La Batalla de Queronea 346414

Ecos de la Historia. Un programa presentado por Rodrigo Martín y producido por Jack Frost Media.

Realizado bajo uso legítimo o Fair Use.

Tras la guerra de Peloponeso, historia que estoy estudiando para dedicar un eco a ello, Grecia vivía una época de profundos cambios.

Atenas, perdida su permanencia helénica, estaba envuelta en continuas crisis.

Esparta, saciada de sí misma, empezó a cambiar su cultura espartana, nunca mejor dicho, y con ello creando grietas basadas en la complacencia.

Poco después esa situación les llevó a ser derrotados por Tebas, que se alzó como la ciudad de estado que partía el bacalao.

Sin embargo, más al norte se estaba gestando el poder de otra nación que daría mucho que hablar, Macedonia.

El resto de griegos miraban con desdén a ese pueblo de montañeros y pastores.

Sin embargo, estos macedonios sí aspiraban a ser considerados como griegos por derecho propio y posteriormente como herederos de toda la vasta cultura helénica.

Los continuos enfrentamientos entre Esparta, Tebas y Atenas permitieron ir creciendo a los macedonios.

En cierto momento, Amintas IV, que era el legítimo rey de Macedonia, fue apartado del poder por su tío Filipio II.

Este, ansioso de gloria, inició de inmediato un movimiento para erigirse como árbitro y líder de toda la hélade, usando una excusa que aglutinara a todos los griegos.

Una excusa que era vengar la guerra de Jerjes en la que murió Leónidas y sus 300 espartanos.

Es una táctica habitual entre reyes, dictadores e iluminados el buscar un enemigo externo para afianzar su poder sobre cierto grupo de individuos.

Grandes líderes que necesitan un enemigo en común para presentarse ellos como el líder salvador.

La idea de Filipo era, en efecto, atacar al poderosísimo imperio persa, una vasta empresa calificada por muchos como una locura.

Es, por ejemplo, como si de repente Andorra le declarara guerra a Estados Unidos.

Sin embargo, no fue un camino de rosas.

En última instancia, la potencia hegemónica en ese momento, Tebas, no estaba dispuesto a ceder ese poder.

Se había enfrentado al vencedor de la guerra del Peloponeso y había triunfado.

¿Iban a permitir que esos pastores con ínfula se lo quitaran? Tras vencer a Elirios, Peonios y Tracios, tras conquistar Pizna y Potidea, atacó Filipo II y conquistó a los ciudadanos de Tesalia.

Sin embargo, los atenieses ocuparon las termópilas impidiendo el avance de Filipo II.

Poco después se desató la Tercera Guerra Sagrada de la Hélade.

Los Veocios, viendo que podían ser derrotados por los atenieses, y lo que era peor, que éstos empezaran a recobrar el poder perdido, rogaron ayuda a los macedonios.

Filipo II ni se lo pensó.

Estaba en la excusa perfecta para volver a intentar entrar en Grecia como salvador y garante de la seguridad y el honor entre las polis.

Así pues, Filipo entró a hierro y fuego destruyendo las ciudades de Fócida.

Con ello, la propia Fócida fue expulsada de la anfictionia de Delfos y sus votos pasaron a Filipo, que quedó como el triunfador, con un prestigio y poder que le hacía deslumbrar frente a las demás polis.

Atenas pidió la paz, pese a las advertencias de ese imbécil gilipollas que fue de mostenés de Atenas.

No era como Winston Churchill que advirtió primero sobre los nazis y luego sobre Stalin.

De mostenés se movía por orgullo Patricio y deseando el poder en exclusiva para sí, un Montgomery de la vida.

Sea como fuere, Filipo II había llegado a la élade para quedarse.

El enfrentamiento contra las polis más hegemónicas era ya inevitable.

Y eso es todo por hoy.