
Descripción de El despertar | AUDIOLIBRO 3fi3q
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El despertar. Octubre de 1830. Silencio. Todo estaba silencioso en torno a mí.
Oscuro y silencioso. ¿Había abierto los ojos o los mantenía cerrados? ¿Por qué era todo tan confuso? Sentía la mente embotada. No podía pensar con claridad.
Traté de abrir los ojos, pero ya los tenía abiertos. ¿O no? Me llevé la mano a la cara, pero un obstáculo inesperado me lo impidió.
Quizá estuviera soñando. Estaba teniendo uno de esos sueños vívidos que nos atormentan hasta el extremo, que hacen que nos despertemos en un mar de sudor y confusión, atormentados y desconsolados. Pero cuando esto ocurre, basta con encender la luz para poner fin a nuestro sufrimiento. Entonces nos incorporamos y sentimos cómo, poco a poco, el pulso vuelve a la normalidad.
Eso debía ser. Estaba soñando. Vivía un sueño lúcido en el que es difícil discernir entre qué es realidad y qué no lo es. Tan solo necesitaba esperar hasta que el sueño terminara. Pero ¿y si se prolongaba demasiado? He sabido que cuando soñamos, el tiempo es una ilusión, por lo que unos minutos podrían significar para mí una eternidad. ¿A qué hora puse el despertador? ¿Es todo tan confuso? Traté de relajarme. Y por un momento casi lo consigo, pero el ambiente era tan enrarecido, el silencio tan absoluto y la oscuridad tan dominante como no había experimentado jamás. Intenté incorporarme, pero mi frente dio con una superficie dura y fría.
¿Me hallaba completamente aprisionado? Sacudí los pies, pero apenas pude describir un corto desplazamiento hasta que di con la misma superficie. ¡Oh cielos! ¿Dónde me había quedado dormido? ¿Qué había sido de mí? ¿Qué sería en adelante? Trataba de recordar, pero era todo demasiado confuso. Mi cabeza, embotada, estaba a punto de estallar. Me dolía terriblemente. ¿Estaría soñando? Debía ser así.
Sin embargo, la experiencia era tan vívida y tan aterradora, tan real, que hacía suponer lo contrario. Flexioné mis brazos sobre el pecho y, de esta manera, logré obtener una movilidad de la que antes carecía. Recorrí con mis manos aquella superficie de arriba a abajo, sin descubrir con esa acción el final de aquello que me atormentaba. Sí descubrí, sin embargo, dos paredes y otra superficie inferior, por lo que deduje, me hallaba en el interior de una caja.
El terror se apoderó de mí, de forma súbita y terrible. Los miedos ancestrales a la inmovilidad, a la indefensión y a la incertidumbre de mi suerte se cernieron sobre mí. Traté de recordar qué había hecho el día anterior y el siguiente y el siguiente. Nada. Busqué en mi memoria qué había ocurrido una semana antes, un mes.
Nada. Sentía la mente muy cansada. De alguna manera lo había olvidado todo. Sólo tenía conciencia de mí mismo en ese lugar, de mi atormentado despertar, de mi angustia. En mi desesperación traté de golpear el techo con todas mis fuerzas, pero no encontré la fuerza necesaria siquiera para volver a mover mis brazos.
La superficie en la que me apoyaba era acolchada. ¿Me hallaba después de todo en mi lecho? Parecía que así era, así debía ser. Sin embargo, ¿era cabal pensar que alguien hubiera dispuesto toda aquella estructura sobre mí? Y si no era así, ¿dónde me hallaba? A veces cambiamos bruscamente nuestro hábito cuando buscamos el descanso en un lugar distinto al habitual y, al despertar,
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