
Descripción de La detective 5fo6m
Relatos del autor J. M. Núñez Retortillo. Edición de J. M. Núñez Retortillo. Relatos dramatizados a partir de la antología de relatos del mismo autor contenida en el libro "Relatos breves sobre la realidad subjetiva". ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/835121 1p1u4v
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Audio relatos de J.M. Núñez Retortillo.
La detective.
Nunca tuvo dudas al respecto.
El ser humano se comportaba igual que todos los organismos vivos, por eso tendía a autorregularse evitando el crecimiento desmedido de la población.
Desde los seres más pequeños hasta los pluricelulares más grandes lo hacían.
La diferencia entre nuestra especie u otras que expandían su semilla por el planeta era que, en ocasiones, la misma naturaleza que creaba psicópatas con tendencias homicidas o bastardos sin escrúpulo alguno, también colocaba sobre el tablero a mentes suspicaces dedicadas a cazarlos.
Laura era una de esas mentes.
Llevaba tras la pista del asesino pervertido, como gustaba apodar a la prensa sensacionalista al delincuente casi un año entero.
Lo apodaban así porque tendía a dejar su marca personal en las víctimas.
Alguna vez era un simple corte de vello púbico trazando pequeños dibujos eróticos en la vulva, pero otras, los detectives no sabían muy bien si debido a que la tendencia actual consistía en rasurarse la zona íntima por completo, se inclinaba por profanar los cadáveres con toda clase de juguetes eróticos, de manera que solían hallar los cuerpos de las víctimas con algún tipo de dildo, consolador o vibrador introducidos por la vagina o por el ano.
Tampoco faltaban los que figuraban con los populares succionadores de clítoris coronando el monte de Venus, e incluso, cuando el tipo se ponía creativo, se adentraba en el mundo del bondage o del sadomasoquismo suave colocando electroestimuladores en los pezones o bozales con argollas o bolas de los que impedían el cierre de la boca.
La investigación parecía estancarse por momentos, sin embargo, esta vez, Laura creía estar tras la pista definitiva.
Seguir la trazabilidad de los juguetes eróticos resultó ser un callejón sin salida.
Casi siempre se llegaba a la misma conclusión, perteneciente a la víctima.
Tampoco descartaron que, tal vez, pudiera tratarse de un seguidor de Fincher.
Por aquello de castigar los pecados capitales, en este caso, la lujuria de las dueñas de los objetos, pero pronto desecharon esta hipótesis.
¿Por qué entonces castigaba a las mujeres a quienes rasuraba el pelo? Alguien sugirió que el caso de estas últimas podría estar relacionado con ninfómanas que revolotearan atraídas por el néctar de un mar de flores, aunque se concluyó que alguna de ellas, muy jovencita, llevaba un estilo de vida casi monacal que no casaba con su teoría.
Tampoco encontraron biomarcadores en ninguna de las supuestas escenas del crimen, que iba cerrando una puerta tras otra en la investigación.
No obstante, Laura tuvo una revelación.
Al fin y al cabo, no era tan común que alguien poseyera la habilidad y la precisión requerida para hacer ese tipo de dibujos en el vello público, lo que conducía al perfil de un profesional que se dedicara a ello, un hombre o una mujer.
Por el lugar en el que se encontró alguna de las asesinadas, era poco probable que se tratara de una mujer.
Al menos de una mujer sin una fuerte musculatura que la permitiera trasladar los cuerpos en volandas, pues no se encontraron señales de arrastre sobre el terreno.
De ese modo, la detective había reducido finalmente aún a todas las pistas a seguir para lo que tendría que poner coto a los centros de peluquería estética de la ciudad.
Tras interrogar a los dueños y trabajadores de la decena de centros de este tipo habilitados en la localidad, la intuición de Laura la llevó a descartar todos menos dos.
Esto no quería decir que no pudiera estar equivocada, y mucho menos que pudiera obtener una orden de registro para los locales o para los domicilios de los investigados basándose solo en esa intuición.
Por eso, concretó con su compañero repartirse el trabajo en las tareas de vigilancia, centradas en los sospechosos más probables.
Si volvía a actuar, tendría que cometer un error.
Su compañero no estaba muy convencido de separarse y quedar expuesto uno solo a las posibles consecuencias de que todo saliera mal, pero Laura era su superior inmediato.
Y la obedió.
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