
Episodio 44. Marina Abramovic. The artist is present 283v2v
Descripción de Episodio 44. Marina Abramovic. The artist is present 49x2f
Dicen que el arte está hecho de pinceles, de mármol, de pigmentos. Que debe colgarse, conservarse, irarse en silencio desde una distancia prudente. Pero a veces el arte no tiene forma. No se cuelga. No se toca. Solo se siente. Y eso basta. Esta historia no habla de cuadros ni esculturas. Habla de una mujer sentada en silencio. De una sala llena de gente que no sabe por qué llora. De un instante de verdad que atraviesa el cuerpo y se queda. Si alguna vez has sentido un nudo en la garganta frente a algo inexplicable, entonces ya lo sabes: eso también es ARTE. 6x1rn
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Hay artistas que dejan huella y luego está Marina Abramovich. Ella no deja huella, deja cicatriz. No es una artista que se contemple, sino que se enfrenta, se experimenta y muchas veces se sufre. En este episodio de Por la senda del arte nos adentramos en el universo de una de las figuras más radicales y fascinantes del arte contemporáneo. Marina Abramovich, una artista que ha convertido su cuerpo en lienzo y su presencia en acto transformador. Más allá de la estética, su obra nos enfrenta a preguntas profundas sobre el dolor, la resistencia, la vulnerabilidad y la conexión humana.
Exploraremos su vida, sus performances más emblemáticos y su impacto tanto dentro como fuera del mundo del arte. Porque entender a Marina es entender que el arte no solo se contempla, sino que se vive, se siente y se desafía. Cuando pienso en Marina Abramovich no la veo en una galería, no la imagino en el resguardo frío de un museo. La veo sentada, en silencio, mirando, inmóvil mientras el mundo alrededor tiembla. Porque eso es lo que ha hecho durante toda su vida.
Estar. Estar radicalmente y convertir esa presencia en arte. Marina Abramovich nació en Belgrado, en la antigua Yugoslavia, en 1946. Su infancia no fue precisamente un refugio cálido. Sus padres eran héroes de guerra comunistas, figuras severas, ausentes, más preocupadas por la patria que por la niña Marina. Su madre, autoritaria, estricta, estableció una disciplina férrea a las diez en casa, sin excepción. Incluso cuando Marina ya era una mujer adulta. Esa rigidez, ese silencio familiar, modeló su búsqueda expresiva.
En lugar de palabras, en lugar de lienzos, eligió el cuerpo. Mientras otros artistas pintaban lo que sentían, ella se convertía en lo que quería decir. Su cuerpo fue su primera herramienta, su primera trinchera, su primera ofrenda. Y así nació su arte, el arte de la performance. No como representación, sino como existencia. Marina no imita emociones, las encarna, no actúa, se transforma, se lanza al límite, al filo físico, emocional, psicológico, y nos invita a mirar, a aguantar, a estar con ella.
En ritmo cero de 1974, se colocó frente a una mesa con 72 objetos. Una pluma, una rosa, una soga, una pistola cargada. Invitó al público a hacer con ella lo que quisiera. Seis horas, sin moverse, sin oponerse, sin juicio. La reacción fue reveladora. Primero timidez, luego sadía. Alguien le cortó la ropa, otro escribió palabras obscenas sobre su piel, le clavaron espinas, le apuntaron con la pistola la cabeza, y ella seguía allí, mirando, esperando, confiando. El experimento era brutal.
Ponía al descubierto hasta dónde puede llegar el ser humano cuando cree tener poder sobre otro. Marina lo resumió así, si dejas que el público decida, te matará. No fue la única vez que llevó su cuerpo al límite. En ritmo 5, se tumbó dentro de una estrella comunista en llamas y perdió el conocimiento por falta de oxígeno. En ritmo 10, jugó con cuchillos entre sus dedos, grabando el sonido de cada error para repetirlo. No se trataba solo de dolor, era un ritual, una forma de tallar memoria en el tiempo. Y entonces, en el ritmo 6,
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