Oakwood Heights - Segunda Sesión 5gp3r

Bienvenidos a Horror Cósmico, el podcast de rol que te hará perder cordura.

Venga, pues vamos a comenzar la segunda sesión de Awkward Hates y vamos a comenzar con esa pequeña comitiva que describía al final de la primera sesión. Esa en la que dos coches, un coche patrulla, el coche de Joshua y una furgoneta de transporte de la prisión se dirigen hacia la isla de Zug. Mientras que vais hacia allá podéis notar como la tormenta va reciendo, como la nieve casi os impide ver, como también se va haciendo oscuro y os aproximáis a esa isla artificial, la isla de Zug. Es una isla que está ocupada en su mayor parte o casi en su totalidad por una acería. Alrededor de la acería hay montones, grandes explanadas cubiertas de carbón.

Os acercáis hasta el muelle donde hay atacados dos barcos preparados para su desguace. Os podéis imaginar como las luces de los coches ya iluminan una valla metálica que da a ese barco, a ese muelle. El lugar la verdad es que es bastante desconocido, ni siquiera se permiten tener cámaras de seguridad.

Cuando llegáis aparece un hombre vestido en un chaleco naranja. Se encoge bajo esa ventisca, esa nieve que le cae y sin decir palabra, sin dejar de mirar al suelo, saca un manojo de llaves y abre una puerta que os deja pasar hacia la parte del muelle donde están esos barcos preparados para el desguace y donde está la segunda escena del crimen.

El primero en bajar es Miles, que abre la puerta del lateral de la furgoneta y deja pasar a Franklin Mills, que baja sin dejar de mirarlos, mientras que estáis en vuestros dos coches, en vuestros vehículos, sonriendo, sobre todo cuando te mira a ti, Joshua. Espero que esta vez ese Mills se pase a su trabajo, maldito sea, maldito sea. Pongo una sonrisa de oreja a oreja, me duele, me duele la cara, pero no voy a dejar que lo note ese cabrón y salgo del coche, acercándome y con paso decidido, como si hubiese empezado el día de nuevo.

Miro hacia atrás, esperando que lo debajen del coche, que se den prisa, aquí hace demasiado frío.

Me pongo el abrigo, me alzo el cuello del abrigo y me lo ajusto y aprovecho para quitarme un par de copos de nieve, que se habían quedado cogidos a él. Venga, vamos, dice Miles, no tengo toda la tarde para estar aquí. Y vuelve otra vez la vista a su móvil, sin dejar de mascar chicle, sin prestar más atención que eso.

Kaitlyn puede que se dé cuenta, seguro que se da cuenta, que Aidan está con la mirada clavada en esa mole de acero, de hierro, sus nudillos blancos, mientras sujeta el volante, una gota de sudor que recorre su frente. No dice nada. Con el coche parado, detrás de ese furgón, blanco, sin ningún tipo de distintivo.