11. Marcas en la piel y sus historias 1n2g4q

Bienvenidos a Un beso en la taza.

Soy Olga Paraíso y hoy, mientras preparo mi café, me detengo a pensar en las marcas que todos llevamos en la piel.

Algunas las llamamos cicatrices.

Otras son lunares, arrugas o incluso tatuajes.

Pero todas tienen algo en común.

Cuentan historias.

Dicen que la piel es el órgano más grande del cuerpo.

Pero también creo que es el más honesto.

Habla de nosotros, de lo que hemos vivido, a veces sin que lo pidamos.

Esa pequeña cicatriz en la rodilla puede ser el recuerdo de una caída en bicicleta cuando eras niño.

Quizá esa otra marca fue de cuando te caíste columpiándote.

Ese lunar que observas en el espejo tal vez sea un reflejo de alguien de tu familia.

Un abuelo o una tía.

Yo, por ejemplo, tengo un lunar redondo pequeño en la zona baja de la espalda.

A veces me quedo mirándolo como si tuviera un secreto que contarme.

Una historia escondida en su forma simple.

Recuerdo cuando trabajaba en ginecología que una de las doctoras me decía ¿Quieres que te quite ese lunar? Te lo quito en un momento con el bisturí.

Nunca sabré si lo heredé de alguien de la familia de mi madre.

Quizá mi abuela tenía uno en el mismo lugar.

No lo sé.

Es curioso pensar en cómo algo tan pequeño puede conectarnos con las personas que vinieron antes de nosotros.

Quizás ese lunar sea un rastro de alguien que nunca llegué a conocer.

Pero que de algún modo está presente en mí como un hilo invisible que une el pasado con mi presente.

También me hace reflexionar sobre lo que dejamos atrás.

Tal vez dentro de muchos años alguien mire su piel y se pregunte si ese pequeño detalle proviene de mí.

De esta persona que ahora toma un café y se sienta a reflexionar sobre la vida.

Tal vez debería dar a alguien otro un ché.

Nuestros cuerpos son como mapas.

Con marcas que trazan caminos hacia historias que a veces no recordamos.

Pero que están ahí.

Ese lunar, esa marca, podría ser una firma del tiempo.

Un guiño de los que vinieron antes para recordarnos que aunque las generaciones cambien, siempre hay algo que permanece.

También esas pequeñas arrugas que se dibujan con el tiempo pueden ser mapas de las sonrisas que diste.

O tal vez del peso que llevaste.

Hay marcas que llegan por accidente, otras por decisión.

Los tatuajes, por ejemplo, son historias que elegimos escribir en nuestra piel.

En aquel momento fue un acto de amor y un recordatorio visible de algo que no queremos olvidar.

O simplemente un símbolo de lo que somos.

Y luego están las marcas que no elegimos, pero que igualmente nos pertenecen.

Las cicatrices a menudo son los puntos de sutura entre el pasado y el presente.

Entre el dolor y la sanación.

Pienso que nuestras marcas nos hacen únicos.

No las vemos igual que a un paisaje pintoresco o a un atardecer.

Solemos juzgarlas, queremos ocultarlas, borrar lo que no nos gusta.

Pero si las miramos con otros ojos, quizá podamos verlas como pruebas de que hemos vivido.

Como un recuerdo.