Constanza (carta de desamor) 75p4b

Audio relatos de J. M. Núñez Retortillo.

Constanza.

Carta de Desamor.

Adorada Constanza, siendo pormor del destino vuestro, como los astros del cielo y las subterráneas corrientes de fuego, podrán en vida de este vasallo, atestiguar por condición verdadera, reclamo de vos asilo en el lugar al cual los poetas han dado en llamar pensamientos, donde con frecuencia pasan de lo cotidiano al olvido las muchas cualidades de este autoproclamado esclavo, cuya voluntad lo arrastra a tender ante su amada un puente de amor exacerbado.

Son ya muchos los años que a que de vuestra existencia conozco, de vuestra sinuosa figura, de vuestro porte y altura, de vuestros tortuosos cabellos almibarados, de esos labios voluptuosos y encarnados.

Mas podría hacer de mi palabra un juramento eterno si con ello atestiguara y diera fe de que nada habrá sobre la tierra que endones iguale a los de vuestro privilegiado cráneo, el cual, sé yo bien, no pasa por adorno y remate de ese envoltorio carnal, reclamo del pecado.

Decidme, señora mía, si no son semanas las horas en vuestra ausencia, si acaso los deliciosos manjares no faltan al sabor de una cocina deleitosa sin vuestra presencia.

Unidle, si os place, al amor entreverada a la decencia, si bien más no pido que a esta epístola atendáis y convirtáis en sinceras respuestas las palabras que vos dictéis.

Constanza, ¿no fui de vos fiel aliado en vuestros caprichos? ¿No estuve por dama aventajada donde las demás se relegaron? ¿Cuál es la causa y razón, teniéndome como me tenéis cautivo, preso de vuestro destino? ¿No os parezca tan divino corresponder a este bufón? No creáis, amada mía, todo cuanto murmuran.

Las envidias son muchas, sin duda, y es sabida la aventura con que unge al vencedor alcanzar vuestro corazón solitario como quien caza un pichón.

No fueron cinco, ni seis, las damas que a mi alcoba acudieron buscando entre los algodones consuelo a su desamor.

Ni siquiera una vive Dios, luego mi reputación está a salvo, salvo que alguien entregar su vida quiera, desmintiendo mi condición de fiel, a Constanza y a mi fe.

Arbucias son estas del demonio, ocupado en confundir vuestros pensamientos con mentiras vertidas al vulgo, sin filtro y sin medida, y que como el río empapa los campos alimentando las semillas, así tuerce la voluntad y el ánimo de las gentes, juzgando al bueno por malo sin derecho a defenderse, sollozando, dicen, haberos visto por las esquinas, ocultando vuestras lágrimas a quienes son vuestras amigas.

Eso es decir, por igual, que me queréis todavía y que, de modo fatal, sucumbís a las mentiras.

Preste yo atención a quien de forma tan abrupta nos apartó del sendero, para darle su justo premio, pese a no tenerme por pendenciero.

Amada mía, el daño que os ha infligido ese bribón no ha de pasar inadvertido, para el juicio de Salomón o para el filo de mi cuchillo.

Vivo me tenéis porque el fluir de los humores por mi cuerpo anuncia así mi presencia.

Más en vida muerto soy, y aún en la muerte, a la vida faltaría ciertamente.

De una señal de mi muerte.