
Descripción de Agresividad vs violencia v4m26
El ingeniero vigués César Adrio mató de treinta puñaladas a Ana Enjamio y el profesor Ángel Rodríguez obligó a sus hijos de 6 y 9 años a ver cómo asestaba varios hachazos a su madre. De esta agresividad descontrolada surgen estos crímenes y también las preguntas: ¿Somos violentos por naturaleza? ¿En qué medida la biología afecta a esta conducta? 1w455k
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
¿Es el ser humano agresivo por naturaleza? Sí. ¿Por lo tanto, está en su biología ser violento? No. La agresividad es un instinto.
Es la capacidad que tenemos para dar respuesta a los peligros.
Científicamente, una conducta agresiva está normalizada.
Es incluso positiva para el desarrollo o la supervivencia.
El problema viene cuando esta agresividad se descontrola.
Ahí nace la violencia, mucho más destructiva y dirigida siempre a la obtención de un daño.
Aunque muchas veces es impulsiva, reactiva ante una provocación, los casos que trataremos en este décimo capítulo de Fundido a Negro dibujan una violencia instrumental, fría y planificada, orientada a un objetivo concreto, causar la muerte, y dentro de ésta, el mayor sufrimiento posible a la víctima.
Ni un episodio agresivo, ni mucho menos violento, ni malas formas, ni siquiera una mala cara.
Hasta 2016, César Adri Otero, de 38 años, era ingeniero y trabajaba en una empresa de cableado de la automoción en Oporriño, donde realizaba tareas de supervisión.
Estaba casado y tenía dos hijos pequeños.
Su vida discurría, aparentemente, tranquila, sin sobresaltos.
Pero, a mediados de 2015, llegó a la empresa una nueva becaria, Ana María Enjamio Carrillo.
La joven tenía 25 años, estaba terminando la carrera de Ingeniería Industrial y, aunque era natural de Boca y Xom, una localidad próxima a Santiago de Compostela, vivía en un piso compartido en Vigo, donde compaginaba sus estudios con su primer trabajo.
César y Ana se conocieron en el trabajo.
Guapa, deportista, responsable, cariñosa, inteligente, César rápidamente se sintió atraído por la joven, a la que definía como una chica diez.
Ella mantenía entonces una relación con el que era su novio, un chico llamado Samuel, que también tendrá un papel importante en esta historia.
Las conversaciones que Ana y César mantenían entre la máquina de café y el despacho pasaron rápidamente al plano sentimental y, en diciembre de 2015, se convirtieron en amantes.
Y solo amantes, porque él seguía casado y ella con este primer novio.
No fue hasta febrero de 2016 cuando la relación se afianzó, dejando ambos sus respectivas parejas y alquilando un piso para vivir juntos.
Mantuvieron una relación de varios meses, totalmente secreta para el resto de compañeros de la empresa, aunque muchos lo sospechaban.
Convivieron hasta julio de 2016, cuando Ana decide romper con César.
Y retoma el o con Samuel, primero de amistad, pero poco a poco vuelve a surgir algo entre ellos, van de compras juntos, quedan y hasta le acompaña a comprarse su primer coche.
Ana había tomado una decisión, tras seis meses de relación con César, decidió que no era la persona que quería a su lado y optó por romper y enfocarse en una nueva vida, fuera de la clandestinidad en la que había llevado su corto noviazgo.
Y así tendría que haber sido.
Pero César, bajo el pretexto del amor que sentía por Ana y la clara apuesta que había hecho por ella separándose de su mujer, tiró de agresividad, primero controlada, pero después desató episodios cada vez más violentos, más planificados y mucho más explosivos que culminaron con el asesinato de Ana, a quien asestó más de 30 apuñaladas cuando la joven regresaba de la cena de Navidad de la empresa en diciembre de 2016.
En una conducta violenta, es necesaria la interacción entre factores biológicos, temperamentales y también de corte psicosocial o ambientales.
En tan solo un 20% de los casos, la agresividad se convierte en violencia por causas atribuibles a la biología y, principalmente, por el influjo de un mal funcionamiento en el córtex prefrontal del cerebro y en el sistema límbico, que es donde encontramos la amígdala.
Este es el principal núcleo de control de las emociones, relaciona un sentimiento o una emoción con un patrón de respuesta.
Ante la ira, ante el miedo, nosotros actuamos de una manera u otra.
Y está muy relacionada también con el procesamiento de la agresividad, que, como dijimos al principio, la tenemos de forma natural.
Un mal funcionamiento de la amígdala puede provocar una disminución de conductas agresivas o violentas, mientras que una sobreestimulación puede desembocar reacciones extremadamente agresivas o violentas.
En cuanto al córtex prefrontal, su baja actividad puede llevar también a una predisposición a la violencia, ya que la corteza prefrontal es la parte del cerebro que realiza procesos inhibitorios y participa en la regulación de la agresión.
Todo esto sin olvidar el hipotálamo, cuya estimulación favorece la agresividad, al igual que los elevados niveles de testosterona y cortisol, que es más conocida como la hormona del estrés.
Aquí también entra la genética.
Su influencia en el comportamiento antisocial y agresivo es indiscutible.
¿Cuánta es la carga genética en la conducta?
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