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El Narrador de Historias
Ka’Teh-Ara: La Conciencia del Bosque Sin Nombre

Ka’Teh-Ara: La Conciencia del Bosque Sin Nombre 2q1f62

30/5/2025 · 07:21
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El Narrador de Historias

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Episodio 02 – Ka’Teh-Ara: La Conciencia del Bosque Sin Nombre Una historia original del universo de Los Custodios del Umbral. Entre Rumania y Ucrania existe un bosque que no aparece en los mapas. Nadie que haya entrado ha regresado. Allí habita Ka’Teh-Ara, una conciencia ancestral que devora almas y las transforma en flores que susurran advertencias. Los Custodios del Umbral intentaron sellarla… pero algo se mueve de nuevo bajo la tierra. 🌑 Una narración envolvente, ambientada con sonidos oscuros, misterio y tensión. 📩 Envíanos tu historia o comentario a: 📧 [email protected] 📧 [email protected] 📲 Síguenos y escucha los próximos episodios en: Spotify, Amazon Music, Apple Podcast, iVoox, IHeart Radio, Castbox y YouTube Podcast. 6x403e

Lee el podcast de Ka’Teh-Ara: La Conciencia del Bosque Sin Nombre

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

El narrador de historias Entre las fronteras de Rumania y Ucrania existe un bosque que no aparece en los mapas.

No tiene nombre y ningún cazador botánico o viajero ha regresado para contar lo que han encontrado en su interior.

Se le conoce como el bosque sin nombre.

Este bosque apartado del mundo está bajo el control de una conciencia primitiva, una entidad que ha existido desde antes que el hombre pisara esta tierra.

Su nombre, Ketanjara, y no es un ser tangible sino una fuerza que se ha fusionado con el propio bosque.

Se dice que Ketanjara se alimenta de las almas de aquellos que se atreven a cruzar su territorio.

Al absorberlos, los convierte en parte de su cuerpo.

Los troncos de los árboles se transforman en extensiones de su conciencia y sus cuerpos son absorbidos para nutrir la tierra.

Los que caen en sus garras son transformados.

Sus rostros y voces quedan atrapadas en las flores y las ramas del bosque.

Cualquier viajero que se adentre demasiado en este bosque comienza a escuchar voces que emergen de las flores.

Voces que susurran nombres, advertencias, gritos apagados por el tiempo.

No avances más, regresa.

Pero poco se escucha.

La fascinación por lo prohibido lo ciega y cuando el primer paso se da en falso, ya es demasiado tarde.

Las raíces de Ketanjara los atraen, los absorben.

Los convierten en más flores, más ramas, más hojas.

Cada uno de ellos queda marcado por el bosque convertidos en nuevos ecos, nuevos susurros que advierten a los próximos.

Fue en 1914 cuando un grupo de botánicos rusos, deseosos de estudiar las especies raras de este bosque, decidió adentrarse sin respetar las advertencias.

Cuando el gobierno local se enteró de su desaparición, enviaron soldados a buscarlos, pero nunca regresaron.

Solo un diario fue hallado con las últimas palabras de uno de los botánicos quien escribió.

Las flores no son hermosas, son voces.

He escuchado las voces de mis compañeros, piden ayuda.

El bosque se está apoderando de mí.

Debo correr, pero las raíces me sujetan, me arrastran al suelo.

Los custodios del umbral fueron alertados por la desaparición de tantas personas en este lugar, y después de semanas de investigaciones, se dieron cuenta de que Ketanjara no era solo un monstruo de carne y hueso, era una conciencia viviente que tomaba control de todo el ecosistema a su alrededor.

Los árboles no solo eran árboles, eran sus brazos.

Las flores no solo adornaban el paisaje, eran bocas que susurraban.

Con un ritual oscuro, los custodios sellaron la conciencia dentro del mismo corazón del bosque.

Utilizaron un sello de fuego que invoca la esencia de la tierra misma, un fuego que no consume, sino que paraliza.

Los árboles fueron marcados con runas que los unen en sello, y se talló una inscripción en latín en una piedra al centro de este círculo de árboles.

La inscripción decía, que significa destino en el tronco o silenciada.

El ritual resultó en una quietud nunca vista, el bosque se congeló en el tiempo, pero Ketanjara sigue ahí, en el corazón de esos árboles.

Sus raíces siguen extendiéndose bajo la tierra, y sus flores, sus flores siguen susurrando.

Los custodios del umbral han mantenido el sello de Ketanjara.

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