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CRÍMENES QUE MARCARON ESPAÑA
El caso de Débora Fernández-Cervera

El caso de Débora Fernández-Cervera s5vu

20/5/2025 · 16:06
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CRÍMENES QUE MARCARON ESPAÑA

Descripción de El caso de Débora Fernández-Cervera 3h4w3p

Es la tarde del 30 de abril de 2002, en Vigo, Galicia. Débora Fernández-Cervera, de 21 años, estudiante de diseño gráfico, sale a correr por la playa de Samil. No vuelve. Diez días después, su cuerpo aparece, tapado con flores, a 50 km, en O Rosal. Un preservativo, un edredón, un móvil perdido, y un sospechoso, tejen un caso lleno de fallos policiales, indignación, y un grito por justicia. Esta es la historia de Débora, un caso que sacudió Vigo, y que, 20 años después, sigue sin respuesta. 6uc23

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Es la tarde del 30 de abril de 2002, en Vigo, Galicia.

Débora Fernández Cervera, de 21 años, estudiante de diseño gráfico, sale a correr por la playa de Samil.

No vuelve.

Diez días después, su cuerpo aparece tapado con flores, a 50 kilómetros, en Orrosal.

Un preservativo, un edredón, un móvil perdido y un sospechoso, tejen un caso lleno de fallos policiales, indignación y un grito por justicia.

Esta es la historia de Débora, un caso que sacudió Vigo, y que 20 años después, sigue sin respuesta.

Esto es, Crímenes que marcaron España.

Hoy, el caso de Débora Fernández Cervera.

Detrás de los hechos, conozcamos las personas clave de este relato.

Débora Fernández Cervera tenía 21 años y vivía en Vigo.

Era estudiante de diseño gráfico y la tercera de cuatro hermanos.

Su cabello largo y sus ojos expresivos reflejaban una personalidad inicialmente tímida, pero que se volvía vibrante al ganar confianza.

Amaba el arte y la música, disfrutando desde estopa hasta piezas clásicas.

Una reciente ruptura con su exnovio la había dejado triste y vulnerable, pero seguía adelante, soñando con su futuro.

Su exnovio, de 28 años, era hijo de una familia de marisqueros.

Viajaba a Argentina por negocios, donde mantenía otra relación.

Su doble vida y actitud manipuladora afectaron profundamente a Débora.

Tras su desaparición, sus acciones levantaron sospechas que nunca se investigaron a fondo.

Rosa Fernández Cervera, la hermana menor de Débora, de unos 18 años, tenía una mirada dulce pero decidida.

Tras la tragedia, se convirtió en la portavoz de la familia, luchando por justicia, enfrentando a la policía y exigiendo respuestas, incluso cuando el caso prescribió.

Nuria, prima de Débora, de unos 22 años, era de risa fácil, insistente y leal.

Fue la última en verla con vida, corriendo en Samil.

Su testimonio sobre la actitud de Débora y sus encuentros con su exnovio fue clave, aunque ignorado por la policía.

El 30 de abril de 2002, Vigo amanecía con su habitual brisa marina y un cielo despejado.

Débora Fernández Cervera, una joven de 21 años, estudiante de diseño gráfico, salía de su clase en la universidad alrededor de las 4 de la tarde.

Pidió permiso para salir antes y se dirigió al centro de la ciudad, donde tenía cita en una peluquería para una sesión de depilación.

Durante el trayecto, vestida con vaqueros y camiseta, saludó a una amiga con la que compartió una breve y alegre conversación.

En la peluquería, mientras la esteticista realizaba su trabajo, Débora recibió una llamada que alteró visiblemente su estado de ánimo.

Su rostro se ensombreció, guardó el móvil sin comentar nada, pero su tristeza era evidente, casi al borde del llanto.

Alrededor de las 5 de la tarde, Débora regresó a su hogar, un amplio piso en el barrio de Alcabre.

La familia estaba reunida para la comida.

Sus padres, su hermana menor, Rosa, y sus hermanos mayores, José y María, que ya no residían allí.

La mesa estaba servida.

Durante la comida, José expresó su preocupación por la posibilidad de que Débora retomara o con su exnovio, un empresario de 28 años que le había sido infiel durante un viaje a Argentina.

La conversación se tornó tensa, y Débora, molesta, se retiró a su habitación, la única con conexión a Internet, donde se conectó a Messenger, el servicio de mensajería popular en esa época.

A las 6, su prima Nuria llamó al teléfono fijo para recordarle una cena con amigos esa noche en el centro.

Débora, aún afectada, declinó la invitación, alegando que no tenía ánimos para salir.

Permaneció en su habitación, entre el sonido del teclado y las vibraciones del móvil.

Sin embargo, alrededor de las 7, su actitud cambió.

Se mostró más animada.

Se puso leggings.

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