La caída de Assad impacta en la geopolítica de la región 6j2p2g

Nosotros los latinoamericanos, como cristianos que somos en su mayoría, nos tomamos la religión con mayor tranquilidad. Claro que siempre vamos a encontrar a una tía o abuela creando a diario stories de índole religioso en whatsapp, o a los pastores de Jehová tocándote cada semana la puerta, el timbre y los huevos.

Sin embargo, si en una reunión por un cumpleaños o en una fiesta corporativa hay católicos, evangélicos, adventistas, mormones o testigos de Jehová la fiesta se lleva en paz. Nadie llega con un chaleco bomba ni amenaza de muerte a nadie por ser de otra rama del cristianismo.

Eso se debe más que nada porque a diferencia de la católica fundada por San Pedro casi inmediatamente después de la muerte de Jesús, las otras religiones cristianas importantes se crearon hace no mucho tiempo y a partir de movimientos protestantes. Los testigos de Jehová se fundaron por los años 1880 al igual que los adventistas. Los mormones se fundaron por el año 1830, es decir, son religiones relativamente nuevas que aprendieron a convivir en paz y no tuvieron ni ganas ni tiempo para reprimirse a muerte entre ellos.

Desafortunadamente no podemos decir lo mismo del islam, dividida básicamente en dos grandes ramas. Los sunitas que representan casi el 90% de todos los musulmanes del mundo y los chiítas que representan menos del 10% de la población mundial musulmana, concentrados mayoritariamente en Irán.

Por eso muchos países musulmanes han intentado aislar a los iraníes, ascendientes de los persas y no de los árabes, simplemente por creer en la otra rama del islam. ¿Pero en qué se diferencian estas ramas? Bueno, los sunitas, los que son mayoría como en Arabia Saudita, Egipto, Turquía o Libia, dicen que el sucesor de Mahoma, es decir, el sucesor del fundador del islam, fue su suegro.

Mientras que los chiítas, los que son minoría como en Irán, dicen que el sucesor de Mahoma fue su primo. Y de ahí parten estas dos ramas del islam tan iguales y a la vez tan distintas, que se miran con recelo desde hace 1400 años, cuando tras la muerte de Mahoma, no pudieron ponerse de acuerdo sobre quién debió ser su sucesor.

Pero el asunto no acaba ahí, ya que a lo largo de siglos de historia del islam, ambas ramas se han discriminado, humillado y hasta masacrado, desatando una marginación socioeconómica, extremismo, malentendidos culturales, violencia, agravios, estereotipos y una retórica sectaria que es muy difícil explicar y entender para nosotros los cristianos.

En medio de este explosivo cóctel de malentendidos entre sunitas y chiítas, debemos hablar de los alawitas, una pequeña rama islámica que profesa, por ejemplo, la familia Al-Asad, que hasta hace no mucho gobernaba Siria. Los alawitas son una rama del chiísmo, pero influenciada por variadas tradiciones, como el cristianismo. Sus prácticas religiosas, llegando incluso a celebrar festividades cristianas, llevan a muchos sunitas a cuestionar la identidad islámica de los alawitas.

Entendido estos criterios básicos, ya podemos entrar en materia. Siria es un mosaico étnico y religioso compuesto por una mayoría sunita y minorías alawitas, cristianas y kurdas. La familia Al-Asad, que hasta hace unos meses gobernaron Siria por más de 50 años, pertenece a la minoría alawita, lo que generó resentimiento entre la mayoría poblacional sunita siria, que percibía al régimen como excluyente.

Estas tensiones sectarias entre ambas ramas del islam se profundizaron hasta llegar en el 2011 a la guerra civil, disfrazada de primavera árabe, convirtiéndose en un factor clave para que los rebeldes sirios, apodados posteriormente en occidente como terroristas moderados, empezaran una sangrienta lucha por derrocar a Bashar al-Assad. Atentos, que es aquí donde el vídeo se pone bueno. En diciembre del 2024, después de 13 años de una brutal guerra civil, el régimen de Bashar al-Assad en Siria llegó a su fin con sorprendente rapidez.

Los rebeldes sirios, liderados por Hayat Tahir al-Sham, una organización catalogada como terrorista por la ONU, la Unión Europea, Estados Unidos, Rusia y otros países, cuyo líder, permítame subrayar, en la prensa occidental rápidamente pasó de ser un terrorista revolucionario, estuvieron apoyados por una coalición que incluía al Ejército Nacional Sirio, respaldado por Turquía y las Fuerzas Democráticas Sirias Kurdas.

Todos ellos lograron avanzar rápidamente hacia Damasco, obligando al-Assad y a su familia a huir hacia Rusia, donde recibieron asilo. Este cambio trascendental marca el fin de más de medio siglo de dominio de la familia al-Assad, con implicaciones directas para actores clave como Irán, Rusia e Israel, así como para la estabilidad general del siempre convulso Oriente Medio. La caída del régimen de Bashar al-Assad en Siria no sólo transformó el panorama interno de esta pequeña nación, como también la de sus vecinos.