
Descripción de 18.- Fermín, el vampiro debilucho 3t1w6c
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El vampiro debilucho.
En un lejano pueblo, cuando los relojes daban las doce de la noche y la luna asomaba por la torre del castillo, los vampiros abrían sus ataúdes.
Después se lavaban, se peinaban y se ponían sus largas capas negras.
Más tarde salían por la ventana para volar sobre el tranquilo pueblo en forma de murciélagos.
De noche, cuando todos los vampiros estaban ya en la ventana preparados para volar, surgía siempre una pequeña voz de uno de los ataúdes.
—Yo no quiero salir esta noche. Prefiero quedarme en el castillo con mis libros.
El que hablaba era Fermín, un vampiro que tenía unos gustos diferentes a los de otros vampiros.
A Fermín no le gustaban los ataúdes ni volar sin ton ni son cada noche, y le parecía de mala educación entrar en las casas a morder a las personas.
Por eso los vampiros que vivían con él en el castillo pensaban que Fermín era un debilucho y que leer no era cosa de vampiros.
La verdad que se metían mucho con Fermín, siempre le estaban molestando por ser diferente a ellos.
Pero un día llamó el cartero a la puerta del castillo.
Como eran las doce del mediodía, ninguno de los vampiros salió a ver qué quería.
Así que dejó una extraña carta por debajo de la puerta del castillo.
Los vampiros abrieron rápidamente la carta, pero no entendieron nada porque no sabían leer.
Entonces uno de ellos preguntó, —¿Dónde está Fermín? Entre todos los vampiros sacaron a Fermín de su ataúd y le dieron la carta para que la leyera.
La carta decía así, —Estimados vampiros, el día 13 de este mes deberán abandonar el castillo.
Si se niegan a marcharse, las personas del pueblo les echarán a patadas.
Un saludo, el alcalde.
Los vampiros se pusieron a lloriquear.
—¿Qué haremos, qué haremos si nos echan de nuestro castillo? Entonces Fermín les dijo, —¿Quiénes son ahora los debiluchos, eh? No podemos perder el tiempo, hay que organizarse para que no nos echen de nuestro hogar.
Y todos los vampiros se pusieron rápidamente manos a la obra.
Primero, Fermín escribió unos carteles con letras de colores muy bonitas que decían, —Los vampiros les invitan al concurso, el castillo para el más listillo.
Las personas que sean muy listas y quieran vivir para siempre en el castillo del pueblo, podrán lograrlo el día 13 al final de la noche.
Se entregarán las llaves al ganador.
Luego, Fermín pegó los carteles por todo el pueblo y esperó a que llegara el día señalado.
La noche del día 13, el castillo estaba lleno de personas dispuestas a ganar el concurso.
Cuando el reloj marcó las 12, Fermín dijo por el micrófono, —Hola, hola a todos, bienvenidos.
Hola, va a empezar nuestro concurso.
Cada concursante me propondrá una adivinanza y si no la acierto, el castillo será para él.
Al final, seré yo quien os proponga a vosotros una adivinanza.
Y si nadie la adivina, el castillo será para mí.
A las personas del pueblo les pareció muy fácil ganar y estaban entusiasmados.
Una señora propuso la primera adivinanza.
—Soy muy lenta y me gusta nadar, llevo siempre conmigo mi propio hogar.
—¿Quién soy? —Esta es muy fácil, es la tortuga.
Luego, un señor con sombrero propuso.
—Te la digo y no me entiendes, te la repito y no me comprendes.
—Sí te entiendo, es la tela.
Aquella noche, Fermín resolvió mil adivinanzas ante el asombro de todos los vampiros.
Y cuando llegó su turno, dijo.
—Tengo agujas y no sé coser.
—Tengo números pero no sé leer.
—¿Qué?
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