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Giannotto quiere que su amigo se convierta a la religión cristiana, pero este no lo hará hasta cumplir ciertos requerimientos. 53k2k
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Los motivos que tuvo un judío para convertirse a la religión cristiana.
1351-1353. Giovanni Boccaccio. Los motivos que tuvo un judío para convertirse a la religión cristiana. He oído decir que había en otro tiempo, en París, un famoso negociante en telas de seda, llamado Gianotto di Sivigni, tan estimable por su franqueza y rectitud de carácter como por su providad. Era íntimo amigo de un judío muy rico, negociante como él y no menos honrado.
Como conocía mejor que nadie sus buenas cualidades. ¡Qué lástima! decía para sí, que un hombre tan bueno se condene. Gianotto creyó, pues, deber exhortarle por caridad a abrir los ojos sobre la falsedad de su religión, que tendía continuamente a su ruina, y sobre la verdad de la nuestra, cuya preponderancia va en aumento todos los días. Abraham contestóle que no conocía ley más santa ni mejor que la judaica, que habiendo nacido en dicha ley, en ella quería vivir y morir, y que nada podría hacerle cambiar de resolución a este respecto.
Esta conversación no disminuyó el celo de Gianotto, sino que pocos días después volvió a insistir sobre el mismo tema. Hasta trató de probarle, con las razones que eran de esperar en un hombre de su profesión, la superioridad de la religión cristiana sobre la judaica. Y aunque tenía que habérselas con personas muy enteradas respecto a sus creencias, no tardó en hacerse escuchar con agrado. Desde dicho momento reiteró sus instancias, en pero Abraham mostróse siempre inquebrantable.
Las solicitudes por un lado y las resistencias por el otro seguían su camino cuando, finalmente, el judío, vencido por la constancia de su amigo, le habló un día de esta suerte.
—¿Tú quieres, pues, absolutamente, querido Gianotto, que abrase tu religión? —Bien, consiento en satisfacerte, pero con una condición.
—¿Y es que iré a Roma para ver al que tú llamas Vicario General de Dios sobre la tierra? —Y estudiar su conducta y sus costumbres, lo mismo que la ve sus cardenales.
—Si por su método de vida puedo comprender que tu religión es mejor que la mía, como tú has llegado casi a persuadírmelo, te aseguro que no titubearé ni un momento en hacerme cristiano. Pero caso de observar lo contrario de lo que espero, no deberá sorprenderte si persisto en la religión judaica y me aferro a ella más y más.
El buen Gianotto quedó muy afligido de semejante discurso.
—Justo cielo —decía—, yo creía haber convertido a este buen hombre, y he aquí perdido todos mis afanes. Si va a Roma, no puede dejar de ver la vida escandalosa que llevan la mayor parte de los clérigos, y entonces, lejos de abrazar la religión cristiana, seguirá indudablemente más judío que nunca. Luego, encarándose con Abraham, —¡Ah, amigo mío! ¿Por qué ese gasto de ir a Roma y hacer el gasto ve tan largo viaje? Además de que todo es de temer en el mar y en los caminos para un hombre tan rico como tú.
¿Crees que faltará aquí quien te bautice? Si por ventura tienes todavía alguna duda sobre la religión cristiana, ¿dónde encontrarás doctores más sabios e ilustrados que en París? Los hay en otras partes más aptos para contestar a tus preguntas y resolver todas las dificultades que puedes proponer. Así pues, ese viaje es inútil. Imagínate, querido Abraham, que los prelados de Roma son parecidos a los que aquí ves, y tal vez mejores, estando más cerca del soberano pontífice, y viviendo, por decirlo así, bajo sus miradas.
Sigue pues mis consejos y aplaza tu viaje para otra ocasión, en tiempo de jubileo, por ejemplo, y entonces tal vez pueda acompañarte. —Quiero creer —contestó el judío— que las cosas son como tú dices, pero si he de declararte con franqueza lo que pienso y no abusar de ti con vanos rodeos, nunca cambiaré de religión a menos que haga ese viaje. El catequista, viendo que cuanto dijera sería inútil, no se obstinó más en combatir el intento de su amigo.
El judío no perdió momento para ponerse en camino y, deteniéndose poco tiempo en las ciudades que atravesaba, pronto llegó a Roma, donde fue recibido con distinción por los judíos de la capital del orbe cristiano. Durante su estancia en dicha ciudad, sin haber comunicado a nadie el motivo de su viaje, tomó las medidas necesarias.
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