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CRÍMENES QUE MARCARON ESPAÑA
El caso del crimen de Rosana Hervás

El caso del crimen de Rosana Hervás 37231y

21/5/2025 · 32:50
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CRÍMENES QUE MARCARON ESPAÑA

Descripción de El caso del crimen de Rosana Hervás 2i2c6y

En el verano de 2013, Rosana Hervás, de 32 años, desaparece tras una cita en el centro comercial MN4 de Picasent. Un grito, un mensaje extraño, un coche abandonado, y una búsqueda, que revela una verdad devastadora. Su bondad, que iluminaba a todos, la llevó a un destino trágico. Escucha el caso, que conmocionó Valencia, y descubre la historia, que nos enseñó, que confiar, a veces, tiene un costo irreparable. 2e1n3a

Lee el podcast de El caso del crimen de Rosana Hervás

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

En el verano de 2013, Picasen, un pueblo valenciano donde los naranjos perfuman el aire y las familias se reúnen en bares al atardecer, vive días de calma aparente.

Rosana Herbaz, de 32 años, conocida por su sonrisa y su generosidad, sale de casa una tarde de domingo, conduciendo su Peugeot 206 negro, hacia una cita, que cambiará su destino para siempre.

Horas después, un grito desesperado resuena en el teléfono de su padre, seguido de un mensaje extraño y un silencio, que envuelve al pueblo en miedo.

La desaparición de Rosana desencadena una búsqueda frenética, revelando una verdad oscura, que nadie pudo prever.

Esto es, Crímenes que marcaron España.

Hoy, el caso de Rosana Herbaz.

Detrás de los hechos, conozcamos las personas clave de este relato.

Rosana Herbaz Albert tenía 32 años, y desde fuera, su vida podía parecer tranquila, incluso ejemplar.

Vivía en Picasend, un pueblo valenciano donde todos se conocían.

Tenía el pelo castaño, casi siempre recogido en una coleta práctica, como si no quisiera que nada interfiriera con su ritmo constante de actividad.

Sonreía con facilidad, una sonrisa cálida, abierta, y en su muñeca izquierda, casi escondido, un pequeño tatuaje, una línea fina, delicada, con forma de símbolo.

Para cualquiera podía ser un simple adorno, pero para ella era un recordatorio.

Su ancla, su fuerza interior, un compromiso silencioso consigo misma, resistir, pase lo que pase.

Trabajaba con una meticulosidad que bordeaba la perfección.

Mantenía su escritorio impecable, con bolígrafos alineados y notas ordenadas, reflejando su necesidad de control en un mundo que a menudo la desbordaba.

Su mayor deseo, construir un futuro estable para su familia, se entrelazaba con su miedo a decepcionarlos, un temor, que la llevaba a esforzarse más, a ayudar sin medida.

Confiada por naturaleza, prestaba dinero a quien lo necesitaba, fiaba muebles en la empresa familiar, veía siempre lo mejor en los demás, incluso cuando su entorno la advertía del peligro.

Su conflicto interno, entre su impulso de generosidad y la cautela que le pedían, definía su carácter, haciéndola vulnerable, pero también profundamente humana.

Ángel Martínez Gomera, de 37 años, se movía con una inquietud constante.

Sus manos, nunca quietas, parecían buscar algo que aferrar, revelando una energía nerviosa.

Padre de un hijo de una relación anterior, vivía al borde de la precariedad.

Atrapado en un ciclo de trabajos esporádicos que apenas le daban para subsistir, adicciones que lo arrastraban, y promesas, tanto propias como ajenas, que nunca se cumplían.

Su deseo de escapar de la pobreza se mezclaba con la atracción por el dinero fácil, una combinación peligrosa.

Pero esta ambición chocaba con un miedo profundo a hundirse aún más en la miseria, un temor que alimentaba su impulsividad y lo hacía actuar sin pensar en las consecuencias a largo plazo.

Era un hombre manipulador y oportunista.

En la bondad de los demás, Ángel veía no un gesto altruista, sino una puerta, una oportunidad para acercarse a sus propias ambiciones.

Pero dentro de él, existía un conflicto interno, la codicia que lo impulsaba a buscar el beneficio a toda costa, y una culpa, que en ocasiones lograba frenarlo.

Esta lucha interna lo convertía en un individuo impredecible, capaz de cruzar límites que la mayoría de las personas ni siquiera considerarían.

María José, de 19 años, era la novia de Ángel.

Sus ojos grandes, a menudo, reflejaban una mezcla de vulnerabilidad y ansiedad, que a veces se manifestaba en el gesto repetitivo de morder el piercing de su labio.

Era una joven insegura, atrapada en una relación tormentosa con Ángel, una dinámica marcada por constantes discusiones, y una dependencia mutua, que los mantenía unidos a pesar del caos.

Su mayor deseo era simple, pero vital, encontrar un refugio.

Una seguridad en un mundo que, hasta ese momento, siempre le había resultado hostil.

Sin embargo, este anhelo, chocaba de frente con su miedo más profundo.

El pánico a quedarse sola, desprotegida, sin nadie que la amparara en un entorno que percibía como amenazante.

Esta dualidad creaba un conflicto interno constante.

Por un lado,

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