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HISTORIAS PARA RECORDAR
El catorce de febrero

El catorce de febrero 2o6850

16/2/2025 · 10:01
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HISTORIAS PARA RECORDAR

Descripción de El catorce de febrero 76d67

Un hombre mayor, recordando su juventud, llega hasta la tumba de su amada. Allí le parece verla, o la ve de verdad, y se aman hasta el amanecer, cuando él, por fin, parte de este mundo para irse con su amada para siempre. 5q624z

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Historias para recordar, con Verónica Aventura y Jesús Guay
Pido disculpas por esta voz griposa que tengo, pero es que no he sido infalible al virus que asó a la España y lo he terminado cogiendo.
Esta nueva historia para recordar es de amor, de ese amor incondicional que va más allá de la vida y de la muerte.
Una historia de amor increíble, una historia de amor de esos que ya no se encuentran por ningún lado.
Esa historia de amor que deja huella, de esos amores que no se olvidan nunca.
Bueno, pues esta historia nos envuelve en un magnetismo amoroso lleno de misterio y locura.
Recordaros lo que siempre os digo, que si tenéis poemario, novela u obra de alguna otra índole y queréis que yo lea unos párrafos,
pues te espero a que nos hables por redes sociales, bien en Facebook, Obras de Verónica Aventura,
o en Youtube, Historias para Recordar, para hacerlo de forma gratuita.
Sin más, comenzamos con la historia 14 de Febrero.
El hombre entró en el cementerio de Sevilla, dejando atrás las oficinas y los dolientes que esperaban a sus difuntos.
Llegó hasta la larga avenida que se encontraba custodiada por altos y serios cipreses, estos como guardianes infranqueables.
En su espalda guardaban lápidas de mármol con alguna que otra flor, calles estrechas de huesarios, solitarios y llenos de humedad,
panteones que parecían mausoleo, con puertas de rejas y letra dorada, solos también,
estatua de ángeles sobre sus tumbas blancas, cristos muertos, vírgenes llorosas, cantantes, toreros, bailarines, impresos todos.
En estatuas de mármol o bronce, el hombre ya no era aquel muchacho de cabellos negros y ojos claros,
sus cabellos de arriba casi habían desaparecido y se habían vuelto blancos, sus ojos claros los cubría las gafas,
su cuerpo ya no era aquel derecho y esbelto, más bien curvado y sus pasos se habían vuelto vacilante.
Sus manos atrás sujetaban una rosa roja, como cada catorce de febrero, las personas pasaban por su lado,
hablaban en voz baja y se acurrucaban en sus chaquetones, porque aunque hacía mucho sol y el cielo estaba celeste,
corría una brisa que lava las mejillas, por fin llegó al Cristo de la Miele, que por más que lo miraba,
él no lo veía, ningún fallo, excepto el de los años, como a él mismo, miró la rosa roja y se la acercó a la nariz,
sonrió y se persignó, quedándose un rato mirándolo, quién sabe, si no rezaba alguna oración.
Luego siguió su camino, anduvo poco, cuando giró alegremente y atravesó a los cipreses,
para dar lugar a una fila de tumbas de mármol blancas, donde había algunas coronas de flores rojas,
blancas o de varios colores en distintas tumbas, el hombre sonreía y parecía estar nervioso con su rosa en la mano,
llegó hasta una tumba que no era especialmente bonita ni nueva, pero que tenía un candado,
el hombre con los ojos brillantes se metió la mano temblorosa en el bolsillo y sacó unas pequeñas llaves doradas,
aunque no eran de oro, soltó la rosa un momento y tomó el candado no muy grande, metió la llave, forzó un poco y la abrió,
quitó el candado con cuidado y se mordió el labio inferior, abrió la tapa para arriba y el olorcillo a humedad,
junto con una mota de polvo, salieron golpeando su rostro.

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