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Programa 740 - DESVEDA caza, pesca, tiro deportivo, medio rural

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25/2/2025 · 59:53
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Programa 740 - DESVEDA caza, pesca, tiro deportivo, medio rural En una nueva entrega de Desveda en Onda Vasca, hablamos de la última hora del avance de la tuberculosis en el ganado bovino de la zona norte de la península con los nuevos focos en Gipuzkoa y Asturias. Además, viajamos hasta Sudáfrica con Javi Calvo en busca de los depredadores más voraces de la zona 1e3c1x

Lee el podcast de Programa 740 - DESVEDA caza, pesca, tiro deportivo, medio rural

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

En Onda Vasca, Desveda.

Egunon, muy buenos días. Estamos de nuevo a sábado.

Vamos llegando poquito a poquito al final de este mes de febrero.

Hoy es día 22 de este segundo mes del año.

Un día en el que nos vamos a meter de lleno en el mar.

Primero, cogeremos un avión porque nos vamos de viaje.

A ver lo que nos tiene preparado Javi Calvo.

También hablaremos, por supuesto, de la gran preocupación de las últimas semanas.

Esos brotes de tuberculosis.

Y con Nicolás, nuestro veterinario de confianza aquí, en la sintonía de Onda Vasca.

Y mucha actualidad, mucha actualidad de caza, mucha actualidad de pesca, mucha actividad del mundo rural, de la agricultura, porque entramos en el mes previo a esa gran temporada de primavera que esperamos.

De tantas alegrías.

Cazador, recuerda recoger los residuos generados en tus jornadas de caza.

El mantener los puestos y líneas de pase limpios es obligación de todos y todas.

Debemos dejar el campo mejor de cómo lo hemos encontrado.

Es un mensaje de la Federación Vizcaína de Caza y la Diputación Foral de Vizcaña.

Diputación Foral de Vizcaña. Wassen.

Venga, que comenzamos leyendo el artículo de Juan Antonio Sarasqueta, en esta ocasión dedicado y titulado, además, como el oso del monte Ararat.

Dice el artículo, escrito por Juan Antonio Sarasqueta, me contaron preciosas historias de cazadores valientes, allá donde el hombre se enfrenta a los osos.

Esta, cosa rara, no era una historia donde el cazador saca pecho después de la captura, sino un lance contado con pasión, pero con un profundo respeto al animal.

Aconteció en una salida que hice hace años a Turquía, con la intención de cazar un oso pardo.

Me acompañaba un cazador nativo, para más señas, llamado Mohamed.

Llevábamos días intentando localizar el rastro del animal sin resultados, próximos al monte Ararat, cerca de la frontera rusa, allá donde se cuenta que se posó el Arca de Noé.

Montes escarpados y duros, con unas pocas aldeas diseminadas por su entorno, y prácticamente colgadas de sus pronunciadas laderas.

Se acompañaba Mohamed, de una escopeta paralela de media caja.

Turca, muy sencilla, pero con muchas horas de uso en las curtidas manos del cazador.

Dormíamos al raso donde podíamos, y a pesar de que hablando no nos entendíamos ni jota, por señas nos defendíamos muy bien.

En el monte hacen falta pocas palabras.

Cuando al anochecer, arrodillado y hacia sus abluciones, yo le indicaba que rezase para que localizáramos el rastro del oso, una sonrisa y la indicación de que tuviese la mano en el rifle era su respuesta.

Una noche llegamos a una aldea donde nos recibieron como ministros, que no en vano consideran al oso un animal muy dañino que estropea sus cosechas y mata a sus animales domésticos.

Incluso nos dejaron para dormir su única habitación, una alcoba redonda con una estufa de leña en el centro y rodeada de una tarima donde las pieles del ganado hacían de mantas para resguardarse del frío del invierno.

Tenía a Mohamed una cicatriz en la cara que le impedía articular bien al hablar y le hacía salivar un poco por la comisura de los labios.

Así que antes de acostarnos, quizás con un poco de atrevimiento y curiosidad, le pregunté por su causa.

Sorpresivamente, y sin dudar un segundo, se puso de pie y con gestos y ademanes me contó este espectacular lance.

Con su escopeta disparó a un gran oso no más lejos de unos 20 metros.

La escopeta no es el arma apropiada para batir un animal de 300 o más kilos.

Herido el animal, al intentar rematarle, el cazador con un segundo disparo le dio tal zarpazo que salió de la escopeta desplazada 10 metros.

Mohamed se levantó el pantalón y me mostró en la pierna una gran cicatriz fruto de la posterior mordedura del oso.

Sin recuperarme de la impresión, se quitó la camisa para enseñarme el zarpazo que le dio posteriormente en el pecho.

Fue terrorífico.

No salía de mi asombro cuando se quitó un ojo postizo y el paladar de plástico, fruto de la mordedura del oso en la cara después de abrazarle contra su pecho.

El caso es que cuando Mohamed se vio morir en los corpulentos brazos del oso, este cayó muerto.

No me pregunten quién le encontró y cómo le llevaron hasta Ankara por aquellos carreteriles y pistas infernales de más de 200 kilómetros, pues no lo sé.

Pero incluso más que las secuelas que el oso había dejado en su maltrecho cuerpo, me impresionó el respeto con el que el cazador hablaba de un animal que estuvo a punto de quitarle la vida para defender la suya.

Todo un ejemplo, dice Juan Antonio Sarasqueta en una entrevista.

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