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Relatos Propios y Ajenos
Dos Viejos y un Perro Ciego

Dos Viejos y un Perro Ciego 4k1w1f

26/5/2025 · 04:08
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Relatos Propios y Ajenos

Descripción de Dos Viejos y un Perro Ciego 2k105p

Relato corto. Historia mínima. La vejez, la nuestra y la de nuestros perros.... 571u1c

Lee el podcast de Dos Viejos y un Perro Ciego

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Pancha ladra, no como cualquier perro, ladra como si no pudiera evitarlo, como si solo su ladrido pudiera justificar su existencia.

También corre, no para de correr, siempre ladrando, vaya uno a saber cómo, por qué o hacia dónde, ella corre y corre, como una flecha lanzada al ras del piso, un buscapiés.

Nada la frena, todo lo esquiva, todo lo salta, ladra que ladra, como si no supiera correr y callar.

¡Guau, guau, guau, guau! ¡Guau, guau, guau, guau! Esa es su métrica, su marca registrada.

El tono es agudo, penetrante, rompe el aire, lo estalla en millones de partículas que se incrustan en los tímpanos de dos viejos que andan siempre reclinados sobre sus plantas, manos en la tierra, ensimismados en el silencio vegetal.

La saeta quilombera surca esta vez el espacio recién labrado.

¡Pancha, pancha! ¡Y la reputa madre! Grita él.

¡Pancha, ¿a dónde vas? ¡Vení, panchita, vení! ¡Vení, panchi! ¡Acá, quietita! Atempera ella.

Pancha se acerca resoplando ladridos, baja los decibeles, pero no le afloja ni a palos.

Al llegar a un par de metros de los jardineros, se echa con decisión, como si hubiera colapsado.

Queda tendida sobre el césped, jadeando esbozos de ladrido.

La pausa se acota a unos pocos segundos y amaga a salir disparada.

¡Pará, pancha, pará! Vuelve él a la carga ya algo resignado.

Ella olfatea el viento que trae su nombre.

Su mirada blanca ya no es capaz de encontrarse con los ojos cansados del viejo.

Lo huele acercándose y se retuerce de alegría. Agita la cola. ¡Guau, guau, guau, guau! ¡Guau, guau, guau, guau! El viejo se desparrama a su lado.

Queda tendido de largo a largo los brazos en cruz, como el hombre de Vitruvio sobre un verde recién cegado.

Ella se encarama sobre su pecho y le lame la cara embarrada.

Él aprieta su boca y sus ojos y estira el pescuezo, como escapando de los lenguetazos.

El brazo ahora la envuelve contra su cuerpo y la mano acaricia su lomo nevado.

La comunión es profunda. Ella no ve. Él, los ojos cerrados.

La jardinera termina de atar una dalia tan anaranjada como el sol de la tarde y allí los ve, desparramados.

Sonríe en silencio. Chispean sus ojos negros rasgados.

Busca su celular, lo empuña, encuadra, enfoca y vuelve a encuadrar. No dispara.

Vuelve a las dalias sin perder la sonrisa. No lo sabe, pero entiende la etérea fugacidad de la belleza.

Dos viejos y un perro ciego. ¿Cómo retratar el milagro? Pancha no ladra. Tampoco corre. Siguen los dos tumbados.

La escena se prolonga más de lo esperado. O quizás, quién sabe, el tiempo se ha ausentado.

Subtítulos realizados por la comunidad de Amara.org

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