
Descripción de "Leyendas Africanas" Vol 2 (Anónimo) 3x5229
Bienvenidos a La Memoria de Imhotep, un espacio donde la tradición oral de África se encuentra con nuevos oídos. En esta ocasión, presentamos dos relatos que nos sumergen en la esencia de la humildad, la confianza y la mentira: Cómo la sabiduría se esparció por el mundo, y El chico y el cocodrilo. Estas historias no solo entretienen, sino que también transmiten valores y enseñanzas universales que han perdurado por generaciones. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/1215637 5m3j3j
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
La memoria de Imhotep presenta
¿Cómo la sabiduría se esparció por el mundo?
Leyenda anónima africana
En Tauvilandia vivía en tiempos remotos, remotísimos,
un hombre que poseía toda la sabiduría del mundo.
Este hombre se llamaba Padre Anansi
y la fama de su sabiduría se había extendido por todo el país
hasta los más apartados rincones
y así sucedía que de todos los ámbitos
acudían a visitarlo las gentes para pedirle consejo y aprender de él.
Pero he aquí que aquellas gentes se comportaron indebidamente
y Anansi se enfadó con ellos.
Entonces pensó en la manera de castigarlos.
Tras largas y profundas meditaciones,
decidió privarles de la sabiduría,
escondiéndola en un lugar tan hondo e insospechado
que nadie pudiera encontrarla.
Pero él ya había prodigado sus consejos
y ellos contenían parte de la sabiduría que, ante todo, debía recuperar.
Y lo consiguió.
Al menos así lo pensaba nuestro Anansi.
Ahora debía buscar un lugarcito donde esconder el cacharro de la sabiduría.
Y sí, también él sabía un lugar
y se dispuso a llevar hasta allí su preciado tesoro.
Pero Padre Anansi tenía un hijo que tampoco tenía un pelo de tonto.
Se llamaba Cuecosiyin
y cuando este vio a su padre andar tan misteriosamente
y con tanta cautela de un lado a otro con su pote,
pensó para sus adentros.
¡Cosa de gran importancia debe ser esa!
Y como listo que era,
se puso ojo a Abizor para vigilar lo que Padre Anansi se proponía.
Como suponía, lo oyó muy temprano por la mañana,
cuando se levantaba.
Cueco prestó mucha atención a todo cuanto su padre hacía,
sin que este lo advirtiera.
Y cuando poco después Anansi se alejaba rápida y sigilosamente,
saltó de un brinco de la cama
y se dispuso a seguir a su padre por dondequiera que este fuese,
con la precaución de que no se diera cuenta de ello.
Cueco vio pronto que Anansi llevaba una gran jarra
y le aguijoneaba la curiosidad de saber lo que en ella había.
Anansi atravesó el poblado.
Era tan de mañana que todo el mundo dormía aún.
Luego se internó profundamente en el bosque.
Cuando llegó a un macizo de palmeras altas como el cielo,
buscó la más esbelta de todas
y empezó a trepar con la jarra o pote de la sabiduría,
pendiendo de un cordel que llevaba atado por la parte delantera del cuello.
Indudablemente quería esconder el jarro de la sabiduría
en lo más alto de la copa del árbol,
donde seguramente ningún mortal había de acudir a buscarlo.
Pero era difícil y pesada la ascensión.
Con todo, seguía trepando y mirando hacia abajo.
No obstante la altura, no se asustó,
sino que seguía sube que te sube.
El jarro que contenía toda la sabiduría del mundo
oscilaba de un lado a otro, a derecha y a izquierda,
igual que un péndulo,
y otras veces entre su pecho y el tronco del árbol.
La subida era ardua, pero Anansi era muy tozudo.
No cesó de trepar hasta que Kweku Shijin,
que desde su puesto de observatorio se moría de curiosidad,
ya no lo podía distinguir.
—¡Padre! —le gritó.
—¿Por qué no llevas colgado de la espalda ese jarro preciado?
Tal como te lo propones, la ascensión a la más alta copa
te será impresa difícil y arriesgada.
Apenas había oído Anansi estas palabras,
se inclinó para mirar a la tierra que tenía a sus pies.
—¡Escucha! —gritó a todo pulmón.
—Yo creía haber metido toda la sabiduría del mundo en este jarro,
y ahora descubro, de repente,
que mi propio hijo me da lección de sabiduría.
Yo no me había percatado de la mejor manera
de subir este jarro sin incidente
y con relativa comodidad hasta la copa de este árbol.
—¡Pedazo!
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