
Descripción de El caso del Celador de Olot 2r4u4a
Olot, 2009. En un pueblo tranquilo de Girona, un geriátrico se convierte en el escenario de un crimen inimaginable. Donde los ancianos buscan cuidado y paz, un auxiliar de enfermería esconde una traición letal. En las sombras de un centro de confianza, la fragilidad de los más vulnerables es explotada por alguien en quien todos confiaban. ¿Qué oscuros secretos se ocultan tras una fachada de compasión? ¿Cómo pudo el horror pasar desapercibido tanto tiempo? Sumérgete en una historia real de gerontocidio que sacudió a una comunidad. Descubre cómo la justicia enfrentó a un depredador disfrazado de protector, y reflexiona sobre la maldad que acecha donde menos lo esperas. Un relato que te hará cuestionar hasta dónde puede llegar la traición humana. 1s1b3e
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Olot, Girona, 2009.
En el tranquilo geriátrico La Caridad, los ancianos confían sus últimos años a quienes prometen cuidarlos.
Pero entre las paredes de este refugio, una auxiliar de enfermería se convierte en su verdugo.
Con barbitúricos, insulina, y más tarde, lejía y ácido desincrustante, ciega la vida de 11 personas mayores, de 80 a 96 años, en un año de horror.
Estas víctimas, indefensas, sufren muertes agónicas, mientras él, Joan Vila, se recrea en su poder, confesando sentirse como Dios.
Durante meses, sus crímenes pasan desapercibidos, hasta que un forense detecta algo imposible.
Esto es Crímenes que marcaron España.
Hoy, el caso de Joan Vila, el celador de Olot.
Detrás de los hechos, conozcamos las personas clave de este relato.
Joan Vila Dilmé.
En 2009, Joan Vila tenía 44 años y pasaba desapercibido.
De complexión robusta, con sobrepeso, rostro redondeado y modales suaves, pocos imaginarían la oscuridad que escondía su mirada.
Nacido el 26 de septiembre de 1965 en Castelló de la Roca, Girona, creció en el seno de una familia trabajadora vinculada a la industria de los embutidos.
Su infancia fue difícil.
Retraído, nervioso, acomplejado, arrastraba una inseguridad profunda, marcada por un acné severo, tics nerviosos y una identidad sexual difusa que lo torturaba.
Nunca confirmó los rumores sobre su homosexualidad, pero llegó a afirmar que se sentía una mujer atrapada en un cuerpo de hombre.
Abandonó los estudios pronto, incapaz de encontrar su lugar.
Saltó de un oficio a otro.
Peluquero, camarero, operario en fábricas de plásticos, masajista, incluso intentó dedicarse a la reflexología.
En 2006, tras breves pasos por un geriátrico y un centro psiquiátrico, recaló en la Residencia Geriátrica La Caridad, en Olot, donde fue contratado como auxiliar de enfermería sin poseer formación reglada.
Según informes psiquiátricos posteriores, Villa padecía ansiedad crónica, un trastorno obsesivo compulsivo y una autoestima tan frágil como su estabilidad emocional.
Fumador compulsivo, mezclaba ansiolíticos, alcohol y bebidas energéticas, alimentando un cóctel tóxico que avivaba su perturbación interna.
Su interés por la muerte se convirtió en obsesión.
Estudió tanatopraxia y acumuló libros sobre ocultismo y fenómenos paranormales.
En el trabajo, se mostraba atento, amable, incluso cariñoso con los ancianos.
Pero esa fachada escondía un deseo oscuro, dominar el umbral entre la vida y la muerte.
Villa no buscaba hacer daño por placer, quería poder, quería decidir, quería sentirse alguien, y en la fragilidad de los cuerpos ancianos encontró su escenario.
Así ocurrió, crónica de los hechos.
En 2006, Joan Viladilmé ingresó como auxiliar de enfermería en la residencia geriátrica La Caritat, en Olot, Girona.
Sin titulación oficial, pero con experiencia previa en centros de bañoles y salt, fue contratado para turnos de fin de semana y festivos, momentos en que la vigilancia era escasa.
Desde el inicio, se mostró servicial, empático, incluso afectuoso, ganándose la confianza de residentes, compañeros y familiares.
Su actitud discreta y trabajadora le permitió moverse con libertad y sin levantar sospechas.
Durante tres años fue considerado un empleado modelo, pero bajo esa fachada se ocultaba un individuo profundamente perturbado.
Villa arrastraba una mezcla de ansiedad crónica, trastorno obsesivo compulsivo y baja autoestima.
Consumía habitualmente Red Bull, alcohol y ansiolíticos, y se refugiaba en una creciente fascinación por la muerte.
Estudió tanatopraxia, acumuló libros sobre fenómenos paranormales y comenzó a alimentar un deseo oscuro, ejercer control absoluto sobre la vida y la muerte.
En agosto de 2009 decidió pasar al acto.
Su primera víctima fue Rosa Barbures Puyol, de 85 años.
En un turno nocturno le istró un cóctel de barbitúricos disueltos en agua.
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