
Descripción de Junto a un muerto - Guy de Mauant 2752m
«Junto a un muerto» es un cuento de terror del gran escritor de cuentos Guy de Mauant, uno de los más de trescientos que escribió. Henri René Albert Guy de Mauant, escritor popular francés del siglo XIX, es considerado uno de los padres del relato corto moderno. Fue protegido de Flaubert, y se le conoce como uno de los mayores autores del naturalismo por su economía de estilo y su desenlace eficaz y sin esfuerzo, a pesar de que siempre renegó de aquella escuela. En ocasiones, la calidad de sus cuentos ha sido comparada con la de los relatos de Edgar Allan Poe. Tuvo discípulos en todas las lenguas, incluso fue plagiado numerosas veces. irado por Émile Zola, y seguido por Anton Chéjov y Horacio Quiroga, el terror psicológico, el terror metafísico y, en definitiva, el terror a secas están presentes en sus mejores relatos. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/1131024 14122f
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La luna deslumbrante asoma entre los árboles. La oscuridad de la noche lo inunda a todo, y una tenue niebla comienza a aparecer. Adéntrate en el bosque. Busca al árbol viejo. Siéntate a su lado. Ponte cómodo. Cierra los ojos y escucha la historia que traen hasta ti las criaturas de la noche.
Bienvenidos. Estos son los cuentos del bosque oscuro.
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Permanecía algún tiempo inmóvil bajo el calor del sol, contemplando con ojos sombríos el Mediterráneo.
A veces dirigía una mirada hacia la alta montaña de cumbres brumosas que cierra el mentón.
Luego, con un movimiento muy lento, cruzaba sus largas piernas, tan enflaquecidas que parecían dos huesos alrededor de los cuales flotaba el paño del pantalón. Y abría un libro, siempre el mismo.
Entonces, sin variar de postura, leía, leía con los ojos y con el pensamiento. Parecía que todo su pobre cuerpo desfalleciente leía, que su alma penetraba, se perdía, desaparecía en aquel libro, hasta la hora en que el aire fresco lo hacía toser un poco. Entonces, levantándose, penetraba en el hotel. Era un alemán alto, de barba rubia, que almorzaba y comía en su cuarto, y no hablaba con nadie. Una vaga curiosidad me atrajo hacia él. Un día me senté a su lado, teniendo yo también en la mano, por el bien parecer, un volumen de poesías de Musset. Me puse a ojear roya.
De pronto, mi compañero me preguntó en un francés muy correcto.
—¿Sabe usted alemán, caballero? —Ni una palabra.
—Lo siento, porque ya que la casualidad nos ha reunido, le hubiera prestado, le hubiera hecho fijarse en una cosa inestimable, este libro que aquí tengo.
—¿Qué libro es ese? —Es un ejemplar de mi maestro Schopenhauer, anotado por él. Todas las márgenes, como puede usted ver, están cubiertas con su letra.
Cogí con respeto aquel libro, y contemplé aquellos garabatos incomprensibles para mí, pero que revelaban el inmortal pensamiento del mayor destructor de sueños que ha pasado por el mundo. Entonces, los versos de Musset estallaron en mi memoria.
—Voltaire, ¿duermes contento, y tu sonrisa horrible envuelve aún tu rostro de ironía indecible? Y comparé involuntariamente el sarcasmo infantil, el sarcasmo religioso de Voltaire, con la irresistible ironía del filósofo alemán, cuya influencia es, a pesar de todo,
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