El Horror siempre viene desde el sótano - Parte 2 final #vampiros 202k73

El Sr. Pickett debía hallarse en su dormitorio descansando.

Las terribles amenazas sobre los libros y el sótano, manuscritas ahora en una grasienta nota, eran motivo de un nuevo atordimiento y protagonistas de un terror que me sobrecogía.

Pero lo que más llamó mi atención fue el permiso obtenido para encontrarme con Lucy.

La invisible Lucy que ahora, de manera tan simple como llamarla por su nombre, podría conocer.

Así que, hallándome en mi habitación, culminé a hacerlo y alcé la voz, levemente, asomándome al oscuro pasillo, portando una pequeña vela.

¿Lucy? ¿Lucy? ¿Lucy? La nombré tres veces, dejando un intervalo de tiempo prudencial entre cada llamada, hasta que a la tercera Lucy apareció.

Surgió de la oscuridad del pasillo una joven portando una lámpara de aceite vestida con un camisón blanco que la cubría por encima de las rodillas e iba descalza.

Cosa que supe después, pues primeramente no pude ver sus pies, dándome la sensación que avanzaba flotando como una niebla espesa en una cumbre borrascosa.

Lucy era de una belleza especial de la que jamás había sido testigo.

Me atreví a aproximar la edad que en ese instante aparentaba.

Unos veinticinco años, en este mundo repleto de fealdad y tipos horrorosos como yo, su sola visión ejercía un influjo sobre mí, de piel pálida y brillante como una luna en el infierno, de cabello liso y de una negrura similar a la conocida en mi visión en la salita cuando contemplaba ensimismado aquella horrenda figura tentaculada, labios carnosos, ojos grandes, cautivadores de débiles como yo y una dulce voz que entonaba una melodía maravillosa.

Me has llamado.

Asentí enmudecido ante la bella Lucy.

No nos quedamos en el pasillo.

El señor Pickett puede despertarse.

He de confesar que su entrada al dormitorio me causó ciertos estragos mentales.

Sensaciones de lujuria y excitación enfrentadas al terror que hasta hacía tan solo unos instantes nublaba mis pensamientos.

Ese miedo nos había marchado con la llegada de Lucy y alimentaba una morbosidad innata en mí.

olvidados ahora se prestaban a un cambio físico repentino con propia autonomía decididos a acompañar en la rigidez adquirida anteriormente en el resto de mi cuerpo.

Lucy dejó la lámpara sobre un destartalado escritorio.

Seguidamente se sentó en la cama sobre la manta.

Pensé que tan delicada piel jamás debiera rozar aquel cochambroso nido de pulgas pero nada más podía ofrecer.

A continuación me pidió que me sentara a su lado algo que incrementó mi agitación.

Me cogió de las manos y lentamente se lastebó hacia sí misma.

Me encontraba a punto de vivir la mayor aventura carnal de mi vida cuando de repente un potente grito agudo impregnado del terror más acusado interrumpió la velada.

Esta vez no eran voces o alaridos lejanos.

Su cercanía me proporcionaba la certeza de que se habían producido en la misma casa un horror que sin duda provenía del sótano prohibido.

Miré a Lucy con espanto y un arrojo desconocido hasta el momento me condujo a levantarme enérgicamente y dirigirme hasta la puerta del dormitorio con la única intención de acudir en auxilio de la mujer que había gritado de forma tan pavorosa.

Pero Lucy me volvió a ver