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El ensueño literario.
"Usos amorosos de la posguerra" (Prólogo) C. M. Gaite, '85

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27/3/2025 · 07:26
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Prohibido mirar hacia atrás. La guerra había terminado.

Se censuraba cualquier comentario que pusiera de manifiesto su huella.

De por sí, bien evidente, en tantas familias mutiladas, tantos suburbios miserables, pueblos arrasados, prisioneros abarrotando las cárceles, exilio, represalias y economía maltrecha.

Una retórica mesiánica y triunfal empeñada en minimizar las secuelas de aquella catástrofe. Entonaba himnos al porvenir.

Habían vencido los buenos. Había quedado redimido el país.

Ahora, en la tarea de reconstruir lo moral y materialmente, teníamos que colaborar con orgullo todos los que quisiéramos merecer el nombre de españoles. Y para que esta tarea fuera eficaz, lo más importante era el ahorro, tanto de dinero como de energías. Guardarlo todo, no desperdiciar, no exhibir, no gastar saliva en protestas ni críticas baldías, reservarse, tragar las consignas que durante la guerra habían instado al ciudadano de la retaguardia, apretarse el cinturón, se materializaron ahora en dos palabras clave, restricción y racionamiento.

Ningún niño de aquel tiempo podrá olvidar el cariz de milagro que adquiría una merienda de pan y chocolate, ni el gesto meticuloso y grave de sus padres cuando cortaban los cupones de la cartilla del racionamiento, como tampoco podrá olvidar los frecuentes apagones que les obligaban a hacer sus deberes del instituto a la luz de una vela, o aquella urgencia de las madres por llenar bañeras y barreños cuando se anunciaba un inminente corte en el suministro del agua.

Aun cuando estas restricciones de agua, luz, carbón y alimentos fueran desapareciendo poco a poco, dejaron unas secuelas muy hondas de encogimiento y tacañería que los rectores de la moral imperante supieron aprovechar para sus fines. Las palabras restricción y racionamiento sufrieron un desplazamiento semántico pasando a abonar otros campos, como el de la relación entre hombres y mujeres, donde también constituía una amenaza terrible, dar alas al derroche.

Restringir y racionar siguieron siendo vocablos clave, oniciones agazapadas en la trascienda de todas las conductas. A la sombra de esta doctrina restrictiva fuimos creciendo los niños y niñas nacidos antes de la guerra civil, aprendiendo de mejor o peor gana a racionar las energías que pudieran desembocar en la consecución de un placer inmediato. Eran energías que había que reservar para apuntalar la familia, institución gravemente cuarteada tras las turbulencias de la contienda reciente, pilar fundamental sobre el que había de asentarse ahora el nuevo Estado español.

Tratar de entender cómo se interpretaron y vivieron realmente esas consignas y hasta qué punto condicionaron los usos amorosos de la gente de mi edad y su posterior comportamiento como padres y madres de familia es el objeto del presente trabajo. Abarcaré en él un periodo de más o menos 15 años, aunque a veces traiga a colación testimonios posteriores, unas veces para marcar diferencias y otras por el contrario, para dejar de manifiesto lo arraigadas que habían quedado aquellas costumbres, a despecho de algunos cambios aparentes.

En octubre del 53 me casé, según el rito católico, en la iglesia de San José de Madrid. Un mes antes había tenido lugar la firma del primer convenio entre España y los Estados Unidos de América, con el que se iniciaba el primer cambio en la política económica de nuestro país. Recordemos entonces entre el 39 que acaba la guerra y 53 pasan 14 años. Este cambio proponía

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