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Que vuelen alto los dados
Conclave I: Bajo la llave y la Cruz

Conclave I: Bajo la llave y la Cruz 6d5p2

4/5/2025 · 02:39:51
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Descripción de Conclave I: Bajo la llave y la Cruz 4w3v3y

En las entrañas del Vaticano, cuando un Papa muere o renuncia, comienza un ritual que hunde sus raíces en más de mil años de historia. Este episodio te lleva a través de los orígenes del cónclave, su evolución desde los tumultuosos siglos medievales hasta su institucionalización en Trento. Descubriremos cómo la teología del encierro se convirtió en una forma de proteger al Espíritu Santo… y también de blindar el poder. ¿Qué esconde la fórmula Extra omnes? ¿Quién vigila a los vigilantes? 📌 Desde el Edicto de Nicéforo hasta las claves de Gregorio X. 📌 Disputas, encierros forzosos… y el humo antes del humo. 🔐 Empieza el encierro, pero las puertas no se cierran solo con llave... 🖖 Síguenos en: · Nuestra web: https://quevuelenaltolosdados.com/ · YouTube: https://www.youtube.com/@QueVuelenAltolosDados · TikTok: https://www.tiktok.com/@quevuelenaltolosdados?lang=es · Facebook : https://www.facebook.com/QueVuelenAltoLosDados · Instragram: quevuelenaltolosdados · Twitter: @QVAD_Hist o: [email protected] Puedes ayudarnos a mantener y mejorar el programa en : https://ko-fi.com/quevuelenaltolosdados 🎼Soundtrack: · The Story, de Alexander Nakara · Black Knight, de Rafael Krux. · Hymn heroes epic. · Adventures of Flying Jack Free for Commercial Use, Free Of Royalties, Free Of Attribution, Creative Commons 214ms

Lee el podcast de Conclave I: Bajo la llave y la Cruz

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Viterbo, Año del Señor de 1269. Los cardenales llevaban encerrados ya más de un año bajo el mismo techo, o lo que quedaba de él. La muerte del Papa Clemente IV había dejado la cristiandad descabezada y sus príncipes espirituales, más hábiles en la intriga que en la oración, no lograban ponerse de acuerdo para elegir un sucesor. El trono de San Pedro había quedado vacío, pero no la ambición. El colegio cardenalicio estaba fracturado en facciones irreconciliables. Por un lado, los partidarios de Carlos de Anjou, el poderoso rey de Sicilia y hermano del rey de Francia, que buscaba un papa dócil a sus intereses dinásticos.

Por otro lado, los cardenales que defendían la autonomía romana o los intereses del sacro imperio germánico, que temían que la iglesia se convirtiera en una marioneta de las coronas europeas. Cada votación era un campo de batalla, cada misa una negociación oculta, cada comida un intento de ganar tiempo. Dentro del palacio episcopal, las discusiones eran amargas. Los votos se repetían, las alianzas cambiaban como el viento. El requisito de obtener dos tercios de los votos establecido en el III Concilio de Letrán en 1179 convertía cada elección en una guerra de desgaste. Ningún bando lograba imponerse, y las alianzas internas se tejían y se rompían como telarañas en medio de una tormenta.

Mientras tanto, la cristiandad se sumía en la incertidumbre. Sin papa, no había orden espiritual, y sin orden espiritual, las guerras, las herejías y el caos político se multiplicaban. Y el pueblo de Viterbo, obligado a hospedar y alimentar a aquellos príncipes de la iglesia, y harto de financiar el lujo de aquellos hombres enredados en sus disputas, decidió conseguir aquello que el Espíritu Santo no había conseguido, que se pusieran de acuerdo. Así que primero clausuraron el edificio sellando todas las puertas. Después comenzaron a desmontar el techo del palacio, viga por viga, dejando a los cardenales expuestos al frío y a las lluvias de la Toscana para finalmente reducirles la comida a pan y agua.

De esta manera, privados de cobijo, de confort y de abundancia, los electores descubrieron que no podían resistir la presión popular. Dos años y nueve meses después, doblados por el hambre y la vergüenza, los cardenales decidieron. ¿Delegaron su autoridad en un pequeño comité? Y así, entre ruinas y rencores, fue elegido finalmente el nuevo pontífice, Tedaldo Visconti, un simple arcediano que se encontraba en Tierra Santa. Visconti no era cardenal, no era candidato, ni siquiera estaba en Europa, pero su distancia a las facciones hizo de él la única opción disponible. Cuando finalmente fue entronizado como Gregorio X, supo que aquel cónclave había revelado una verdad incómoda, que la fe no siempre mueve montañas.

A veces, la mueve el hambre. De esta experiencia brutal nació el cónclave, el encierro bajo llave, el silencio forzado, la búsqueda, real o fingida, de una voluntad divina entre hombres cansados, hambrientos y temerosos. No fue una victoria del Espíritu Santo. Fue una victoria del pueblo, de la necesidad y de la impaciencia. Un recordatorio brutal de que incluso las decisiones más solemnes nacen a veces del barro y de la furia. Hoy vamos a viajar a esos primeros encierros, a las puertas selladas, a los juramentos y a los ecos de hambre que desde entonces acompañan cada elección papal. Esto es, que vuelen alto los dados. Bienvenidos, comenzamos.

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