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El contador de historias
Maricón

Maricón uz4t

28/3/2025 · 07:41
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El contador de historias

Descripción de Maricón 6z5z3r

Relato del libro Vidas anodinas, publicado por la editorial Suseya. 4m4w25

Lee el podcast de Maricón

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Bienvenidos al contador de historias. ¿Qué tiene el calor que nos pone de mal humor, que nos hace estar más irascibles y que disminuye nuestra paciencia considerablemente? Lo que os traigo, dos policías comienzan su turno una noche de verano y se enfrentan a un gran peligro. Sin más dilación, os dejo con nuestra historia de hoy.

Justo cuando paramos a desayunar, coge el walkie manuel.

¡Qué casualidad, Martín, guárdanos el café, por favor, nos han llamado! ¡Joder, se nota que es fin de semana y luna llena, nos espera una noche movidita, solo son las 11 y mira! El coche patrulla sale a toda velocidad solo con los rotativos encendidos. No son horas de montar escándalo, si no hay problemas de circulación.

Toman casi rectas las glorietas y exprimen la Picasso hasta el último centímetro cúbico. El motor ruge en protesta por los fuertes acelerones y comienza a oler a chamuscado, pero los avisos por tráfico de drogas son cosa seria. Es una noche tropical, de las que no dan tregua al organismo para que pueda refrigerarse. Estas noches le sientan fatal a la gente.

Hay más avisos de lo normal, es como si todo el mundo perdiera la paciencia y se multiplicaran sus niveles de testosterona. Hay muchos grupos de chavales por las calles haciendo botellón. Que lástima que no encuentren otra forma de divertirse, más que pasar las horas bebiendo sin mayor objetivo que el de emborracharse. Y con mucha suerte ligar con alguien igual de borracho o que no le importe estar con uno.

Un coche en doble fila y el camión de la basura impiden el paso del coche patrulla. Los dos compañeros se ven obligados a conectar la sirena. Entonces el coche avanza unos metros para facilitar que puedan pasar. Menos mal que el conductor estaba dentro del vehículo.

Písale Rosa, que tengo un mal presentimiento. La gente conoce las calles como si se hubiera criado en ellas y parece deslizarse por el asfalto.

Merecieron la pena los cursos de conducción de seguridad y evasiva. Manuel aprieta los puños con nerviosismo. Las drogas conllevan violencia con cualquier tipo de armas, heridos, persecuciones. Es una lacra cronificada de las grandes ciudades y nunca termina de acostumbrarse.

Cuando hay armas de por medio nunca se sabe cómo terminará la actuación. Cualquier tonto puede disparar un revólver del 38, solo hay que apretar el gatillo y un pequeño proyectil puede acabar incrustado en cualquier sitio, generalmente el menos esperado.

Al llegar encuentran otros tres operativos en la pequeña calle. Los agentes están parapetados por sus vehículos. Hay un tipo en el suelo a la entrada del portal sin uniforme y sangrando por la cabeza, alrededor de la cual se han esparcido sucesos. Se oyen disparos, pero por lo que parece provienen del interior del bloque de pisos.

Es ahí donde se han hecho fuerte a los delincuentes. Rosa coloca el coche transversalmente para usarlo de escudo y al igual que sus compañeros se mantiene en guardia con su arma desenfundada, pero le tiemblan las manos. Manuel le pone la mano sobre su hombro para tranquilizarla y saca su pistola también. Para esto le han servido los años de preparación en el ejército.

Rosa suspira con algo de alivio y le mira.

Adelante, para esto nos pagan. Y asomándose por encima del capó apunta a uno de los tipos que acababa de asomarse para disparar, tira del gatillo y impacta en una de sus piernas.

El otro hombre, al ver como chilla de dolor su compañero, se asoma con las manos en alto para entregarse. Manuel, sin dejar de apuntar y con el arma aladeada en posición de seguridad, se aproxima hasta él.

Las manos contra la pared, separa las piernas, échalas hacia atrás, ¡quieto! No te muevas.

Comienza a cachearle. ¿Qué pasa, madero? ¿Encuentras algo que te guste, maricón? Entonces se revuelve y sacando un pequeño cuchillo de la manga, le hace un corte en la cara. Manuel le desarma con una llave y mirándole con rabia e impaciencia, con poca delicadeza, procede a engrietarle. Le gira y cara a cara, con mirada orgullosa, dice ¡Maricón, el último que llegue! Llora como un marica.

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