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Ecos de Asia
Ep. 35: Ambiciones, Caídas y el Teatro del Progreso

Ep. 35: Ambiciones, Caídas y el Teatro del Progreso 366n1g

11/2/2025 · 31:26
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Ecos de Asia

Descripción de Ep. 35: Ambiciones, Caídas y el Teatro del Progreso 5a321r

Ecos de Asia es el podcast donde la política, la economía, la cultura y la sociedad del continente más dinámico del mundo se analizan sin filtros ni lugares comunes. Desde las ambiciones aeronáuticas de China hasta la crisis climática en Malasia, pasando por las guerras tecnológicas, los delirios supremacistas y los extravagantes fenómenos digitales, aquí desentrañamos lo que realmente mueve a Asia y cómo impacta al resto del mundo. Si buscas análisis profundos, datos relevantes y una mirada crítica, este es tu espacio. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/2491431 2fg1o

Lee el podcast de Ep. 35: Ambiciones, Caídas y el Teatro del Progreso

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

El mundo sigue su curso, y con él desfilan noticias que, si no fueran reales, podrían
parecer el guión de una sátira bien escrita.
China, por ejemplo, se ha cansado de comprar aviones a Boeing y Airbus, y ahora quiere
fabricar los suyos.
Un paso audaz, sin duda.
Con el respaldo de su economía y un gobierno que no duda en convertir sus ambiciones en
proyectos de estado, es posible que tarde o temprano un avión chino cruce los cielos
internacionales.
La cuestión es si las aerolíneas globales estarán dispuestas a sustituir la fiabilidad
de Airbus por una alternativa fabricada en un país donde la seguridad de los productos
ha sido en más de una ocasión un asunto de fe.
Mientras tanto, Malasia se ahoga, y no en un sentido figurado.
Las lluvias torrenciales han devastado su producción de aceite de palma, poniendo
en jaque un mercado que abastece desde la industria alimentaria hasta la cosmética.
Para quienes siguen defendiendo la sostenibilidad del aceite de palma con el fervor de un fanático
religioso, la naturaleza ha decidido intervenir y hacer el trabajo que ni reguladores ni activistas
han conseguido reducir la producción, al menos por ahora.
En otra parte del mundo, un joven singapurense ha sido detenido por aspirar a convertirse
en el supremacista del año.
Radicalizado en los oscuros rincones de internet, su plan era emular la masacre de Christchurch.
Singapur, conocido por su control absoluto sobre la vida de sus ciudadanos, parece haber
encontrado un nuevo enemigo el extremismo digital, que se cuela incluso en una sociedad donde
los chicles están más regulados que los mercados financieros.
El problema no es sólo el adolescente detenido, sino la tendencia creciente de jóvenes que
entre un videojuego y otro deciden que el camino a la gloria pasa por la violencia.
Mientras unos caen en la locura, otros prefieren la megalomanía.
Elon Musk ha vuelto a la carga con una oferta de casi 100 mil millones de dólares para tomar
el control de OpenAI.
Alguien podría preguntarse por qué un hombre que ya domina los autos eléctricos, el espacio
y hasta las redes sociales, querría ahora controlar la inteligencia artificial.
La respuesta es simple, porque puede.
La pregunta más interesante es qué hará con ella.
Si su historial sirve de referencia, lo más probable es que lo convierta en otro de sus
juguetes, al menos hasta que se aburra o decida que la humanidad ya no es digna de la IA y
la reemplace con su propia versión.
En China, el pragmatismo es una religión y el trabajo un dogma.
Un hombre sufre un infarto en una estación de tren y al recuperar la conciencia, lo primero
que dice es, tengo que ir a trabajar.
No pide agua, ni un médico, ni siquiera pregunta qué le ha pasado, solo quiere volver a su
empleo.
Si la anécdota no fuera tan trágica, sería un anuncio perfecto para cualquier ministerio
de trabajo del mundo.
Nada resume mejor el estado de la clase obrera moderna que un hombre al borde de la muerte
cuyo único pensamiento es cumplir con su jornada laboral.
En Singapur, sin embargo, la historia es distinta.
Según un informe internacional, es el país menos corrupto de Asia Pacífico y el tercero
en el mundo.
Gran logro para una nación que ha convertido la eficiencia y el orden en sus principios
rectores.
Claro que la corrupción no es solo cuestión de dinero bajo la mesa.
En Singapur, donde las multas pueden aplicarse por mascar chicle o por no descargar la cisterna,
la falta de corrupción económica podría interpretarse como el resultado natural de
un sistema donde las reglas están diseñadas para que nadie tenga espacio para desviarse,
ni siquiera para respirar más fuerte de la cuenta.
Finalmente, el Mar de Aral, ese testimonio de la arrogancia soviética, parece estar recuperándose.
Décadas después de que la URSS decidiera que los ríos que lo alimentaban eran más
útiles para regar campos de algodón que para mantener un ecosistema, el lago muestra signos
de vida.
Un milagro ambiental que nos recuerda que cuando la mano del hombre destruye algo, solo
le toma unas cuantas décadas y miles de millones de dólares intentar repararlo a medias.
Mientras tanto, en Kazajistán, el gobierno de la URSS ha decidido que la URSS no es una
opción.

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