
Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 4: Refugio 26126b
Descripción de Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 4: Refugio 5q6l5k
Desde que aquella enorme roca se estrellara contra la Luna, alejándola de su órbita, las cosas en la Tierra han sido cada vez más difíciles. Pero no para Oliver Ray, un chico de trece años que ha pasado toda su vida entre las paredes de “La Araña”. Así se llama la nave colonial que está a punto de llegar a su destino, el planeta “Xindi”. Pero la tierra prometida no estará exenta de riesgos. Oliver y sus amigos aprenderán que en la oscuridad del espacio se ocultan peligros que nunca habían imaginado. Descubre con ellos la magia de las estrellas. #audiolibro #cienciaficcionjuvenil #espacio #robots 594s3n
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Capítulo 4. Refugio. A la mañana siguiente, Oliver se levantó tan pronto que ni Roddy se había activado todavía. Con su mochila al hombro, salió de casa y atravesó la plaza sintiéndose como un fantasma que deambulara por una ciudad abandonada. Los vestigios de la desbordante actividad de la noche anterior habían sido ya borrados por completo. Atravesó la entrada principal y salió al exterior, donde la comitiva preparaba su partida.
La familia de Ángelo y un par de parejas más se habían unido al grupo de Krupp y sus forasteros. Chip cargaba con los gemelos Lucio y Dante, y Olga llevaba en brazos a la pequeña Nadia. Los tres niños dormían ajenos a todo el movimiento que se desarrollaba alrededor. Ángelo aseguraba con cinchas varios bultos encima de una plataforma flotante de carga, y la gente de piel violeta daba de comer a sus troncaballos. Capca se acercó a Oliver con los brazos abiertos y una sonrisa radiante.
—¡Has venido! Ya verás, lo pasaremos a oreolar.
—Sí, bueno, creo que me vendrán bien dos o tres días de forastero, contestó Oliver.
Ángelo sostenía una larga vara de madera a modo de bastón. Pasó un brazo por encima de los hombros de Oliver y lo estrechó contra él, frotándole la cabeza.
—¡Claro que sí! Dormiremos al aire libre, contemplaremos las estrellas, cantaremos junto al fuego. Viviremos, amigo mío, viviremos. Por fin, todo estuvo listo y la comitiva partió rumbo a refugio, nombre que le habían puesto los forasteros a su asentamiento.
Oliver iba montado encima de palillo, y Capca, a su lado, capalgaba a lomos de astilla, su troncaballo favorito. La luz del sol de Cindy empezaba a asomar por encima de las lomas circundantes y unas sombras espectrales se proyectaban a través de la bruma que había amanecido en el fondo del valle. Poco a poco, la caravana se fue adentrando en la niebla que salía del lago y cubría el bosque, dándole un aspecto fantasmal.
El camino, inicialmente marcado con claridad, se fue difuminando, y el avance se iba haciendo más complicado con el incremento de las subidas y bajadas del terreno. Sin embargo, los forasteros funcionaban como una máquina perfectamente engrasada. A la hora de vadear un río o superar un obstáculo formaban una cadena, y si alguno resbalaba o se caía, siempre tenía a otros dos que lo sujetaban.
Además, lejos de parecer cansados o preocupados, charlaban animadamente e incluso entonaban alguna canción. A Oliver le pareció que ese pequeño grupo de gente violeta era algo más que una suma de individuos por separado. Mientras que la gente de la araña, a pesar de sus relaciones y sus afectos, se hallaba dominada por sus intereses personales, estos sin embargo parecían formar una auténtica familia.
Una sensación, como un pellizco en la pierna, le sacó de su ensimismamiento. Al girarse, vio a la pequeña Nadia corriendo con algo amarillo y alargado en sus manos, que estiraba y restallaba en pos de sus hermanos. Nadia ha descubierto las ramas del hastaño y está martirizando a todo el mundo. Río Kapka, parece que te ha traído de vuelta de Ranciolandia. Estaba fijándome en lo unidos que parecéis los forasteros. No es habitual.
Ah, ¿no? Nunca había pensado en ello. Kapka observó como una bandada de pequeños animales voladores pasaba por encima de ellos y se descolgó el tubo de madera de la espalda.
Prácticamente nos criamos en las instalaciones de la CAI y no nos relacionamos mucho con el exterior.
Yo también crecí en la araña sin conocer otra cosa, pero hay algo más. ¿Será que estamos mejor adaptados a la gravedad y densidad de oxígeno de aquí? No, no es eso.
Kapka tensó la cinta elástica del tubo de madera, lo apuntó a los animales voladores y disparó. Uno de ellos cayó abatido, y Kapka se bajó del troncaballo para recogerlo. Era una especie de saltamontes marrón de largas alas. La chica púrpura lo guardó en una bolsa que colgaba de su cintura. Entonces escucharon un graznido ensordecedor sobre sus cabezas, que hizo que Oliver casi cayera de su montura. Una enorme bestia alada se había balanzado sobre los saltamontes voladores, atrapando dos con sus garras traseras. Al parecer, los forasteros estaban familiarizados con estas criaturas porque no parecieron inmutarse lo más mínimo.
Oliver se dio cuenta de lo poco que sabía de este planeta y que tendría que andarse con mucho ojo de ahora en adelante. Su pensamiento derivó con cierta nostalgia hacia la araña, e inevitablemente hacia Lily. A medida que el día avanzaba, la niebla iba levantándose, y el sol empezaba a caer justo encima de sus cabezas. La humedad era tan alta que Oliver chorreaba sudor y tenía que beber un poco de agua.
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