
Cuarto Milenio: El hecho extraordinario 4p2j2s
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Manuel García Morente (1886-1943) fue uno de los filósofos españoles más importantes de la primera mitad del siglo XX. Era racionalista y ateo. Sin embargo, una experiencia personal cambió el sentido de su vida. El detonante de su conversión fue el hecho que sucedió en la noche del 29 al 30 de abril de 1937, aproximadamente a las dos de la madrugada. El filósofo se encontraba en el exilio en París en plena guerra civil española. Pues bien, esa noche pasó algo. García Morente escuchó un trozo de la orquesta de Berlioz sobre La infancia de Jesús. Se llenó de paz y en su mente empezaron a desfilar imágenes de la vida de Cristo, de María y de José. Hasta que llegó a la Cruz. Y comprende que ese Dios es el verdadero, Dios vivo, esa es la Providencia viva. A Dios hecho hombre sufriendo como él, más que él, si lo entiende y Dios también lo entiende a él. Comienza a rezar. Se da cuenta que el acto más propio y verdaderamente humano es la aceptación libre de la voluntad de Dios. Postrado de rodillas se entrega a Jesucristo. Reinaba en él una paz inmensa. Iker Jiménez nos cuenta esta sorprendente conversión. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/7162 2l3v
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Manuel García Morente, efectivamente, uno de los grandes filósofos españoles del siglo XX, académico, huía de su propio país y la soledad del huido, cuando pasan las semanas, empieza a ser terrible. Casi malvivía en la ciudad de los artistas y los poetas, pero tenía una dimensión mucho más húmeda y oscura para él.
Apenas se podía gestionar un pequeño chamizo, una buhardilla donde estaba escondido. Cualquier ruido le alertaba, cualquier mirada furtiva y sospechosa podía ser la denuncia. Y había perdido la fe hacía mucho tiempo, la había tenido de niño, pero después la vida le había dado por todo lo contrario.
Curiosamente, él tiene toda la esperanza en que va a conseguir, con la diplomatura española, llevar a su familia con él e iniciar, no queda otra, una nueva vida en París, como le pasó a muchos españoles. Pero ¿qué ocurre? Que se va dando cuenta, poco a poco, que le están dando largas, que el importante catedrático del saber ya no era tan importante y que le iban dejando porque había asuntos mucho más clave. Y entonces una llamada, un buen día, le sume en un proceso profundo de depresión.
Y esto es importante porque hay quien dice que puede ser fruto de esto, todo lo que vamos a contar, o que cuando el umbral del ánimo baja, la situación anímica es absolutamente abisal, es cuando pueden pasar estas cosas realmente. Primero porque el sujeto lo necesita, puede ser una autorreacción, o porque las otras cosas que existen y no vemos, pum, nos dan su energía en ese preciso instante. Aquella llamada fue terrible, le dijeron un poco menos que se iba a tener que ganar la vida solo, separado de su familia, todo lo que le prometieron no era verdad y estaba ahí, en esa buhardilla.
Él llega a pensar, lo dice en su libro, el hecho extraordinario, él llega a pensar en el suicidio. Está sentado tranquilamente y piensa que puede ser su última cena incluso. La ventana está entreabierta. Es un día de 1937, una noche cualquiera, aunque no será para él una noche cualquiera, evidentemente.
Entonces, la casualidad de la vida, nunca lo sabremos. Esto es una carta que escribirá a un sacerdote tiempo después, porque durante años lo mantuvo en secreto. No se atrevía a contar lo que le había pasado, pero a partir de esta noche fue un hombre completamente nuevo. En la vieja radio, que era uno de los pocos lujos que García Morente tenía, resulta que será una canción repentinamente, como un soplido nuevo. Esa canción exactamente es la infancia de Jesús, de Berlioz, y esa canción invade la escena, cochambrosa casi, de este hombre que está a punto de poner fin a sus días.
Dice él, le leo textualmente, porque sería irreverente no hacerlo así, en la página 44 de su larga carta, por mi mente empezaron a desfilar, sin que yo pudiera oponer resistencia, imágenes de la niñez de nuestro señor Jesucristo.
Poco a poco, se fue agranando en mi alma la visión de Cristo, de Cristo hombre, clavado en la cruz, en una eminencia dominando un pasaje de inmensidad, una infinita llanura pullante en el aire.
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