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Morella | AUDIOLIBRO | Edgard Allan Poe

Morella | AUDIOLIBRO | Edgard Allan Poe 1372n

15/5/2025 · 17:13
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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Bienvenido a Eyorian Audiolibros, Morella, el mismo, solo, por sí mismo, eternamente uno y único, Platón, el banquete.

Mi amiga Morella me inspira un sentimiento de afecto tan profundo como singular.

La conocí casualmente hace muchos años, y desde ese nuestro primer encuentro, mi alma ardió con un fuego hasta entonces desconocido.

Un fuego que no era el de Eros.

Amarga y torturadora fue para mi espíritu la convicción gradual de que no podía difundir el insólito carácter ni regular la vana intensidad de ese fuego.

Nos tratamos pese a todo, y el destino nos unió ante el altar.

Jamás hablé de pasión ni pensé en el amor.

Ella, no obstante, rehuía a la sociedad, y dedicándose por entero a mí, me hizo feliz.

Asombrarse es una felicidad, y felicidad es soñar.

Los conocimientos de Morella eran profundos.

Tan cierto como que estoy vivo, sus talentos no eran de índole vulgar, y el poder de su mente puede calificarse de portentoso.

Así lo sentía yo, y en muchos aspectos fui su discípulo.

Pronto comprendí, sin embargo, que quizá a causa de haberse educado en Presburgo, exponía a mi consideración gran número de esos escritos místicos, considerados habitualmente como la escoria de la primitiva literatura germánica.

Sin que sepa por qué razón, esas obras constituían su estudio favorito y constante.

Y si con el tiempo llegó a ser el mío también, hay que atribuirlo a la simple pero eficaz influencia del hábito y el ejemplo.

Poco tenía que ver mi razón con todo esto si no me equivoco.

Mis convicciones no se basaban en el ideal, ni era perceptible ningún matiz de misticismo en mis lecturas, ni en mis actos, ni en mis pensamientos.

A menos que me equivoque en redondo.

Persuadido de ello, me abandoné sin reservas a la guía de mi esposa adentrándome con ánimo resuelto en el laberinto de sus estudios.

Y cuando, sumido en páginas prohibidas, sentía encenderse dentro de mí un espíritu aborrecible, Morella posaba su fría mano en la mía y hurgando en las cenizas de una filosofía muerta sacaba algunas palabras graves y singulares, cuyo extraño sentido se grababa a fuego en mi memoria.

Hora tras hora permanecía entonces a su lado, sumido en la música de su voz, hasta que, al fin su melodía se infestaba de terror y una sombra planeaba sobre mi alma y yo palidecía y me estremecía interiormente ante aquellas entonaciones sobrenaturales.

Y así el gozo se desvanecía súbitamente en el horror, y lo más hermoso se tornaba lo más horrendo, como el ínome se convirtió en la ajena.

No creo preciso explicar el carácter exacto de aquellas disquisiciones que, surgidas de los burúmenes que he mencionado, fueron durante tanto tiempo el tema casi único de conversación entre Morella y yo.

Los especialistas en lo que podríamos denominar moral teológica lo comprenderán fácilmente, y los profanos, en todo caso, apenas entenderán algo.

El vehemente pantinismo de Fitch, la palingenesia modificada de los pitagóricos y, sobre todo, las doctrinas de la identidad preconizadas por Schelling eran generalmente los puntos de discusión que ofrecían mayores atractivos a la imaginación de Morella.

Esta identidad llamada personal ha sido definida con precisión por Locke, según creo, como la cordura del ser racional.

Y puesto que, por persona entendemos una esencia inteligente dotada de razón, y el pensar va siempre acompañado de una conciencia, esta es la que nos hace ser eso que llamamos nosotros mismos, diferenciantes.

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