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La Compañía Coppelius (Ficción Sonora)
La Maldición de Clovellich (Los Viajes Extraordinarios de la Compañía Coppelius, Capítulo 2)

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7/4/2025 · 50:27
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La Compañía Coppelius (Ficción Sonora)

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Capítulo 2: La Maldición de Clovellich Tras los atroces sucesos de El Desgarro, la Compañía Coppelius llega a la remota aldea pesquera de Clovellich con una misión: impedir que se cumpla la siguiente profecía del cuaderno. Pero, ¿lograrán convencer a los aldeanos del horror que se avecina para que puedan protegerse? Y, aun así, aunque lo hicieran... ¿existe un lugar donde esconderse de lo que está a punto de surgir de la tormenta? Equipo artístico y técnico: 👱‍♀ Ann y Emma: Marta Tomás 👩 Mary: Marta Aloy 👨 Steve y Jacob: Víctor Duarte 👦 Gio y Walter: Giovanni Maria Quinti 👲 Willy y Peter: Jordi Cabestany 👧 Créditos: Eva Cabestany 💻 Efectos de Sonido: Pixabay 🎻 Banda Sonora: Jordi Cabestany 🎹 Nocturno en si bemol menor Op 9 Nº 1: Frédéric Chopin 📝 Guion y realización: Jordi Cabestany 🎙 Producción: La Compañía Coppelius 🎨 Ilustración del capítulo: Eva Cabestany 4x231k

Lee el podcast de La Maldición de Clovellich (Los Viajes Extraordinarios de la Compañía Coppelius, Capítulo 2)

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

¿Hay fuerzas que nos controlan y que nuestros sentidos son incapaces de percibir? ¿Y si los mitos y las leyendas no fueran meros relatos? ¿Quién establece la frontera entre la cordura y la locura? ¿Cuánto determina nuestra infancia, nuestra visión de la realidad? Para responder a estas y otras preguntas, únete a los viajes extraordinarios de la compañía Capítulo 2 La maldición de Klovelich Imagino que te estarás preguntando cómo logramos seguir adelante después de presenciar a una criatura de otro mundo, despedazar a tres hombres y abrir el telón de la realidad.

Seguimos adelante porque ya lo habíamos hecho, como probablemente tú también lo habrás hecho.

El mundo nunca vuelve a ser el mismo cuando alguien a quien amamos nos deja.

Es como si su ausencia rasgara nuestra realidad por la mitad y, a pesar de eso, a pesar de ver el remendado cada vez que lo recordamos, seguimos andando.

En nuestro caso ocurrió a muy pronta edad, durante nuestra convalecencia en el Hospital de San Bartholomew.

Emma, nuestra querida Emma, era mi primera noche en el hospital.

La fiebre provocada por el sarampión no me dejaba dormir.

Por primera vez desde que nací, mi madre no dormía bajo el mismo techo que yo, y bajo el que me hallaba esa noche era tan alto y oscuro que se confundía con el cielo nocturno.

Me encontraba en una gran estancia bañada por la luz de la luna, la cual entraba por un único ventanal ovalado.

Había seis camas estrechas con barrotes de metal por cabecera y pies.

Lo único cálido en toda esa estancia era un farolillo que reposaba sobre el lintel de la puerta.

A mi derecha dormía plácidamente Steve, que por aquel entonces solo era un niño algo granuja con el pelo cortado a tazón y al que envidiaba por dormir como si estuviera en casa.

Y a mi izquierda, Emma.

—¿Estás triste? —me di la vuelta y vi a una preciosa niña de tirabuzones cobrizos mirándome con sus grandes ojos, abiertos como si hubiera ingerido litros de café.

—¿No? —Yo sí.

—¿Por qué? —Porque mi mamá estará muy triste cuando me vaya.

—¿Te vas a escapar? —Ajá.

—Pues avísame. No quiero estar aquí. Me iré contigo.

—Cuando conozcas al mago, al guerrero y a la detective, no querrás irte. Ya lo verás.

—Hay un mago aquí.

—Un mago, un guerrero y una detective.

Creo que aquí fue cuando me dormí.

O al menos no recuerdo nada de mi primera noche en compañía de la compañía.

Claro que por aquel entonces aún no había llegado Mary y Gilles aún no nos había interpretado la obra que daría nombre a nuestra amistad.

Era la una del mediodía, del octavo día tras el desgarro.

Así bautizamos aquella ciega madrugada del 14 de diciembre de 1895.

Nos dirigíamos a Clovelidge, un pequeño pueblo de la costa sur de Inglaterra, a bordo del Cornish Riviera Express.

Entre las brumas acaneladas de la pipa de Gio y las gotas de lluvia repiqueteando la ventanilla, planeábamos cómo íbamos a vaciar el puerto pesquero de Clovelidge esa misma noche antes de que otro monstruo entrara en escena.

En esta ocasión, la fecha estaba marcada con un 2 en la cuarta columna.

Gracias a las notas de Chopin que acariciaba el pianista del vagón restaurante y el murmullo del resto de comensales, nadie parecía prestar atención a aquella conversación absurda.

¿En serio, Gio? ¿Qué problema le ves? ¿Qué problema no veo? A ver...

Lo único que conseguirás gritando a las 10 de la noche, ¡que vienen unos pistoleros! ¡Resguardaros en vuestras casas! Es que los que no estén a esa hora en el puerto, vengan corriendo a ver...

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