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Fray Pedro de la Pasión era un espíritu perturbado por el maligno espíritu que infunde el ansia de saber. Flaco, anguloso, nervioso, pálido, dividía sus horas conventuales entre la oración, las disciplinas y el laboratorio que le era permitido, por los bienes que atraía a la comunidad. 2x5d43
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LA EXTRAÑA MUERTE DE FRAY PEDRO. 1867-1916. Rubén Darío.
LA EXTRAÑA MUERTE DE FRAY PEDRO.
Visitando el convento de una ciudad española, no a mucho tiempo, el amable religioso que nos servía de Cicerone, al pasar por el cementerio, me señaló una lápida en la que leí únicamente Ic Iset Frater Petrus. Este, me dijo, fue uno de los vencidos por el diablo.
—Por el viejo diablo que ya chochea, le dije.
—No, me contestó, por el demonio moderno que se escuda con la ciencia.
Y me narró el sucedido. Fray Pedro, de la Pasión, era un espíritu perturbado por el maligno espíritu que infunde el ansia de saber. Flaco, anguloso, nervioso, pálido, dividía sus horas conventuales entre la oración, las disciplinas y el laboratorio que le era permitido por los bienes que atraía la comunidad. Había estudiado, desde muy joven, las ciencias ocultas. Nombraba con cierto énfasis en las horas de conversación a Paracelsus, Alberto el Grande, y iraba profundamente a ese otro fraile, Schwarz, que nos hizo el diabólico favor de mezclar el salitre con el azufre.
Por la ciencia había llegado hasta penetrar en ciertas iniciaciones astrológicas y quirománticas. Ella le desviaba de la contemplación y del espíritu de la Escritura. En su alma se había anidado el mal de la curiosidad que perdió a nuestros primeros padres. La oración misma era olvidada con frecuencia, cuando algún experimento le mantenía cauteloso y febril. Como toda lectura le era concedida, y tenía a su disposición la rica biblioteca del convento, sus autores no fueron siempre los menos equívocos.
Así llegó hasta pretender probar sus facultades de Saorí y a poner a prueba los efectos de la magia blanca. No había duda de que estaba en gran peligro su alma a causa de su sed de saber, y de su olvido de que la ciencia constituye en el principio el arma de la serpiente, que ha de ser la esencial potencia del Anticristo, y que para el verdadero varón de fe, intium sapientiae estimor dominí. ¡Oh ignorancia feliz, santa ignorancia! Fray Pedro de la Pasión no comprendía tu celeste virtud que ha hecho a los ciertos celestinos.
Wisman se ha extendido sobre todo ello, virtud que pone un especial nimbo a algunos mínimos de Dios queridos entre los esplendores místicos y milagrosos de las agiografías. Los doctores explican y comentan altamente cómo ante los ojos del Espíritu Santo, las almas de amor son de mayor manera glorificadas que las almas de entendimiento.
Ernest Helio ha pintado en los sublimes vitro de sus fisonomías de santos, a esos beneméritos de la caridad, a esos favorecidos de la humildad, a esos seres columbinos, simples y blancos como los lirios, limpios de corazón, pobres de espíritu, bienaventurados hermanos de los pajaritos del Señor, mirados con ojos cariñosos y sororales por las puras estrellas del firmamento. Oris Carle, el merecido beato, quizá más tarde consagrado a pesar de la literatura, en el maravilloso libro en que Durtal se convierte, viste de resplandores paradisíacos al lego guardapuercos que hace bajar a la posilga la iración de los coros arcangélicos y el aplauso de las potestades de los cielos.
Y Fray Pedro, de la pasión, no comprendía eso. Él, desde luego, creía, creía con la fe de un indiscutible creyente. Mas el ansia de saber le asusaba el espíritu, le lanzaba a la averiguación de secretos de la naturaleza y de la vida, a tal punto que no se daba cuenta de cómo esa sed de saber, ese deseo indomable de penetrar en lo vedado y en lo arcano del universo, era obra del pecado. Y añagasa del bajísimo, para impedirle de esa manera su consagración absoluta a la adoración del Eterno Padre. Y la última tentación sería fatal.
Acaeció el caso no hace muchos años. Llegó a manos de Fray Pedro, un periódico en que se hablaba detalladamente de todos los progresos realizados en radiografía, gracias al descubrimiento de la naturaleza.
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