Caso del Crimen del Tatuador de Valdemoro 31166y

Valdemoro, 15 de octubre de 2019. En una calle tranquila, una joven sale de casa, rumbo a un encuentro que nunca debería haber sucedido. Emilce, de 18 años, cruza la noche, ajena a que un adosado cercano guarda un horror inimaginable. Leonardo Valencia, un tatuador obsesionado con lo macabro, transforma su hogar en una escena de pesadilla, un lugar donde la vida se extingue, el cuerpo se profana. Un WhatsApp, un cubo de basura, un olor a quemado destapan un crimen, que sacude España, despierta debates sobre la maldad, la justicia y la redención. Esto es, Crímenes que marcaron España.

Hoy, el caso del tatuador de Valdemoro. Detrás de los hechos, conozcamos las personas clave de este relato. Emilce, Leonardo y Celia. Tres vidas, una tragedia. Emilce, de 18 años, era una joven cuya ilusión y vulnerabilidad definían su vida. Estudiante de estética y peluquería, soñaba con abrir su propio salón, un anhelo que compartía con su madre, su mayor apoyo. Vivía en Valdemoro con sus padres y su hermana, una familia marcada por un episodio traumático en redes sociales, que la expuso públicamente y la llevó a recibir atención psicológica.

A pesar de todo, Emilce era amable, responsable, mantenía una relación con Jason, su novio, con quien compartía planes y esperanza. Su interés por los tatuajes la llevó a conocer a Leonardo, un tatuador informal, que le prometió un diseño único. Aquella noche del 15 de octubre de 2022, salió de casa confiada, con la excusa de comprar unas pastillas para dormir y ver al tatuador. Nunca regresó.

Leonardo Valencia, de 27 años, era un hombre cuya frialdad y obsesión por lo macabro lo definían. De origen colombiano, llegó a España siendo niño. Su infancia estuvo marcada por la violencia. Un padre adicto, entornos familiares hostiles, presencia de servicios sociales. Ya adulto, vivía en un adosado ocupado en Valdemoro, donde tatuaba sin licencia, donde también vendía sustancias ilícitas, como ribotril. Compartía el lugar con un pitbull y decoraba su entorno con imágenes inquietantes. En redes sociales, bajo el alias Bacher, el carnicero, compartía vídeos con máscaras, fetiches, gore, frases violentas.

Su perfil público exhibía un culto al cuerpo, a la posesión y al control. Manipulador, violento, veía a las personas como objetos, lienzos, presas.

Celia, de unos 20 años, era una joven cuya fragilidad y miedo condicionaban su vida. Había sido pareja de Leonardo, en una relación marcada por el maltrato, amenazas, katanas exhibidas en medio de la noche. Pese a haber iniciado una nueva relación con Miguel Ángel, Leonardo seguía siendo una figura sombría en su vida. Vivía con una discapacidad no especificada y su dependencia emocional era evidente.

El 16 de octubre, un mensaje de WhatsApp bastó para que volviera a esa casa. Allí, encontró a Leonardo, nervioso, trastornado. Lo que vio la paralizó. El cuerpo de Emilce, inerte, envuelto en bolsas. Celia, aterrada, accedió a ayudar.

Durante horas vivió entre el horror, el sometimiento y la duda. Su huida, su testimonio, serían decisivos. Ella sería clave para romper el silencio, pero también quedaría atrapada en una ambigüedad difícil. Fue considerada víctima, pero también testigo, y lo peor, cómplice.

Así ocurrió, crónica de los hechos.

Valdemoro, 15 de octubre de 2019. La noche cae sobre Valdemoro, un municipio tranquilo del sur de Madrid. Las calles se vacían bajo un cielo sin luna, y el silencio de las aceras solo lo rompen las farolas, que proyectan sombras alargadas sobre los muros bajos de las casas. En la calle Estrella, Emilce, de 18 años, se despide de su familia con una excusa habitual. Viste ropa cómoda, lleva el móvil en la mano, intercambia mensajes de voz con su novio, Jason.

Son las 6 de la mañana.