"MONITA SECRETA: Un misterio polémico de los Jesuitas" Estudio Alejandría 4uv54

Los Monitas Secreta, que en latín significa instrucciones secretas, son un documento envuelto en misterio y controversia. También se conocen como instrucciones secretas de los jesuitas o las instrucciones secretas de la Compañía de Jesús. Supuestamente, estas directrices habrían sido redactadas por Claudio Acquaviva, quien fue el quinto superior general de la orden jesuita, y estarían dirigidas a los líderes regionales de la Compañía. ¿Su propósito? Según el texto, ofrecer estrategias para fortalecer el poder e influencia de los jesuitas en el mundo.

Desde el primer momento en que salieron a la luz, los jesuitas las han calificado de falsas, al igual que muchos de sus simpatizantes e incluso algunos de sus críticos. La autenticidad del documento ha sido ampliamente cuestionada a lo largo de los siglos. El contenido de estas supuestas instrucciones suena como el argumento de una novela conspirativa.

Se habla, por ejemplo, de que la Compañía debía utilizar todos los medios posibles para acumular riqueza, atraer a jóvenes brillantes y prometerles una carrera religiosa a cambio de sus propiedades, o persuadir a viudas adineradas para que no volvieran a casarse y donaran sus bienes a la orden. También se mencionan estrategias para que los jesuitas ascendieran en la jerarquía eclesiástica, desacreditando a otras órdenes religiosas y manteniendo siempre una fachada de pureza e intenciones desinteresadas. Y si alguien decidía abandonar la Compañía, su reputación debía ser arrastrada por el barro sin piedad.

Aunque los autores reales siguen siendo un enigma, muchos historiadores señalan a un tal Jerome Zaworowski, un jesuita polaco expulsado de la orden en 1613. Poco tiempo después, en 1615, el documento se publicó en Cracovia, aunque afirmaba ser una traducción de un texto anterior, impreso en español en esa misma ciudad un año antes. Desde entonces, han surgido muchas versiones acerca de cómo y dónde se encontró el manuscrito original. Algunos lo sitúan en Paderborn, otros en Praga, Lleja, Amberes, Glatz e incluso a bordo de un barco capturado.

El personaje más frecuentemente vinculado a su descubrimiento es el Duque Cristián de Brunswick. Lo curioso es que, en 1615, cuando el documento se hizo público por primera vez, él apenas era un niño. Con el paso del tiempo, varios intentos han buscado darle credibilidad al texto. En 1783, por ejemplo, se intentó revivir el interés académico por el documento, y a principios del siglo XIX apareció otra edición misteriosa, supuestamente respaldada por testimonios jesuitas.

Pero ahí las cosas se vuelven aún más turbias. En esa versión se menciona a un tal, Felix Aconiti, como autor de las instrucciones, personaje del que no hay rastro alguno en los registros oficiales de la compañía. Además, el censor que supuestamente autorizó la publicación se llama Posquinelli, un nombre que suena más a pseudónimo que a funcionario real.

El contenido de los monitas secreta es tan escandaloso que parece hecho a medida para alimentar las teorías conspirativas más oscuras, acusaciones de conspiraciones, crímenes e incluso regicidios, es decir, asesinatos de reyes, todo ello atribuido a los jesuitas por sus más acérrimos detractores. Hoy por hoy, la mayoría de los estudiosos coinciden en que las monitas secretas son una obra apócrifa, escrita por enemigos de la compañía con fines propagandísticos.

Su existencia sigue generando debate y alimentando la fascinación por esa parte oscura y poco clara de la historia eclesiástica. Desde su aparición, los monitas secretas han levantado muchas cejas y muchas sospechas. No fueron pocos los estudiosos, religiosos e incluso opositores acérrimos al catolicismo quienes coincidieron en una cosa, que ese famoso manual de estrategias jesuitas era, sencillamente, una invención.

Uno de los primeros en alzar la voz fue el obispo Lipsky, de Cracovia, allá por 1616, tan solo un año después de que el texto saliera a la luz. Más adelante, figuras como el padre Bernard Durr, autor de Jesuita en Fablen, el influyente historiador eclesiástico Paolo Sarpi, conocido por sus críticas al Concilio de Trento, o el teólogo Antoine Arnault también lo desestimaron como una falsedad.

Incluso la publicación Nouvelle Ecclesiastiques, ligada al pensamiento hansenista, cuestionó su autenticidad. Curiosamente, muchos de los críticos más duros de los jesuitas, como Henry de Sainte Ignace, Blaizé Pascal o el historiador protestante Johann Gisaler, no fueron los primeros en alzar la voz.