
Descripción de Hypnos (1922) - Howard Phillips Lovecraft 3b4a6f
El narrador, soñador y filósofo, se hace de un nuevo amigo que le servirá de guía para sumergirse en una búsqueda por extraños misterios, con un desenlace extraño y aterrador. 6c347
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Narraciones Inenerrables presenta de Howard Phillips Lovecraft Hypnos Quieran los dioses misericordiosos, si es que existe alguno, guardar esas horas durante las que ni la fuerza de voluntad ni las drogas, fruto del ingenio humano, pueden mantenerme a salvo de los abismos del sueño.
La muerte es piadosa, pues carece de retorno, pero aquel que regresa de las más profundas estancias de la noche, ojeroso y sabio, nunca más disfruta de plácido descanso.
Loco tenía que estar para asumirme con aquella avidez desatada en los misterios que hombre alguno ha osado penetrar.
Él era un dios o un loco, mi único amigo, aquel que me condujo y me precedió, y que al final sufrió terrores que pueden acabar convirtiéndose en los míos.
Recuerdo que nos conocimos en una estación de tren, donde él era el centro de un círculo de vulgares mirones.
Estaba inconsciente, atacado por una especie de convulsión que afligía a su magro cuerpo vestido de negro con una extraña rigidez.
Supongo que tendría unos cuarenta años entonces, ya que había hondas arrugas en su rostro, chupado y consumido, y no obstante oval y atractivo.
Asimismo, había toques de gris en el cabello espeso y ondulado, y en la barba corta y cerrada que una vez tuviera el color del ala de cuervo.
Su frente era blanca como mármol del pentélico, de una altura y amplitud casi divinas.
Me dije para mí, con pasión de escultor, que este hombre era la efigie de un fauno de la antigua Grecia, sacada de las ruinas de algún templo e insuflada de vida en nuestra época, para hacerla sentir el frío y el castigo de los años implacables.
Y cuando vio aquellos ojos negros, inmensos, hundidos y extrañamente luminosos, supe que sería mi único amigo, el único amigo de alguien que jamás tuvo ninguno, ya que comprendí que tales ojos debían haber mirado abiertamente la grandeza y el terror de regiones apartadas de cualquier conocimiento y realidad vulgares.
Regiones que yo había amado en mi fantasía, aunque las había buscado en vano.
Así que hice a un lado al gentío y le invité a venir a casa, a ser mi mentor y guía en los misterios insondados, y él aceptó sin mediar palabra.
Luego descubriría que su voz era música, la música de profundas violas y esferas cristalinas.
Solíamos hablar de noche y también de día, mientras yo cincelaba bustos a su imagen y tallaba diminutas cabezas de marfil para inmortalizar sus diversas expresiones.
Resulta imposible relatar nuestros estudios, ya que guardan muy poca conexión con el mundo de los hombres.
Eran tocantes a ese universo más amplio y espantoso de difusa existencia y conciencia que subyace a la materia, el tiempo y el espacio, y cuya existencia tan solo atisbamos en ciertos sueños.
Esos sueños extraños que están más allá de los sueños, que nunca acuden a los hombres vulgares y solo lo hacen una o dos veces en toda la vida de un hombre sensible.
El cosmos que conocemos conscientemente, nacido de ese universo como una burbuja surge de la pipa de un guasón, lo rosa tan solo como la burbuja puede volver a su descuidada fuente cuando es sorbida por el capricho del guasón.
Los eruditos sospechan un poco todo esto, aunque ignoran la mayor parte.
Los sabios han interpretado los sueños y los dioses se han reído.
Un hombre de ojos orientales dijo que el tiempo y el espacio resultan relativos y la gente se burló.
Pero incluso este hombre de ojos orientales no ha hecho sino suponer.
Yo deseaba y traté de tener algo más que suposiciones.
Y mi amigo lo intentó y lo logró en parte.
Así que lo intentamos juntos y mediante drogas exóticas buscamos sueños terribles y prohibidos en el estudio de la torre, en la vieja casa solariega del antiguo Kent.
Entre las agonías de aquellos días se encuentra la cúspide de los tormentos, la incapacidad de transmitirlo.
Jamás podré explicarlo.
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