
Un programa casi normal #14. Incómodos Invitados #2 2d1t6b
Descripción de Un programa casi normal #14. Incómodos Invitados #2 5i1j19
¡El segundo capítulo! La trama se complica y nuestro protagonista debe tomar algunas decisiones nada sencillas. Este texto lo han recibido mis lectores mecenas desde hace ya tiempo, y si os apetece leerlo completo no tenéis más que haceros lectores mecenas y lo recibiréis junto a mogollón de recompensas. De lo contrario, tendréis que esperar más entregas... Aquí podéis haceros lectores mecenas: https://pablocarnicero.com/lectores-mecenas/ y aquí podéis conseguir "Un tipo casi normal en una situación casi anormal" : https://pablocarnicero.com/novelas-negras/un-tipo-casi-normal-en-una-situacion-casi-anormal/ Disfruten del episodio y disculpen los posibles fallos que pueda cometer... prometo que mejoraré. (Siempre lo digo, pero pocas veces mejoro,,, jeje) 6i1w2w
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Incómodos invitados, capítulo 2.
Llamé por teléfono a un buen amigo y su voz pasó de la agradable felicitación navideña al improperio más sucio cuando escuchó el motivo de mi llamada.
—Eres un puto coñazo, insistió con su delicadeza habitual.
Ni siquiera respetas las fiestas.
—Es un asunto importante, por eso te llamo hoy, repliqué con paciencia.
Me había instalado en el despacho después de devorar un frugal desayuno y aún comprobaba las imágenes que las cámaras que tenía instaladas de manera discreta en el salón habían grabado la noche anterior.
—Sí, tengo cámaras en mi casa.
En el pasado fui objeto de numerosos robos y registros en mi casa, así que, como medida de seguridad, decidí instalar unos cuantos aparatos ocultos en el salón, la cocina y las dos habitaciones.
Tras visionar lo sucedido la noche anterior y comprobar que el romance entre Ana y yo apenas había supuesto el tonteo que recordaba, capturé la mejor imagen del rostro de ella y se lo envíe a mi amigo por correo electrónico.
Este ocupa un puesto muy alto en el escalafón de la policía y que, por discreción y prudencia, no revelaré.
Era el culpable de algunas de mis aventuras anteriores, así que me debía más de un favor.
Escuché el ruido de niños de fondo durante un rato más hasta que fue sustituido por el cripitar de un teclado.
—A ver, estoy en el despacho, joder —bufó de nuevo—, los críos acaban de abrir los regalos de Navidad.
—Seguro que es una imagen entrañable —bromé—, y no me cambiaría por su pellejo por nada en el mundo, incluso en la situación en la que en aquel momento me encontraba.
Él carraspeó y su voz cambió.
—Veo que es una chica que ha estado en tu casa —dijo como de seria—, ¿la conoces de algo? —Hombre, esa pregunta es un poco estúpida —repliqué con algo de fastidia—, la conocí anoche.
—La conociste bien, al parecer —apuntilló él—, vamos a grano, los críos te esperan para pasar una mañana de Navidad.
—Tú sí que vas a pasar una buena mañana —advertí en su voz una ligera rechifla.
—Vamos a ver, tu amiga se llama Ana Hernández Martínez, 32 años, soltera, hermana melliza de Isabel, muerta hace poco a causa de un accidente mientras trabajaba de incógnito como policía nacional.
Una lástima.
—Espera, que ahora viene lo gordo —afirmó él, parecía divertido—.
Tu amiga trabaja para una sección del Ministerio del Interior y tiene todo su expediente clasificado.
Incluso para alguien de mi posición, lo que he podido ver es que está ahora mismo en excedencia.
—¿Qué significa trabajar para una sección del Ministerio del Interior? —pregunté con cierta ingenuidad, aunque ya sospechaba la respuesta.
—Joder, tío, estás hoy un poco torpe.
Significa lo que te acabo de decir.
Era una espía.
O algo parecido.
—¿Cuándo se cogió la excedencia? —dije, tratando de cambiar el tercio.
—Hace una semana.
—¿Cuándo murió su hermana? —Hace dos semanas.
Blanco y en botella.
Estaba clarísimo lo que había sucedido, pero tenía que seguir atando cabos.
—Hazme un favor —mi amigo gruñó a través del teléfono y me insultó una vez más—.
Tienes que acceder al expediente de Isabel y contarme en qué andaba metida.
—Mira, estás pasándote de la raya mucho más de lo que sueles hacer.
No pienso molestar a un comisario de policía para que me mande el informe de un asunto en Navidad.
Utiliza tu influencia y tu simpatía —repliqué tratando de parecer amable—, pero necesito saberlo.
—Es para un caso muy importante.
Joder, ahora me vienes con esas gilipolleces.
Te recuerdo que estás donde estás gracias a mí.
—Te recuerdo que estoy donde estoy por tu culpa —repliqué lentamente—.
Me he comido unos cuantos marrones tuyos sin rechistar, incluso en épocas tan intempestivas como estas.
Y te recuerdo que gracias a mí te has podido colgar algunas medallas.
Ambos sabíamos que yo tenía razón, así que la conversación se alargó unos cuantos improperios más hasta que me prometió que me llamaría en un rato.
Al cabo de una hora, llamó el teléfono de casa.
Colgué y le llamé desde el de emergencia.
Se trata de un dispositivo de seguridad bastante sofisticado que un buen amigo mío me regaló hace tiempo, cuando nos vimos en una situación casi anormal.
Proporcionaba una línea imposible de intervenir ni de localizar, y me sentía más seguro si hablábamos a través de ella, aunque no venía a cuento tomar tales precauciones.
Isabel se había infiltrado dentro de un grupo de traficantes de Pocahontas, informó.
El objetivo era descubrir la red que le suministraba una clase específica de sustancia que, al parecer, está siendo bastante nociva.
Se había aliado con el cabecillo del grupo, un tal Ramón del Toro, y parece que también había logrado ganarse la confianza de un miembro más del grupo, aunque por seguridad no lo reveló.
Llegó bastante lejos en sus investigaciones, hasta que lo descubrió.
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