
Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 6: Cosas raras 5f3c2r
Descripción de Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 6: Cosas raras u411p
Desde que aquella enorme roca se estrellara contra la Luna, alejándola de su órbita, las cosas en la Tierra han sido cada vez más difíciles. Pero no para Oliver Ray, un chico de trece años que ha pasado toda su vida entre las paredes de “La Araña”. Así se llama la nave colonial que está a punto de llegar a su destino, el planeta “Xindi”. Pero la tierra prometida no estará exenta de riesgos. Oliver y sus amigos aprenderán que en la oscuridad del espacio se ocultan peligros que nunca habían imaginado. Descubre con ellos la magia de las estrellas. #robots #audiolibro #cienciaficcionjuvenil 5152k
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CAPÍTULO 6 COSAS RARAS Oliver recorrió el camino de vuelta a la araña con más dificultad de la que hubiera esperado.
Por un lado, Palillo no estaba en condiciones de portearle. Y por el otro, él mismo tenía que detenerse de vez en cuando debido a unos mareos nada agradables. Pero por fin salió del bosque y tomó el camino que bordeaba el lago para plantarse a la entrada de la araña. Le extrañó la falta de actividad del exterior. Pero aún le pareció más raro cuando al disponerse a entrar por la puerta principal, un mecanodonte le cerró el paso. «Identificación», dijo la voz del operario a través de los altavoces de la máquina. «Eh, eh…». Oliver se quedó completamente bloqueado.
El mecanodonte pasó una luz roja por encima del chico. «Identificado. Oliver Ray. Código de ciudadano Ray 118. Puede pasar». Oliver hizo demanda entrar, sin embargo, cuando Palillo, que iba detrás de él, le siguió, el mecanodonte se interpuso de nuevo en su camino. «La bestia se queda fuera», sentenció con voz metálica. «Bestialo serás tú. ¿Qué estás diciendo?».
«La bestia se queda fuera». Hubo algo en el tono de la máquina que hizo que Oliver pensase que no era buena idea insistir. «Vuelve con los forasteros, chico», susurró al troncaballo.
Palillo se hizo el remolón y gimoteó un poco antes de irse definitivamente. «Ten cuidado», le dijo Oliver desde lejos, y dirigiéndose al mecanodonte, preguntó. «¿Dónde está Matthew? ¿No le tocaba guardia?». Pero el sentinela le ignoró por completo. Oliver decidió que lo primero que debía hacer era comunicarle a la capitana lo que había visto. Así que se dirigió directamente a la torre de control central, que era donde ella solía estar casi siempre.
De la que atravesaba la plaza principal, apenas se cruzó con unos pocos coronos, de los cuales ninguno le miró siquiera, aparentemente concentrados como iban en sus cosas. Entonces le pareció ver algo extraño por el rabillo del ojo, y se dio la vuelta para mirar la plaza. Pero no había nada excepcional en ella. De pronto, se dio cuenta de qué era lo que le había llamado la atención.
Uno de los colonos con el que se había cruzado había entrado caminando por un extremo del estanque y había salido por el otro, completamente empapado por supuesto, pero eso no parecía afectarle lo más mínimo. «¿Pero qué galaxias?», murmuró Oliver. Es más, otro colono caminaba directamente desde un lado del lago y acababa de entrar también. «¿Se han vuelto locos?», exclamó en voz alta.
Aceleró el paso mientras echaba un vistazo a su pulsera electrónica. Pero, cuando intentó activarla, no pudo obtener una lectura clara, solo unas imágenes chisporroteantes de estática holográfica. «¿Qué está ocur…» no terminó la frase, porque al llegar a la entrada de la torre levantó la cabeza y se topó de bruces con otro mecanodonte, en este caso el más pequeño y dorado.
Oliver trató de recomponerse. «Oh, hola. Quería ver a la Capitana Dara». El mecanodonte miró hacia abajo a Oliver, como el que contempla una cucaracha, y se para a pensar con qué pie la aplastará primero. «Tú… tú eres… tú… tú eras Ronda, ¿verdad?», insistió el chico, sin obtener respuesta. «Verás, es importante que vea a la Capitana». Oliver intentó rodear al robot para acceder a la puerta, mas este le empujó lanzándolo al suelo un par de metros hacia atrás.
Oliver gimeó de dolor, pero volvió a la carga bastante irritado. «¿Pero quién te has creído que eres? ¿Yo?». El robot levantó uno de sus brazos y apuntó a Oliver con una especie de cañón que emitía un ruido como de estar armándose. El chico se detuvo en seco y levantó la palma de las manos en dirección al androide. «Supernova, supernova», dijo mientras retrocedía lentamente. «Ya lo he pillado, vale.
Me voy, ¿ves?». Oliver echó a correr rumbo a su casa. Mientras, el mecanodonte no le quitaba ojo de encima. Cuando llegó, cerró la puerta enérgicamente tras de sí. «¿Papá? Algo no va bien. ¿Papá?». La cabeza ovoide de Rodie asomó de la cocina. «Por fin alguien se digna en aparecer por aquí», se quejó el robot. «Vaya familia. Rodie, ¿dónde está Andrew?».
«Su padre se marchó ayer a trabajar en su proyecto personal y no lo he vuelto a ver desde entonces.
¿Puede que esté con la capitana?». «No lo sé. He intentado hablar con ella en la torre de control, pero no me han dejado entrar». «¿Cómo? ¿No han dejado entrar al gran Oliver Ray en el centro de mando de la ciudad? ¡Qué mundo es este!».
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