
Descripción de EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. CAPÍTULO 9 6j1h53
El hombre que fue Jueves , una novela de GK Chesterton que los va a llevar por un camino lleno de misterio, intriga y sorpresas inesperadas. Imagina a Gabriel Syme, un poeta con una vida aparentemente tranquila, que de pronto se ve arrastrado a un mundo secreto donde nada es lo que parece. Su aventura comienza cuando recibe una misión: infiltrarse en un grupo extraño y peligroso, liderado por una figura enigmática conocida como Domingo. Este consejo, donde cada miembro lleva el nombre de un día de la semana, está envuelto en sombras, y Syme, ahora Jueves, tendrá que navegar entre el caos y el orden para descubrir qué está pasando realmente. Con un estilo único, Chesterton mezcla humor, filosofía y un toque de lo absurdo en una historia que te mantiene al borde del asiento. ¿Es una conspiración? ¿Un juego de máscaras? ¿O algo mucho más profundo? Esta no es solo una novela de detectives, es un rompecabezas que te invita a reflexionar mientras disfrutas de el estilo incisivo, directo y lleno de poesía de este autor inglés. Chesterton insistió en que la novela no pretendía describir el mundo real tal como era, sino el "mundo de duda salvaje y desesperanza" que los pesimistas describían en su época, con "solo un destello de esperanza en algún doble significado de la duda".Nos ofrece, por tanto, una narrativa que, aunque está llena de tensión y caos, termina con un mensaje de esperanza y afirmación de la bondad. 7n5h
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El hombre que fue jueves Gilbert K Chesterton Capítulo nueve El hombre de las gafas Buena cosa es el Borgoña, exclamó el profesor descansando el vaso, pues no parece gustarle a usted mucho, lo toma usted como una medicina.
Tiene usted que disculparme, dijo el profesor con tristeza, mi caso es singularísimo, por dentro estoy lleno de alegría infantil, pero tanto y tan bien he hecho de profesor paralítico que ya no puedo dejarlo.
Cuando estoy entre amigos, donde no necesito usar disfraz, no puedo por menos de hablar despacio, balanceando la cabeza y arrugando la frente, como si en realidad fuera mi frente.
Puedo ser enteramente feliz, pero siempre a la manera del paralítico, saltan de mi cerebro las exclamaciones más ardientes, pero al salir de mi boca se han transformado, si usted me oyera decir, ánimo muchacho, se le saldrían las lágrimas.
Puede ser, dijo Sime, pero se me figura con todo que está usted algo preocupado.
El profesor se le quedó mirando.
—Es usted muy inteligente, dijo al fin, da gusto trabajar con usted, en efecto, tengo como una nube en la cabeza, vamos a afrontar un problema tan arduo.
Y se llevó ambas manos a las sienes enrarecidas.
—¿Toca usted el piano? Preguntó después.
—Sí, dijo Sime, con no fingida sorpresa, y dicen que no lo hago del todo mal.
Y como el otro seguía callado, añadió, espero que se disipará esa nube, ¿eh? Tras la larga pausa del profesor, dejó salir, por el hueco que formaban sus manos, estas palabras.
—Hubiera sido lo mismo que supiese usted escribir a máquina.
—Hombre, muchas gracias por el elogio.
—Escuche usted, continuó el otro, acuérdese del hombre con quien tendremos que habernos la mañana, mañana usted y yo vamos a intentar algo más difícil que sacar de la torre del Londres los diamantes de la corona, vamos a extraerle su secreto a un hombre muy burdo, muy fuerte, muy ladino.
Creo que después del presidente, ninguno hay más asombroso y formidable que ese tipo de las sonrisillas y las gafas.
Quizá no tenga ese entusiasmo al rojo vivo, ese entusiasmo hasta la muerte que caracteriza al secretario y que en él llegaría el martirio por la anarquía.
Pero ese mismo entusiasmo, como pasión humana que es, constituye un motivo de redención.
En cambio el doctorcillo este goza de una salud, de una cordura brutal, más repulsiva que el desequilibrio del secretario.
Ya habrá usted notado su vigor, su vigor.
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