Jean Bodin - Coloquio de los siete sabios sobre arcanos relativos a cuestiones últimas (Libro III) x6a1d

Hola a todos los amigos de Filosofía Apuntes. Estamos con una nueva parte del Coloquio de los Siete Sabios sobre Ercanos Relativos a Cuestiones Últimas de Jean Baudin, libro 3. Este libro 3 del Coloquio de los Siete de Jean Baudin es una travesía fascinante por los abismos del alma, los cielos de la teología y los laberintos de la filosofía.

En este episodio del diálogo los personajes se enfrentan a uno de los temas más inquietantes de la tradición religiosa. ¿De dónde proviene el mal? ¿Qué son realmente los demonios y los ángeles? ¿Y qué nos espera después de la muerte? Entre visiones hebreas, cristianas, musulmanas y paganas, Baudin despliega una sinfonía de voces que discuten con pasión y erudición sobre la resurrección, la inmortalidad y la justicia divina. Este libro no sólo problematiza las creencias más arraigadas sino que también nos obliga a mirar con ojos nuevos lo que solemos aceptar sin cuestionar, el destino último del ser humano. Sin más dilación entonces, vamos allá mis estimados.

Bueno, la conversación se adentra en terrenos mucho más profundos que en el libro 2, en mi opinión. El grupo retoma una lectura del Fedón de Platón, en el punto donde se describe el juicio de las almas por parte de demonios tras la muerte.

Coronaus, sorprendido por la complejidad del texto, se pregunta por qué los antiguos griegos y hebreos velaron su sabiduría en un lenguaje tan críptico.

Recuerda que desde Sopo hasta los filósofos más antiguos, es decir, los pitagóricos, los orficos y herméticos, usaban símbolos, alegorías y palabras de oro para transmitir su pensamiento, una práctica que también encuentra eco en las escrituras sagradas. Octavius interviene citando a San Agustín, quien advertía sobre el peligro de tomar los símbolos como si fueran la realidad misma y resaltaba el valor de la escritura sagrada para albergar múltiples niveles de interpretación.

Fredericus, en cambio, se muestra más crítico y sostiene que la oscuridad en el lenguaje puede ser un defecto, incluso en libros sagrados como el Apocalipsis. Se pregunta si el autor del texto sería capaz de explicar su contenido, aludiendo también a la crítica que filósofos paganos como Porfirio y Juliano, el apóstata, hicieron contra las escrituras hebreas y cristianas. Coronagos intenta matizar este juicio, señalando que incluso Juliano, a pesar de ser un transgresor del cristianismo, no condenó un texto de Basilio sin antes leerlo detenidamente.

Curtius agrega una razón más práctica. Los antiguos ocultaban sus enseñanzas por respeto a su contenido y para evitar que la sabiduría fuera profanada por los indignos. Evoca a Alicis, el pitagórico, y a Porfirio, quien acusaba a Plotino de haber violado juramentos al revelar los secretos de Amonio. Amonio seguramente se refiere al maestro de Plotino, que era Amonio Sacas.

Incluso Platón, afirma, mandó a quemar alguna de sus cartas más místicas.

Zenamus toma una posición más escéptica. Para él la oscuridad muchas veces sirve para impresionar y ocultar la falta de contenido real. Compara esto con los comerciantes que usan jerga incomprensible para encubrir fórmulas inútiles. Menciona a Heráclito como ejemplo de oscuridad deliberada y señala que incluso Platón escribió pasajes tan confusos que ni él mismo los podría haber explicado.

Acusa a los egipcios de ocultar absurdos bajos jeroglíficos y cita a Lucilio, quien decía no querer ser leído ni por los sabios ni por los ignorantes.

Y ahí es donde interviene Salomón para diferenciar a los sabios verdaderos de los sofistas. La ocultación de la sabiduría tiene un propósito religioso y ético. Cita al rabino Maimonides nuevamente, el de la guía de los perplejos.