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La voz que te cuenta audiolibros
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La tristeza de Antón Chéjov

La tristeza de Antón Chéjov 21i48

10/3/2025 · 13:56
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La voz que te cuenta audiolibros

Descripción de La tristeza de Antón Chéjov 3c185w

La soledad de un cochero ante una tragedia, la dificultad para comunicar a los que nos rodean nuestro estado y la invisibilidad del protagonista ante el abandono del mundo son los temas que Antón Chéjov (1860-1904) nos relata en este fabuloso cuento de "La tristeza" en el que sentiremos alguna empatía con el protagonista. A nadie le puede resultar ajeno un estado que a todos ha sido común en algún momento de la vida. Una narración conmovedora y sutil. 6d2v5u

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

La tristeza, un cuento de Anton Chekhov. Yo soy la voz que te cuenta. Comienza el cuento con un breve epígrafe. ¿A quién contaré mi pena? Ocaso, gruesos copos revolotean alrededor de las farolas recién encendidas y forman una fina y blanda capa de nieve en tejados, lomos de caballos, hombros y gorros. El cochero Yonah Potapov está completamente blanco, como un fantasma.

Encogido cuanto puede encogerse un ser vivo, está sentado en el pescante, sin moverse. Si le cayese una luz, no consideraría necesario quitarse la nieve de encima. Su caballo también está blanco e inmóvil. Su inmovilidad, su figura contorneada y sus tiesas patas con forma de palo, recuerdan a un caballito de golosina de un copec.

Con toda probabilidad se haya sumido en cavilaciones, pues un animal al que han arrancado del arado, del paisaje gris al que se había acostumbrado y han arrojado aquí, a este torbellino lleno de horrendas luces, de incesantes trépito y de gentes apresuradas, no puede dejar de pensar. Yonah y su caballo no se mueven de su sitio desde hace rato.

Salieron a la calle antes del almuerzo, pero aún no se han estrenado, y en la ciudad ya empieza a oscurecer. La pálida luz de las farolas cede el paso a colores vivos y el trasiego de las calles se hace más ruidoso. ¡Cochero! ¡Avivorzkaya! ¡Oye, Yonah! ¡Cochero! Yonah se estremece y a través de las pestañas entornadas por la nieve, ve a un militar con capote y capucha.

¡Avivorzkaya! dice el militar. ¡Es que estás dormido! ¡Avivorzkaya! Como señal de sentimiento, Yonah tira de las riendas y caen las capas de nieve de sus hombros y de los lomos del caballo. El militar toma asiento en el trineo. El cochero chasquea los labios, estira el cuello como un cisne, se endereza y, más por costumbre que por necesidad, agita el látigo. El caballo también estira el cuello, dobla sus patas con forma de palo y, sin apresurarse, echa a andar. ¡Mira por dónde te metes! ¡Maldito! Oye gritar Yonah apenas se pone en marcha.

Las voces proceden de una masa oscura que se mueve por delante y por detrás. ¡¿A dónde diablos vas?! ¡Ve por la derecha! ¡No sabes conducir! ¡Ve por la derecha! Le grita enfadado el militar. Le insulta un carretero, le mira airado y se sacude la nieve de la manga un transeúnte que cruzaba la calle y que se ha dado con el hombro en el morro del caballo. Yonah se agita en el pescante como si fuera sentado sobre alfileres, mueve los codos a un lado y a otro, mira como un loco, como si no comprendiera dónde está ni qué hace ahí. ¡Qué canallas! se burla el militar.

Todos se meten contigo o con tu caballo, se han puesto de acuerdo. Yonah mira al pasajero y mueve los labios. Parece que quiere decir algo, pero no sale nada de su garganta salvo ronquidos. ¿Qué? le pregunta el militar. Yonah retuerce la boca con una sonrisa, fuerza la garganta y dice con voz afónica. Es que, señor, es que se me ha muerto un hijo esta semana. ¿Y de qué se ha muerto? Yonah se vuelve con todo su cuerpo hacia el pasajero y le dice. Cualquiera lo sabe. Creo que de unas fiebres. Estuvo tres días en el hospital y se murió. Así lo ha querido Dios.

Aparta, diablo. Se oye en la oscuridad. ¿Qué haces, perro sarnoso? Abre los ojos. Vamos, vamos, dice el pasajero. A este paso no llegamos ni mañana. Arréale. El cochero estira otra vez el cuello, se levanta un poco y agita torpemente el látigo. Luego se vuelve varias veces hacia el pasajero, pero este ha cerrado los ojos. Por lo visto, no tiene ganas de escuchar. Después de dejarle en la calle Viborskaya, el cochero se para junto a una taberna, se encoge en el pescante y se queda quieto de nuevo. La húmeda nieve vuelve a pintar de blanco al cochero y a la taberna.

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