Avicebrón - La Fuente de la Vida (Fons vitae) (Tratado III) 2j3n3q

Hola a todos los amigos de Filosofía Puntes. Estamos nuevamente con Iben Gavirol, el tratado tercero de la fuente de la vida, Fons Vitae.

Ya en esta tercera parte, Iben Gavirol, o Avicebron, como ustedes quieran, nos lleva al corazón de su filosofía, las sustancias simples. Ya en el tratado anterior, tratado segundo, hablamos todo de la materia y señalamos aquello que es quizá una de las cosas más impresionantes de la filosofía de Avicebron o Iben Gavirol, la materia universal, que se encontraba en la mayoría de las realidades que se describen en este mundo.

Pero aquí revela cómo, más allá del mundo sensible, existen realidades puras y perfectas, compuestas también de forma y materia, pero de un modo sutil e inmaterial. Y con esto, siempre desafiando las ideas clásicas e invitando a imaginarnos un universo donde todo, desde los ángeles hasta las estrellas, comparten una misma estructura profunda, tejida obviamente por la voluntad divina.

Así que vamos con este tratado tercero de la Fons Vitae. Sin más dilación, vamos allá.

Bueno, demostración de las sustancias simples. Recordemos que este era un diálogo entre un maestro y un alumno, o un discípulo, si ustedes quieren. Y el maestro explica al discípulo que toda materia necesita de la forma para existir y que tanto las sustancias sensibles como las inteligibles comparten un mismo principio, resolviéndose finalmente en una materia primera universal que sostiene todas las formas.

A su vez ninguna forma existe sin materia, estableciendo así una unidad fundamental que subyace a toda realidad. El discípulo comprende que las sustancias inferiores son formas respecto a las superiores y estas últimas actúan como materia para las inferiores, confirmando la existencia de una única materia que unifica todos los que existen.

El maestro añade que al observar la tendencia de todas las cosas hacia la unidad, se confirma que la diversidad no rompe este principio común. Del mismo modo hay una materia universal que también supone la existencia de una forma universal que es la unidad misma, y esta unidad da ser a la materia y es inseparable de ella, ya que ambas se necesitan mutuamente para existir. Para ilustrar esta relación el maestro compara la forma con el número 1, que es el simple y unificador, y la materia con el 2, divisible y multiplicador, mostrando cómo todo se organiza según la naturaleza de los números.

Aunque las formas particulares parecen diversas, todas proceden de la misma forma universal, impresión directa de la unidad suprema en la materia. La multiplicidad surge por la densidad y resistencia de la materia, que oscurece la pureza de la forma. Sin embargo, en esencia, la forma que oscurece la pureza de la forma, lo hace obviamente por su densidad.

Sin embargo, así todo lo que existe participa de esta misma luz y unidad, que es el principio y fundamento de toda la realidad. El maestro explica al discípulo que la distancia entre el primer Hacedor, es decir Dios, y las demás sustancias no es espacial, sino que se debe a la falta de semejanza y de cualidades compartidas.

La cercanía entre dos cosas depende de que tengan algo en común, y cuanto menos semejanza existe, mayor es la distancia entre ellas. Así, entre Dios, que es absolutamente único y perfecto, y la sustancia última que sostiene los nueve predicados, es decir, la realidad más básica y compuesta del mundo creado, debe haber sustancias intermedias que sean más simples y espirituales, y por tanto más cercanas a la persona.