
Descripción de La Sauna 2ª parte 2a3f5k
Llegamos al episodio número doce para conocer cómo acabó el romance que la protagonista de la historia mantenía en la sauna de un selectivo gimnasio ¿llegó a enterarse su esposo? ¿acabó aquella pasión con su matrimonio? ¡No te lo pierdas, porque nada es lo que parece...! 2yj3s
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Bienvenidos a La Vida Mientras Tanto, un podcast para narrar historias de vida.
No pretendemos darte consejos sobre cómo debes vivir tu vida. Queremos contarte cómo viven su vida otras personas no tan ajenas a nosotros. Soy Alba Fité y os presento a Rosa Pardina, autora de las historias que va a compartir con nosotros en este podcast.
Muy buenos días Rosa, bienvenida. Hola Alba, buenos días. Bueno, hoy vamos a continuar la historia de la sauna. Recordaros que, os recuerdo que la semana pasada supimos que la protagonista de esta historia había iniciado un tórrido romance con una mujer a la que conoció en la sauna y eso afectó su vida conyugal y nos quedamos en el momento en que su marido se había dado cuenta de que algo sucedía. Celebraron las fiestas de Navidad todos juntos y el día 31 los chicos, recordad que tenía dos hijos gemelos, se fueron a Londres para pasar la noche vieja con sus amigos.
Cuando se quedaron solos su marido no le dio más tregua, quería saber por qué lo rehuía, quería que le contara la verdad pero ella continuó callando, callaba porque no sabía cómo decirle que no podía soportar que la abrazara, mucho menos que la besara, mucho menos hacer el amor con él y ante su silencio él la acusó de tener un amante. Ahora entendía por qué había abierto el Clos de Pab, para bebérselo con su amante al que para mayor escarnio para él había llevado a casa. Él no pasaría por esto, él que nunca le había sido infiel, él que siempre la había amado, ¿cómo había podido hacerle esto? Ella estaba paralizada, ni negaba ni afirmaba y él le dio una semana para irse de casa porque era ella la que debía irse, no iba a pasar él por cornudo y apaleado, dicho lo cual se largó de casa.
Aquella noche cambió el año y cambió su vida, su marido no durmió en casa ni regresó al día siguiente, ella pasó el primer día del año sola en casa intentando vislumbrar su futuro, intentando asumir todo lo que había sucedido. Hubiera deseado decirle que no quería irse, que quería continuar con él, pero ¿cómo iba a hacerlo si rechazaba su cuerpo, si era incapaz de arrimarse a él, besarlo, acariciarlo? Imposible, no podía. Ahora no le quedaba más remedio que irse y después ya se veía.
Comprobó su cuenta corriente, la que tenía su nombre y en la que su marido ingresaba una cantidad cada mes para sus cosas, por suerte sólo usaba aquel dinero para comprar regalos en las fechas señaladas, para la peluquería, las canas la obligaban a teñirse cada mes, algo de ropa y poco más. Tenía una pequeña fortuna en la cuenta. Al día siguiente el despertador no sonó, pero ella se levantó igualmente a las seis, estuvo pendiente de la puerta, pensó que él regresaría al menos a cambiarse para ir a la oficina, pero no.
Tras dos horas delante de una taza de café, encendió el ordenador y se puso a buscar apartamentos de alquiler. No sabía con qué contaba, ni cuánto le durarían los ahorros y por la cantidad que podría pagar al mes encontró poco para escoger. Anotó el número de tres apartamentos y llamó a los tres, pero sólo contestó el propietario de uno de ellos. Era un muchacho joven que se había ido a vivir con su novia y alquilaba su piso de soltero. Un estudio, aclaró.
Quedaron a las doce para visitarlo. El anuncio ofrecía un estudio de 30 metros cuadrados, amueblado y con electrodomésticos, salón comedor, una habitación amplia y cocina office con un cuarto de baño. Aseguraba estar en muy buena ubicación y cerca de transportes públicos. Era cierto que había un metro cercano, pero resultó estar en uno de los suburbios más inseguros de la ciudad.
El propietario la acompañó hasta un portal de hierro, por seguridad, le dijo. Subieron por una escalera angosta, sin ascensor, hasta la segunda planta y entraron directamente al salón comedor con un sofá desfondado y una mesilla baja delante en la que se podía comer cómodamente, le explicó, sentada en el sofá.
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