Ep. 30. Antonio Ribera Blancafort, el descubridor del ibuprofeno 5a5q1u

¡Hola! ¿Cómo están? Bienvenidos a Ilustres Olvidados, un podcast de The Objective, en
el que hablamos de figuras del pasado de España que han protagonizado grandes hitos
y hazañas, pero a quienes la historia ha decidido no recordar. Les habla, como todas las semanas,
Jaime Cervera. En el capítulo anterior hablamos de Ruy González
de Clavijo, que en el siglo XV se hizo un viajecito de 7.000 kilómetros para ir a ver
al gran cacique mongol Tamerlán. Hoy avanzamos 500 años para contar la historia de un español
al que millones de personas acuden en su día a día.
Pese al relato que defina a España como un país atrasado y oscurantista, que otras naciones
han querido imponer, lo cierto es que no han sido pocas las incursiones de compatriotas
nuestros en el terreno de la medicina. Hoy en día, por ejemplo, es ya bien famosa la
expedición que Francisco Javier Valmis lideró a inicios del siglo XIX para llevar la recién
descubierta vacuna de la viruela a los territorios españoles en América y Filipinas. Otros casos
menos conocidos los hemos ido ya reivindicando en este podcast, como el del doctor catalán
Jaime Ferrán y Clúa, que desarrolló la primera vacuna efectiva contra el cólera,
o el de Fidel Pagés, que inventó la epidural, que entre otros usos destaca como la anestesia
más utilizada en partos.
Sin embargo, seguramente ninguno de estos logros médicos sea tan cotidiano en el mundo
entero como el realizado por nuestro protagonista de esta semana. Su nombre, Antonio Rivera
Blancafort, un químico español sin el que hoy en día no dispondríamos de un fármaco
tan universal como el ibuprofeno. Pese a ello, no tiene ni una triste página de Wikipedia.
Pero para eso estamos nosotros. A continuación veremos el porqué.
Antonio Rivera Blancafort nació en Barcelona en 1935. Se licenció en ciencias químicas
por la Universidad Complutense de Madrid y tanto la licenciatura como el posterior doctorado
los obtuvo con premio extraordinario. Su vida transcurrió como la de muchos profesores
universitarios, muy prestigiosos, eso sí, pero aparentemente sin mayor relumbrón.
Antonio se casó con una compañera de clase, África de Madariaga, y poco después de
completar sus estudios, ambos se trasladaron a Nottingham, Inglaterra. Allí Rivera entró
como becario de la empresa farmacéutica Boots Pure Drug, que en ese momento tenía un equipo
dedicado a buscar una cura contra la artritis. Fue en el curso de esa investigación cuando
un día el joven español identificó la estructura química de una molécula que en poco tiempo
se convertiría en el antiinflamatorio y analgésico más popular del mundo, el ibuprofeno.
Es aquí donde arranca la historia de un descubridor olvidado. En 1966 se registra la primera patente
en Estados Unidos para este nuevo medicamento. Aparece atribuida a los químicos británicos
Stuart Adams y John Nicholson en nombre de la empresa. Y no fue hasta seis años después,
en 1974, cuando se renueva la patente y se incluye a otros dos científicos, Bernard
John Armitage y, ya sí, al español Antonio Rivera Blancafort.
Sin embargo, el rastro del químico catalán es difícil de encontrar hoy en día. En la
literatura científica anglosajona, el hallazgo aparece siempre atribuido a Stuart y Nicholson.
Hasta el punto de que el primero de ellos recibió en 1987 la Orden del Imperio Británico,
incluido el título de Sir.
Mientras tanto, Rivera, hombre discreto, continuó con su carrera científica. Tras sus cuatro
años trabajando en Inglaterra, en 1965 volvió a España para incorporarse al Instituto de
Química Orgánica del CSIC. Allí se dedicó a investigar sobre el metabolismo de los lípidos
y sobre las membranas biológicas. Después, tras unos años como profesor de la Complutense,
logró la Cátedra de Técnicas Instrumentales.