
Muerte en la Vicaría (05/32), Agatha Christie 5i3120
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Evox Originals presenta Historias para ser leídas.
Un podcast de ciencia ficción, terror y fantasía dirigido por Olga Paraíso.
Ficciones sonoras con las que podrás sumergirte en otra realidad.
Muerte en la vicaría. Capítulo 5. Ágatha Christie.
Eran cerca de las 7 cuando me acercaba de regreso al portillo de la verja de la vicaría. Antes de llegar este se abrió y Laurence Redding salió. Se detuvo en seco al verme y su aspecto me llamó la atención. Parecía a punto de volverse loco. Sus ojos miraban de una manera extraña, estaba terriblemente pálido y le temblaba todo el cuerpo. Por un instante pensé que debía de haber estado bebiendo, pero deseché la idea.
—Hola —dije—. ¿Venía usted a verme? Siento haber tenido que salir. Acompáñeme, debo ver a Proderor para repasar algunas cuentas, pero no creo que tardemos mucho tiempo.
—¿Proderor? ¡Oh, Dios mío! Le miré asombrado e instintivamente alargué una mano hacia él. Se apartó rápidamente. —¡No! Debo alejarme de aquí para pensar, tengo que pensar, ¡debo pensar! Echó a correr y su figura pronto se desvaneció carretera abajo, camino del pueblo. No pude evitar volver a pensar que había bebido.
Finalmente mené la cabeza y me dirigí a la vicaría. La puerta principal está siempre abierta, pero a pesar de ello llamé al timbre. Mary apareció secándose las manos en el delantal.
—¡Oh, por fin ha regresado usted! —observó. —¿Ha venido el coronel Proderor? —pregunté.
—Bueno, le esperan en el despacho, llegó a las seis y cuarto.
—¿Ha estado aquí también, Mr. Redding? —Vino hace unos minutos y preguntó por usted, le dije que no tardaría en regresar y que el coronel Proderor estaba aguardando en el despacho, entonces dijo que también le esperaría, debe de estar allí.
—No, no está, acabo de encontrármelo en la calle. —Bueno, no le oí salir. Entonces, ¿no habrá esperado más de dos minutos? ¿La señora no ha regresado de la ciudad? Asentí con aire ausente. Mary volvió a la cocina, yo me dirigí al despacho y abrí la puerta.
Después de la penumbra del pasillo, el sol de la tarde que entraba por el ventanal me hizo parpadear. Di uno o dos pasos por la habitación y me quedé paralizado. Durante un instante me fue imposible comprender el significado de lo que veía en mis ojos. El coronel Proderor yacía de bruces sobre mi escritorio, en una postura totalmente antinatural. Sobre el tablero había un charco de sangre junto a su cabeza, que goteaba lentamente hasta el suelo con un sonido espantoso.
Me rehíce y me acerqué a él. Estaba frío, la mano que levanté cayó inerte al soltarla. Estaba muerto, con un balazo en la cabeza. Abrí la puerta y llamé a Mary, le ordené que corriera lo más deprisa posible a buscar al Dr. Heidock, que vive en la esquina de la calle, diciéndole que había ocurrido un accidente. Regresé al despacho, cerré la puerta y aguardé la llegada del médico.
Afortunadamente Mary lo encontró en casa. Heidock es una buena persona, alto, fuerte y de facciones nobles. Arqueó las cejas cuando señalé en silencio a través de la habitación, pero como médico que era no demostró señal alguna de emoción. Se inclinó sobre el cadáver para examinarlo rápidamente. Después se irguió y me miró. —Bueno, ¿y qué hay? —pregunté.
—Está muerto. Murió hace una media hora. —¿Suicidio? —Imposible. Fíjese por dónde ha entrado la bala. Además, si se disparó a sí mismo, ¿dónde está el arma? —Tenía razón, no había señal alguna por allí del arma homicida. —Será mejor que no toquemos nada —dijo Heidock.
—Voy a avisar a la policía. Levantó el auricular, explicó el caso con la mayor veredad posible, colgó y vino hasta donde yo estaba sentado. —Es un asunto muy feo, ¿cómo lo encontró? —Se lo expliqué. —Es un asunto muy feo —replicó.
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