SERMONES DESDE LA INHOSPITA TRINCHERA - SERMON DEL MIERCOLES DE CENIZAS - 2025 5228s

Esta es Cristiandad, luchando para que Cristo reine.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Nos encontramos en el miércoles de Ceniza, y con esta ceremonia de la bendición y de la imposición de las mismas, comenzaremos la Santa Cuaresma.

Estos ritos nos recuerdan inmediatamente la muerte.

Si ahora en este momento se nos intimase la sentencia de muerte, ¿no pediríamos acaso un plazo para ella? Prestemos atención, pues decretada ya está, y el plazo concedido es tal vez muy breve.

El plazo es, por de pronto, la cuaresma del año presente.

Y tal vez no entera.

Con que pensemoslo bien y resolvamosnos enseguida.

Para ello nos debe ayudar la imposición de la ceniza, con que da principio la Iglesia al santo tiempo de cuaresma.

Se trata de una ceremonia cuyo significado debiéramos traer muy hondamente impreso en nuestra memoria.

En efecto, ninguna función litúrgica más tétrica e impresionante que la de hoy, si la comprendemos bien.

Se deja oír desde el templo la voz dura e inflexible de la Iglesia, capaz de despertar al mundano del sueño más profundo.

Acuérdate, hombre, de que eres polvo y de que en polvo te has de convertir.

Así habla hoy la Iglesia a todos los mortales.

Iguales palabras pronuncia a los ricos que a los pobres, a los grandes que a los pequeños, a los santos y a los pecadores, a los sanos y fuertes y a los enfermos.

¡Qué meditación tan seria! Siempre se ha reconocido como altamente provechoso para el hombre el recuerdo de la muerte.

La revelación no hizo más en este punto que confirmar sus dictámenes.

Y de ahí la meditación de la muerte tan recomendada en todos los siglos por los maestros de perfección cristiana y que ha llenado de penitentes los desiertos y los monasterios de edificantes cenovitas.

Idéntico objeto tiene, pues, la ceremonia de que nos ocupamos.

Ciertamente la imposición de la ceniza sobre la frente del cristiano convida a serias meditaciones.

Esta ceniza negruzca y despreciable nos está diciendo el término a que han de reducirse al fin todas nuestras vanidades.

Recuerda, hombre, fin ignominioso, que eres polvo y que haría de nuestra existencia una broma harto-pesada si nos llevásemos dentro de nuestro cuerpo de barro el alma que no muere.

Nada se escapará a la acción devoradora de la muerte.

En polvo te convertirás.

Ni los cuerpos regalados de los voluptuosos ni las bellezas anheladas por el mundo.

Los gusanos se cebarán un día en los cuerpos muelles y roerán implacables la tez sedosa de la cual impúdica divinidad expuso su cuerpo a pública adoración.

¿Para qué, pues, tanto mimo, tanto regalo? ¿Interesa acaso dar suculento pasto a los gusanos? ¿A qué tanta vanidad y presunción? ¿No se ha de acabar todo cuerpo en polvo de la tierra? Un puñado de polvo que se pisotea con desprecio.

Nadie se preocupa de él, a no ser para arrojarlo a la basura.

Y no nos desengañemos.

Seguiremos riendo ocultos acrílegos a nuestro cuerpo, cortejándole.