Programa 58 Malú y Pedro Piqueras 144o2r

Hace tiempo escribí una frase que se ha convertido en mi motor de vida.

Una frase que me ha orientado cuando estaba perdido, me ha curado cuando tenía heridas y me ha empujado siempre hacia adelante, para seguir, para luchar.

Esa frase, que estoy convencido que alguien la escribió antes que yo, es la siguiente.

Crecer es aprender a despedirse.

Más tarde descubrí que el maestro Cerati había escrito algo similar.

Crecer es decir adiós.

Vale, aunque con su permiso a don Gustavo, le faltó el verbo más importante.

Aprender.

Crecer es aprender a despedirse.

Porque uno no crece si no se despide cada vez mejor de las cosas, de las situaciones o de las personas.

Uno puede ser que cumpla años, pero crecer, lo que se dice crecer, uno no crece si no se consigue que duela todo un poco menos que la vez anterior.

Y es que crecer es eso.

Conocer a cada vez más gente que ya no está.

Guardar sus os en el móvil aunque ya no los vayas a utilizar jamás.

Añorar los lugares en los que fuimos felices.

Pensar en todo aquello que tuvimos.

Hoy a este programa le toca decir adiós.

Y como siempre hemos hecho, lo vamos a disfrazar de un hasta luego.

No pasa nada, ya lo hemos hecho otras veces.

Diremos que volveremos a vernos muy pronto, como en la canción.

Pero la verdad es que cuando nos volvamos a ver ya no seremos los mismos.

Y eso, eso significará solo una cosa.

Sí, que habremos crecido.

Bienvenidos a Viajando con Chester.

La primera invitada lleva el flamenco en su ADN.

Porque ser hija de Pepe de Lucía y sobrina de Paco de Lucía es lo que tiene.

Que en esa casa siempre había música, y de la buena.

Con solo 16 años enamoró al mundo de la música y desde entonces su carrera no ha hecho más que ir a más.

Trece discos de estudio, giras por medio mundo y una vida llena de éxitos que se vio obligada a interrumpir cuando su cuerpo dijo basta.

Su vida discreta pasó a ser portada de las revistas del corazón cuando se supo de su relación con un político que para ese entonces estaba muy de moda y que, por cierto, del que hoy no sabemos casi nada.

De esa relación de cuatro años nació Lucía.

Hoy viene dispuesta a hablar absolutamente de todo.

¡Malu! ¡Muy buena! ¿Qué tal? ¿Cómo estás? Muy bien, ¿tú qué tal? Oye...

¡Uy, qué frío! Un poco helados, ¿no? Estás helada, ¿no? Estoy a gusto, pero un poco fría, sí.

Bueno, pues bienvenida al Chester.

Te voy a conseguir unas mantas.

Venga, vale.

Aquí.

A ver.

Mira, tenemos dos.

Ay, sí, muchas gracias.

Toma.

Un poquito de frío...

Sí, así.

¡Oh, qué bien! Mucho mejor.

¿Mejor? Sí.

Tienes otra aquí, ¿eh? No, no, bien, bien, bien, bien.

Vale.

Es que se ha quedado el día un poco fresco.

Madre mía, y además aquí, claro.

Es que me han dicho que te ibas para jinete.

Bueno, sí, yo me encantaba montar.

Era una cosa...

Y además fue como muy de casualidad, nos llevaron de pequeñitos a una épica que había cerca de casa como para echar un domingo sin molestar tanto a nuestros padres.

Y me enganché, fue como mi gran pasión, locura.

Y ahí estuve, era muy pequeñita, tendría 6 años, 7 años, hasta los 15, que ya me puse a trabajar.

Que te enganchaste con la música.

Sí.

¿Pero esto lo dejaste? Sí, totalmente.

No has vuelto a subirte a un caballo.

Sí, volví a subirme.

Yo volví a montar, pero de forma muy esporádica.

Llamaba amigos que estaban en la épica, déjame montar este fin de semana, ¿dónde estás? Profesores.

Y me iba, me dejaba en un caballo, montaba, saltaba y ya, lo dejaba.

Y luego con el tiempo, según pasaba más tiempo sin montar, me iba dando miedo.

Yo creo que como que mi cuerpo se quedó con el recuerdo de las caídas, de los golpes, de los accidentes.

Yo creo que me quedé con el recuerdo de los golpes.