.
Pues no sé, pero es tu obligación.
¿Mi obligación? ¿Y las tuyas? Tú también debes ayudar en casa.
Mi obligación es hacer por ti solo aquello que tú no puedes hacer, como freírte este pescado.
Encima pescado.
Encima de que te hago la cena.
No seas desagradecida.
Eso sí es tu obligación.
Que sea mi obligación no quiere decir que no debas valorarlo.
Me esfuerzo mucho para que no te falte de nada, ¿sabes? Sí, muchísimo.
Pues sí.
Desde que naciste, tu padre y yo nos hemos ocupado de que no te falte de nada.
Y ahora que ya eres grande y puedes ayudarnos tú a nosotros, ¿dices que es nuestra obligación? Hasta los árboles son más agradecidos que tú.
¿Qué tendrán que ver los árboles? Pues mucho.
Si los regamos y los cuidamos desde que son una semilla, ellos se acaban haciendo grandes y nos lo agradecen dándonos sombra, frutos, madera...
Es verdad, mamá.
Tienes razón.
Te ayudaré a vaciar el lavavajillas.
¿Me perdonas? Oh, claro que sí, Pitucina.
Las personas debemos colaborar.
Si un día alguien hace algo por ti, tú tienes que estar pendiente de qué es lo que esa persona necesita a su vez.
Verás, se me está ocurriendo un cuento sobre lo bonito que es que nos ayudemos y cuidemos los unos a los otros.
Todo el bien que hagamos nos traerá cosas buenas de vuelta.
Hacía años que no llovía en la aldea.
Nada.
Ni una sola gota.
La sequía había comenzado casi sin que los habitantes se dieran cuenta.
Y había avanzado despacio y en silencio.
Poco a poco, los riachuelos se secaron, la tierra se agrietó y se convirtió en polvo.
Las plantas se marchitaron y la vida se hizo imposible.
Muchos animalitos migraron a otras tierras.
Ya no quedaba nada.
Ni agua para beber, ni alimentos para comer.
En todos los años que llevo vivo, nunca he conocido una sequía como esta.
Es una situación muy preocupante.
¿Qué podemos hacer, Puibán? Usted es el hechicero.
Ayúdenos a llamar a la lluvia.
La he llamado, pero las nubes no me escuchan.
No queda más remedio que ir a por el agua más allá de estas tierras.
Al principio, los habitantes de la aldea acudían a buscar agua hasta el gran río.
Estaba muy lejos y había que caminar varios kilómetros, distancia que después debían recorrer de regreso cargados con el peso del agua.
Todos los días, el pequeño Bao se levantaba antes del amanecer para ir hasta el gran río.
Todavía era de noche cuando emprendía su camino, apresurado para poder estar de vuelta a la hora en que comenzaban las clases.
Bao era el encargado de acarrear agua para sus padres y su hermana Mai.
Se necesitaban varios litros cada día y el cántaro era muy pesado.
A pesar de eso, Bao siempre llenaba un odre con un poquito más de agua, pensando en su amigo Liu.
¿Cómo estás hoy, amigo mío? Te veo mejor.
Toma, he traído esto para ti.
Espero que esta agua calme un poquito tu sed.
Te traeré más mañana.
Liu le estaba muy agradecido a Bao, aunque no pudiera decírselo.
Si tuviera la capacidad, abrazaría al pequeño con sus ramas.
Pero eso era imposible, porque Liu era un árbol, el único árbol verde que quedaba en toda la aldea.
Gracias a la poquita agua que le traía Bao cada día, sus hojas se mantenían verdes y sus ramas firmes, apuntando al cielo.
Subtítulos realizados por la comunidad de Amara.org
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