TRES CUENTOS Y UNA FÁBULA 6v44h

Tres cuentos y una paula. Franz Muttis Caballero.

PRÓLOGO Por Ignacio Pérez Cadena Decidimos desde el Parque Industrial de Bucaramanga contribuir a la difusión de esta anecdótica y simpática obra literaria, porque encontramos un elemento común con el propósito de vida del autor, cuyos conocimientos y capacidad de emprendimiento han estado aplicados a diferentes y exitosos aspectos de las motivaciones humanas y, en especial, hacia el fortalecimiento del sector productivo y el forjar una bella familia, manteniendo vivo el recuerdo de los ancestros y el buen ejemplo hacia la descendencia. Para nuestros abuelos, montar a caballo equivale al manejar hoy una máquina cuya potencia y eficiencia multiplican geométricamente la fuerza de la noble bestia y el alcance del hombre rural. De forma que la noche con su misteriosa luna, oscuridad, temores y cuentos sobre curas, ánimas y el diablo, han perdido todo su poder para convocar en nuestras urbes a las nuevas generaciones absortas por el computador, el internet y el celular.

Así como Franz Muttis Caballero ha querido que no se pierdan ciertos mitos y leyendas que son patrimonio de nuestra cultura regional, en alguna forma, los que iniciaron la obra del parque industrial, y quienes persistimos en desarrollarla, también estamos contribuyendo a la realización de una ilusión santandereana. La utopía de querer ser una sociedad industrial, que también en alguna forma se ha convertido en mito y leyenda, y que duerme en nuestro inconsciente, alimentada por hechos concretos como los que ha querido representar el parque industrial de Bucaramanga. Inalcanzable herramienta de desarrollo y ordenamiento urbano, promotora de la generación de empleo y del valor agregado a nuestros productos, lo cual consideramos que es la verdadera forma de encontrar la paz y la equidad social y de oportunidades. Introducción. Estos cuentos se publican con el ánimo de contribuir al acervo literario de la tradición mítica colombiana, compromiso que me impuse después de una reunión informal donde se puso sobre la mesa el riesgo de olvidar las leyendas de nuestro país que, con particularidades regionales, se transmitían de boca en boca y cuya única posibilidad de salvación es escribirlas.

Por fortuna encontramos varios autores en esta tarea, a la que me uno con estas tres perlas tomadas de los lejanos recuerdos de mi infancia, cuando en las noches campesinas nos embelezábamos alrededor de una vela, en la casa de una alejada hacienda, o inclusive en la propia casa de la pequeña ciudad, oyendo de labios de los mayores la narración de mitos y leyendas como las que aquí se presentan. Las historias son innumerables, pero las que traigo a estas páginas no se habían rescatado. Para las personas de mi generación es clara la diferencia del ambiente de la primera mitad del siglo XX con la cotidianidad actual, donde los espacios no estaban invadidos por la televisión y la necesidad de comunicación se satisfacía de manera muy diferente. Considero una obligación dejar un testimonio de mi percepción del mundo en aquel momento.

Son entonces estos cuentos un esfuerzo por recuperar algunas de las leyendas populares, pero son también un testimonio de la generación bisagra, que conoció en su propio periplo vital dos épocas tan diferentes, ignoradas para quienes hoy tienen menos de 30 años, y que por haber llenado sus momentos lúdicos con la televisión y la cibernética, no podrán imaginar que sólo una década antes de su nacimiento en un país como el nuestro, bastaba salir unos cuantos kilómetros de la ciudad para percibir en un ambiente pastoril el aroma de la cultura rural del siglo XIX cargada del feudalismo transpuesto a la América Independiente. Esta generación bisagra también conoció la revolución tecnológica que subyace en la formación de una nueva cultura que no termina de perfilarse, seguramente por la combinación de causas como el continuo y acelerado cambio tecnológico y las circunstancias de la brecha socioeconómica entre las diferentes clases que componen esta tierra del amerindio en permanente recomposición. Resulta asombroso que aquellos muchachos que vieron arreglar sus vestidos con planchas de carbón preparar sus comidas en fogones de tráfico.